sábado, 5 de octubre de 2024

Las horas felices, Pascal Quignard

Un nuevo libro de Pascal Quignard, del que puedo decir no esperaba, sino que me encontré con él, gracias al regalo de un querido amigo, al que llamaré J.R. y de quién aclararé que no se parece en nada al villano magnate del petróleo de la histórica serie norteamericana Dallas, sino que es el actual director de El cuenco de plata, uno de los sellos más importantes y hermosos que forma parte de la galaxia editorial argentina y que publica la obra más significativa del autor francés, El último reino, ahora el volumen XII titulado Las horas felices.

Anteriormente había leído dos libros de Quignard: el bestseller La barca silenciosa (El último reino VI), y el también reciente El hombre de las tres letras (volumen XI), dos libros muy celebrados, mucho más el primero. 

Con estas aclaraciones quiero decir que no soy un lector avezado en el autor nacido en Verneuil-sur-Avre, en 1948, apenas cuatro años de finalizada la segunda guerra mundial.

Las horas felices me causó un estado de alegría calma, desprovisto de toda euforia, impronta que tiene que ver más con el deseo de gratitud para con el libro y cada una de sus páginas.

Porque después de haberlas recorrido me dejó la sensación de haber conocido historias, anécdotas, fechas y datos, estos dos últimos por sí solos no poseen valor pero en contexto con los hechos, pueden dar lugar a eso que llamamos acontecimientos, situaciones que pueden cambiar el sentido ya sea en una dimensión social, política y por supuesto, cultural.

Las horas felices es un libro de aquellos que nos hacen pensar en ese par de palabras que fueron utilizadas por un japonés para titular una novela suya. Nos deja en un estado de melancolía pero no invita ni da lugar al apesadumbramiento ni al abandono; no se trata tampoco del desencanto. 

Más bien nos lleva en dirección contraria: la contemplación y la reflexión, hacia esos lugares que nos rodea y dónde se evidencia y materializa durante toda nuestra vida, lo bello y lo triste.

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En las primeras páginas del libro nos encontramos con la voluntad de escritura de Quignard:

Detrás de la letra, está la fecha (...) Así es como detrás de la littera, donde está lo perdido, se conserva el datum: lo dado. Lo que fue el dato en lo real. (...) En este libro, en el que quiero dejar la letra, me hace falta recoger esos últimos vestigios: las cifras y las fechas. Las horas que las reúnen. Pero, ¿Qué es una fecha? Es la unidad mínima de la Historia. El instante en el que comienza el relato.

Tal vez fue a partir de este momento del relato lo que hizo que Quignard nos abra un poco más las puertas de su vida, de su historia, sus sueños y sus miedos, que lentamente, van emergiendo a lo largo de sus 208 páginas de Las horas felices

El amor, y sentido de la vida están presentes, pero le dedica un profundo análisis también a la amistad: 

La amistad es también saber callarse juntos y en este caso nosotros habíamos sido amigos asombrosos. La amistad es también no tratar de domesticar nada del otro. Nunca pedir el fondo de su secreto.
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Me quedé pensando en lo bello y lo triste, en ese binomio de palabras que moviliza y convoca. Cito la página 62, cuando Quignard escribe:

A las horas tristes no hay que agregar la pena que las vuelve tediosas. No introducir en ellas la espera que las torna inmóviles. Hay que ir al jardín a regar los arbustos que tiemblan o los pétalos de las flores que se vuelven a cerrar al final del día, hay que traducir un libro, hay que buscar todos los subterfugios que eliminan el sentimiento de los males que por desgracia alimentamos. Aún tristes, es bienvenido que las horas escapen del lamento. 

Comencé este texto diciendo que no esperaba a Las horas felices, si no que me lo encontré. Debo corregirme, y dejar que lo diga el mismo Quignard y en este libro, cuando escribe: 

Algunos libros encuentran repentinamente a sus lectores. Es cierto. Y tal vez sea allí donde se sitúa por excelencia el misterio de la anacronía de los seres de este mundo.

Son las 1114 de la mañana. Ya es hora de comenzar a preparar la comida. Es hora de cerrar tapas de este libro, que volverán a abrirse quién sabe cuándo. Ese tiempo probablemente sea cuando un recuerdo o una idea o ambos aparezcan y necesiten de las palabras de Pascal Quignard. Ahí, en alguna fecha todavía hoy incierta, volveré a Las horas felices.













 


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