"La biblioteca", Jacob Lawrence |
La librería definida como un espacio dedicado a la comercialización de libros es tan insuficiente como precaria. Hoy prefiero decir (sentir) que es el lugar en el que podemos escaparnos de esta realidad delicada y no menos dolorosa. Y por supuesto, muchas cosas más.
Cuando digo “escaparnos” no lo hago en términos de negación
de nuestra contemporaneidad, sino a modo de poder sentir plenamente la
curiosidad ante lo desconocido, de conocer nuevos mundos a partir de la escritura, pero también contar con la posibilidad de escuchar una recomendación, de comenzar un diálogo
con el librero (que son lectores), o con otras personas lectoras, otros
clientes.
Es lindo ir a una librería para hojear las páginas del ejemplar de un autor que no
conocemos tanto o que directamente no conocemos.
Es en ese espacio donde volvemos a encontrarnos con libros que ya leímos. Y nos alegramos de verlos "vivos", exhibidos en una
mesa o disponible en la estantería de una biblioteca.
¿O acaso no es gratificante ver un libro que nos gustó mucho al
alcance de la mano de otra persona, a la que le deseamos poder encantarse con ese texto que nos fascinó?
Es mirar cada portada de cada mesa, leer contratapas,
averiguar quién es el traductor del contenido en la lengua original. Es sorprenderse
cuando los “clásicos” cambian sus portadas o aparecen nuevos diseños.
Es el placer de leer sin que nadie te moleste. ¿O acaso en
una casa de electrodomésticos los chicos se pueden quedar jugando con una
playstation todo el tiempo que quieran? ¿O los dejan quedarse con la ropa
puesta que se probaron durante media hora, una, o dos?
Es en la librería donde me siento feliz. Y tanto es así que me
doy cuenta de esto cuando ya no estoy allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario