domingo, 31 de mayo de 2020

El pasado


𝗠𝗲 𝗮𝗰𝘂𝗲𝗿𝗱𝗼, de Martín Kohan (Ediciones Godot), no es un libro de efemérides, tampoco es un libro de memorias, mucho menos un diario. Es bastante más que eso: es una pieza artística, un 𝗺𝗮𝘁𝗲𝗿𝗶𝗮𝗹 𝘀𝗲𝗻𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲. 

Muy probablemente nos resulte insuficiente hablar de enumeración, aunque nos encontremos con objetos, hechos y sucesos del autor que nos trae en cada una de sus páginas. Pero aquí el efecto (de lectura) decisivo del libro, al menos para mí: habla de nuestros modos de vida, de nuestros propios recuerdos, de tal vez lo más sensible que pueda tener y llevar por siempre cada uno con sí mismo, aquello que llamamos 𝗲𝘅𝗽𝗲𝗿𝗶𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮. 

Quiénes compartimos esta lectura, nos sentimos especialmente interpelados por haber apoyado los dos pies en el siglo XX, y nos agarra viviendo en este maquillado pero nada prometedor y cada vez más desigual siglo XXI. Somos los que vivimos en dos siglos, en dos épocas, y como sabemos muy bien, las transiciones no suelen ser escasamente conflictivas. 

𝗠𝗲 𝗮𝗰𝘂𝗲𝗿𝗱𝗼 es también un libro sobre el paso del tiempo y la finitud, de la infancia y sobre todo, de los vínculos: amigos, novias, compañeros de colegio, hermanos, padres y madres, la comunidad (los amigos de la cuadra o del barrio, algo que por ejemplo hoy, en las grandes ciudades, se va perdiendo día a día), los juguetes ¡Benjamin!, el incipiente mundo de la indumentaria deportiva, las zapatillas, la pelota de fútbol, los ídolos y los héroes, pero también los imaginarios, los que fuimos construyendo, sí, pero también los que imperaban en aquella época. 

No se sorprendan si al ir recorriendo las páginas de 𝗠𝗲 𝗮𝗰𝘂𝗲𝗿𝗱𝗼, y sobre todo al finalizarlas, se encuentran con los ojos rojos, humedecidos, con un llanto que les hará creer o sentir que conocieron un poco más al autor del libro. Debo decirles que esas lágrimas será mucho más para con ustedes mismos, que pudieron reconocerse en esas páginas.








domingo, 24 de mayo de 2020

Borges y algunas figuras retóricas: enumeración, metáforas, hipálages y prosopopeyas



En la literatura de Jorge Luis Borges abundan las figuras retóricas. Una de las que más se suelen mencionar en su extensa obra es la Enumeración. 

Ya es un clásico recordar ¡todo! lo que el personaje “Borges” observa cuando desciende al sótano de la casa de Constitución en el cuento que le da el nombre al libro El Aleph (1949), mientras rememora y extraña a Beatriz Viterbo, su gran amor (aunque no correspondido):

“(…) vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino (…)”

En “Eduardo Wilde”, incluido en El idioma de los argentinos (1928), tenemos otro ejemplo:

“(…) los dos quieren lo casero del mundo y son como emperadores de cosas quitas: álbumes, rinconeras, piezas de ajedrez, perillas, óleos muertos de militares muertos, arañas embaladas que son como globos en viaje a la disolución, patios con mínimum angosto de cielo, casas desmanteladas, barriles”.

En el libro Evaristo Carriego (1930), en “Las inscripciones de los carros” podemos leer la siguiente lista de calles:

“La calle pisada puede ser Montes de Oca o Chile o Patricios o Rivera o Valentín Gómez, pero es mejor Las Heras, por lo heterogéneo del tráfico”.

Nuestro último ejemplo de Enumeración es el que vemos es “Vindicación de ‘Bouvard et Pécuchet’”, del volumen Discusión (1932):

“(…) una herencia les permite dejar su empleo y fijarse en el campo, ahí ensayan la agronomía, la jardinería, la fabricación de conservas, la anatomía, la arqueología, la historia, la mnemónica, la literatura, la hidroterapia, el espiritismo, la gimnasia, la pedagogía, la veterinaria, la filosofía y la religión; cada una de estas disciplinas heterogéneas les depara un fracaso”.

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Borges también utiliza muchísimo las metáforas. Y porque tal vez sea la más fácil de buscar, sólo vamos a citar dos ejemplos. Se caen de maduras de cualquiera de sus libros. Pero veamos al menos esos dos casos.
Primero, nos detenemos en el poema “Calle con almacén rosado”, que pertenece al libro Luna de enfrente (1925):

“Ya se le van los ojos a la noche en cada bocacalle”.

El segundo y último ejemplo de Metáfora lo vamos a ver en El hacedor (1960), en el libro dedicado a Leopoldo Lugones y donde Borges escribió su poema “Mil novecientos veintitantos”:

“La rueda de los astros no es infinita (…), la historia, la indignación, el amor, las muchedumbres como el mar (…)”

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Ahora es momento de ir a otro tipo de figuras, un poco más jugosas. Una de las figuras retóricas más reconocibles, casi una marca registrada en la obra de Borges es la “hipálage”, que según la RAE consiste en la atribución de un complemento a una palabra distinta de aquella a la que debería referirse lógicamente. Como la definición puede ser algo complicada, qué mejor entonces que recurrir a algunos ejemplos borgeanos.

En uno de los libros más maravillosos de la literatura universal (estamos hablando de Ficciones, editado en 1941), encontramos el siguiente fragmento en el relato “La forma de la espada”:


“Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa: un arco ceniciento y casi perfecto que de un lado ajaba la sien y del otro el pómulo”.

En uno de sus cuentos más famosos, tal vez el más importante de todos, (estamos hablando de “El Sur”), vemos otro ejemplo que es bastante ilustrativo:

“Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes que la borrara la noche”.

Dentro de esta figura, no está demás resalta que Borges ha insistido de manera persistente en lo silencioso. En el “La lotería de Babilonia”, podemos ver cómo el autor vuelve sobre esta cualidad para adjudicársela al objeto y no al sujeto:

“En una cámara de bronce, ante el pañuelo silencioso del estrangulador, la esperanza me ha sido fiel; en el río del pánico”.


Un último ejemplo de Hipálages y “silencios”, nos lleva al poema “Los Justos”, incluido en el libro de poesía La cifra (1981):

“Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez”.

Dejemos ya los “silencios” y vayamos hacia “La trama”, un texto brevísimo que forma parte del libro El hacedor (1960), y donde Borges brilla con el uso de la Hipálage:

“Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito”.

En el último párrafo del cuento el “Zahir”, de un libro que ya citamos anteriormente, nos referimos a El Aleph, observamos un ejemplo que grafica notablemente a la hipálage, otorgándole el valor que tiene la palabra “desiertas”, mucho más a las horas y no tanto a las calles. Veamos:

“En las horas desiertas de la noche aún puedo caminar por las calles”.

***

Otra figura retórica que podemos evidenciar y de la que podemos afirmar sin titubear que es una en las que Borges hizo verdaderamente gala es la “prosopopeya”. Antes de avanzar con algunos ejemplos, primero sepamos que la Real Academia Española (RAE) la define como una “Atribución a las cosas inanimadas o abstractas, de acciones y cualidades propias de los seres animados, o a los seres irracionales de las del ser humano”.



Ya sabiendo de qué se trata, fuimos a buscar algunos ejemplos y afortunadamente pudimos encontrar uno en su primer libro publicado, Fervor de Buenos Aires (1923), más exactamente en el poema “Un patio”:

“Con la tarde,

se cansaron los dos o tres colores del patio”.

En el cuento “El jardín de senderos que se bifurcan”, del libro Ficciones (1941), tenemos un lindo ejemplo de esta figura para referirse a la iluminación generada por un artefacto dispuesto a tal fin:

“Una lámpara ilustraba el andén, pero las caras de los niños quedaban en la zona de sombra”.


También aparece esta figura en otro de sus cuentos más reconocidos, “El atroz redentor Lazarus Morell”, el primero de Historia universal de la infamia (1935):

“Es un río de aguas mulatas. Más de cuatrocientos millones de toneladas de fango insultan anualmente el Golfo de Méjico, descargadas por él”.

Vale decir que no nos íbamos a quedar sin prosopopeyas en la poesía de Borges. A continuación, el inicio del poema “Un sajón”, que forma parte del libro El otro, el mismo (1964):

“La nieve de Nortumbria ha conocido
y ha olvidado la huella de tus pasos
y son innumerables los ocasos
que entre nosotros, gris hermano, han sido”.


Por último, vamos a ver qué nos dice Jorge Luis en “El títere”, sexto poema del libro Para las seis cuerdas (1965):

“Bailarín y jugador,
no sé si chino o mulato,
lo mimaba el conventillo,
que hoy se llama inquilinato”.

***


TRIVIA BORGES



¿Cuál fue para el autor su mejor cuento o uno de los mejores de su propia obra?


§  Funes el memorioso
§  El Aleph
§  Emma Zunz
§  El Sur 

(La respuesta está unas líneas más abajo)































El Sur: en el prólogo de “Artificios”, la segunda parte de Ficciones, Borges dice: “De El Sur, que es acaso mi mejor cuento, básteme prevenir que es posible leerlo como directa narración de hechos novelescos y también de otro modo”.