En
la literatura de Jorge Luis Borges abundan las figuras retóricas. Una de las
que más se suelen mencionar en su extensa obra es la Enumeración.
Ya es un
clásico recordar ¡todo! lo que el personaje “Borges” observa cuando desciende
al sótano de la casa de Constitución en el cuento que le da el nombre al libro El
Aleph (1949), mientras rememora y extraña a Beatriz Viterbo, su gran amor
(aunque no correspondido):
“(…) vi tigres, émbolos, bisontes,
marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un
astrolabio persa, vi un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar)
cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos
Argentino (…)”
En “Eduardo Wilde”,
incluido en El idioma de los argentinos (1928), tenemos otro ejemplo:
“(…) los dos quieren lo casero del
mundo y son como emperadores de cosas quitas: álbumes, rinconeras, piezas de
ajedrez, perillas, óleos muertos de militares muertos, arañas embaladas que son
como globos en viaje a la disolución, patios con mínimum angosto de cielo,
casas desmanteladas, barriles”.
En el libro Evaristo Carriego (1930), en “Las inscripciones de los carros”
podemos leer la siguiente lista de calles:
“La calle pisada puede ser Montes de
Oca o Chile o Patricios o Rivera o Valentín Gómez, pero es mejor Las Heras, por
lo heterogéneo del tráfico”.
Nuestro último ejemplo de
Enumeración es el que vemos es “Vindicación de ‘Bouvard et Pécuchet’”, del volumen
Discusión (1932):
“(…)
una herencia les permite dejar su empleo y fijarse en el campo, ahí ensayan la
agronomía, la jardinería, la fabricación de conservas, la anatomía, la
arqueología, la historia, la mnemónica, la literatura, la hidroterapia, el espiritismo,
la gimnasia, la pedagogía, la veterinaria, la filosofía y la religión; cada una
de estas disciplinas heterogéneas les depara un fracaso”.
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Borges también utiliza muchísimo
las metáforas. Y porque tal vez sea la más fácil de buscar, sólo vamos a citar
dos ejemplos. Se caen de maduras de cualquiera de sus libros. Pero veamos al
menos esos dos casos.
Primero, nos detenemos en
el poema “Calle con almacén rosado”, que pertenece al libro Luna de enfrente
(1925):
“Ya
se le van los ojos a la noche en cada bocacalle”.
El segundo y último
ejemplo de Metáfora lo vamos a ver en El hacedor (1960), en el libro dedicado a
Leopoldo Lugones y donde Borges escribió su poema “Mil novecientos
veintitantos”:
“La rueda de los astros no es
infinita (…), la historia, la indignación, el amor, las muchedumbres como el
mar (…)”
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Ahora es momento de ir a
otro tipo de figuras, un poco más jugosas. Una de las figuras retóricas más
reconocibles, casi una marca registrada en la obra de Borges es la “hipálage”, que
según la RAE consiste en la atribución de
un complemento a una palabra distinta de aquella a la que debería referirse
lógicamente. Como la definición puede ser algo complicada, qué mejor
entonces que recurrir a algunos ejemplos borgeanos.
En uno de los libros más
maravillosos de la literatura universal (estamos hablando de Ficciones, editado
en 1941), encontramos el siguiente fragmento en el relato “La forma de la
espada”:
“Le cruzaba la cara una
cicatriz rencorosa: un arco ceniciento y casi perfecto que de un lado ajaba la
sien y del otro el pómulo”.
En uno de sus cuentos más
famosos, tal vez el más importante de todos, (estamos hablando de “El Sur”),
vemos otro ejemplo que es bastante ilustrativo:
“Ya se había hundido el sol, pero un
esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes que la borrara la
noche”.
Dentro de esta figura, no
está demás resalta que Borges ha insistido de manera persistente en lo
silencioso. En el “La lotería de Babilonia”, podemos ver cómo el autor vuelve
sobre esta cualidad para adjudicársela al objeto y no al sujeto:
“En
una cámara de bronce, ante el pañuelo silencioso del estrangulador, la
esperanza me ha sido fiel; en el río del pánico”.
Un último ejemplo de
Hipálages y “silencios”, nos lleva al poema “Los Justos”, incluido en el libro
de poesía La cifra (1981):
“Dos
empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez”.
Dejemos ya los
“silencios” y vayamos hacia “La trama”, un texto brevísimo que forma parte del
libro El hacedor (1960), y donde Borges brilla con el uso de la Hipálage:
“Para
que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los
impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de
Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama:
¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito”.
En el último párrafo del
cuento el “Zahir”, de un libro que ya citamos anteriormente, nos referimos a El
Aleph, observamos un ejemplo que grafica notablemente a la hipálage, otorgándole
el valor que tiene la palabra “desiertas”, mucho más a las horas y no tanto a
las calles. Veamos:
“En las horas desiertas de la noche
aún puedo caminar por las calles”.
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Otra figura retórica que
podemos evidenciar y de la que podemos afirmar sin titubear que es una en las
que Borges hizo verdaderamente gala es la “prosopopeya”. Antes de avanzar con algunos
ejemplos, primero sepamos que la Real Academia Española (RAE) la define como
una “Atribución a las cosas inanimadas o abstractas, de acciones y cualidades
propias de los seres animados, o a los seres irracionales de las del ser humano”.
Ya sabiendo de qué se trata, fuimos a buscar algunos ejemplos y afortunadamente
pudimos encontrar uno en su primer libro publicado, Fervor de Buenos Aires
(1923), más exactamente en el poema “Un patio”:
“Con la tarde,
se cansaron los dos o tres colores del
patio”.
En el cuento “El jardín
de senderos que se bifurcan”, del libro Ficciones (1941), tenemos un lindo
ejemplo de esta figura para referirse a la iluminación generada por un
artefacto dispuesto a tal fin:
“Una lámpara ilustraba el
andén, pero las caras de los niños quedaban en la zona de sombra”.
También aparece esta
figura en otro de sus cuentos más reconocidos, “El atroz redentor Lazarus
Morell”, el primero de Historia universal de la infamia (1935):
“Es un río de aguas mulatas. Más de
cuatrocientos millones de toneladas de fango insultan anualmente el Golfo de
Méjico, descargadas por él”.
Vale decir que no nos
íbamos a quedar sin prosopopeyas en la poesía de Borges. A continuación, el
inicio del poema “Un sajón”, que forma parte del libro El otro, el mismo (1964):
“La nieve de Nortumbria ha conocido
y ha olvidado la huella de tus pasos
y son innumerables los ocasos
que entre nosotros, gris hermano, han sido”.
Por último, vamos a ver
qué nos dice Jorge Luis en “El títere”, sexto poema del libro Para las seis
cuerdas (1965):
“Bailarín
y jugador,
no
sé si chino o mulato,
lo
mimaba el conventillo,
que
hoy se llama inquilinato”.
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TRIVIA BORGES
¿Cuál fue para el autor su mejor cuento o uno de los mejores de su propia
obra?
§ Funes
el memorioso
§ El
Aleph
§ Emma
Zunz
§ El Sur
(La respuesta está unas líneas más abajo)
El Sur: en el
prólogo de “Artificios”, la segunda parte de Ficciones, Borges dice: “De El Sur, que es acaso mi mejor cuento,
básteme prevenir que es posible leerlo como directa narración de hechos
novelescos y también de otro modo”.