domingo, 15 de diciembre de 2013

Joaquín Giannuzzi: "Mi hija se viste y sale"



El perfume nocturno instala su cuerpo
en una segunda perfección de lo natural.
Por la gracia de su vida
la noche comienza y el cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la contemplación de un presente absoluto.
El instante se desplaza hacia otro,
un dulce desorden se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resueltas.
Ella sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Julio Cortázar: Poema en "Papeles inesperados"


Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo.
Lo que me gusta de tu sexo es la boca.
Lo que me gusta de tu boca es la lengua.
Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.



viernes, 6 de diciembre de 2013

Presentación: "Un astrolabio árabe" de Héctor Ángel Benedetti en Vivaldi Libros Bar


El navegante ferroviario

Equipado sin más que su sextante y "Un astrolabio árabe", el escritor Héctor Ángel Benedetti pasó por Vivaldi y nos llevó de viaje durante una hora en su Tren Anacrónico, de Neuquén a Montevideo, de Medina a Valdivia, de Saturno a Tandil, de Mechita a Heavy, San Miguel del Monte o “Monte” a secas, pasando por Rolito para traernos una hora después, de nuevo a Constitución.
Nos contó que el proceso de su novela se extendió por diez años, que puede ser definida simplemente como un “thriller”, o un policial.
Que admira a Allan Poe, Oscar Wilde, John Steinbeck, a Jorge Luis Borges y a Juan José Saer, entre otros.
Que escribe durante el fin de semana, todo el día. Y que corrige mucho.




jueves, 28 de noviembre de 2013

Jorge Luis Borges, "La muerte y la brújula"

Esta obra tiene como protagonistas a Erik Lönnrot y a Red Scharlach.

La presentación del detective Erik Lönnrot, "puro razonador y aventurero" es perfectamente coherente a las acciones que realiza.

Scharlach, “el Dandy”, es un criminal que actúa motivado por un "juramento de honor" en el que pretende dar muerte a Lönnrot.

La habilidad del escritor también está marcada en la composición de dos historias. Una, verosímil y lógica, la que nos muestra durante casi todo el cuento, y otra que irrumpe paulatinamente en el final, dando un giro impredecible, y asombrando a los lectores.

La primera historia está enmarcada en el contexto de las supersticiones judías, orientada en la búsqueda de un Nombre Sagrado, Absoluto.

La segunda historia, nos cuenta que el entramado de la primera historia fue planificado por Scharlach meticulosamente, con el objetivo de vengar el arresto de su hermano.

Sin embargo, hay un vínculo entre las dos historias: tres crímenes, y tres víctimas, en igual distancia en tiempo y espacio.

El primer asesinato, sucedió el 3 de diciembre, en el Hotel Du Nord, cuya víctima fue el doctor Marcelo Yarmolinsky, un estudioso de la religión judía. En la historia que se nos presenta, este crimen tiene una relación religiosa, fundada en los libros de la víctima y en la frase encontrada en la máquina de escribir: “La primera letra del Nombre ha sido articulada”.

En la historia oculta, el asesinato surgió como fruto de la negligencia del malhechor Daniel Azevedo, cuyo verdadero plan era robar los zafiros del Tetrarca de Galilea. Red Scharlach, se entera por medio del periódico Yidishe Zeitung que Lönnrot decide hacer la investigación en torno a lo místico. A partir de aquí, el Dandy teje un laberinto cuyo propósito final conduciría a asesinar a Lönnrot.

El 3 de enero se lleva a cabo el segundo crimen, en una vieja pinturería. La víctima es Daniel Azevedo. Se pudo leer la frase “La Segunda Letra del Nombre ha sido articulada”.

En la historia oculta, este asesinato es una especie de ajuste de cuentas, ya que Azevedo, encargado del robo de zafiros, se hizo del dinero que le había sido entregado por adelantado, y por su condición de “delator”.

El 3 de febrero se produce el tercer asesinato. El comisario Treviranus, sospecha de un simulacro. Lönnrot está convencido del crimen, y su teoría cobra sentido en su totalidad.

En la historia oculta, Scharlach le confiesa al investigador que finalmente, el tercer crimen no había existido, que había sido una trampa.

Como escribió Borges, “Lönnrot previó el último asesinato, pero no lo pudo evitar”.

Jamás había sospechado que la víctima sería él, muchos menos que el móvil del plan haya sido para vengar el arresto del hermano de Scharlach y la herida que este sufrió en aquel episodio.


Septiembre de 2003.

martes, 26 de noviembre de 2013

Roberto Juarroz, "Poesía Vertical 9 (1958)"

9

Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí,
que sólo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie, ni yo, me pensaría.

Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo quito.
Contribuyo a tapizar de ausencia todo.

Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.


sábado, 23 de noviembre de 2013

Luis Mey en Vivaldi Libros Bar



La noche del jueves 21 de noviembre los escritores Luis Mey y Débora Mundani conversaron mano a mano sobre literatura.

Hablaron de las técnicas empleadas a la hora de escribir, de los tiempos de la producción literaria, de sus muchísimos "textos inéditos" que no publicará, de la relación entre literatura y mercado y de sus escritores preferidos.

Por supuesto, también recorrieron los libros del autor, desde novela "Los abandonados" y "Las garras del niño inútil", ambas por editorial Factotum, pasando por "Tiene que ver con la furia", escrita a 'cuatro manos' con Andrea Stefanoni, sin dejar de mencionar "La pregunta de mi madre", premio Revista Ñ Clarín que publicará Alfaguara en marzo del año que viene.

Eso sí, para diciembre llega la esperada "En verdad quiero verte pero llevará mucho tiempo" también editada por Factotum, y que dicho sea de paso, lleva una portada hermosa.

De los autores nombrados: James Joyce, Herman Melville y su "Moby Dick", John Fante, Georges Simenon, Charles Bukowski, Ernest Hemingway.

Luis Mey también dio su parecer sobre las influencias de lectura a la hora de escribir:

"Soy fanático de Klaus y Lucas de Agatha Kristoff. Desde la primera página me atrapó. Pero a ella, como a muchos escritores los disfruté como lector. Después, por ejemplo, la escritura de un cuento, sale por otro lado". 

"El mayor compromiso con la literatura pasa por la honestidad frente a lo que se escribe. No se puede pensar en uno o varios tipos de lectores mientras se crea una historia. Te tiene que convencer a vos lo que estás escribiendo".

martes, 19 de noviembre de 2013

Sergio Olguín en Vivaldi Libros Bar


El pasado jueves 14 de noviembre, el escritor Sergio Olguín vino a Vivaldi y nos regaló una charla de literatura. Acompañó al escritor Soledad Vallejos, periodista de Página 12 y Lic. en Comunicación, autora del libro recientemente publicado "Trimarco".

Nos contó de sus métodos de escritura (lo hace rápidamente, pero los tiempos de corrección sí son más largos), de los autores que más le gustaron, como George Simenon por citar sólo uno de ellos.

Que lo apasiona leer sobre Historia medieval, especialmente a Pierre Grimal y Georges Duby.

De sus comienzos como periodista en una revista católica llamada “Familia cristiana” pero vaya paradoja, mucho más progresista que otras publicaciones que ostentaban ese “cartel”. De su posterior despido y la creación, con ese dinero, de la revista V. de Vian.

Y por supuesto, hizo un recorrido por su obra literaria:

Filo: “ese personaje iba a morir pero me encariñé tanto y no me animé a hacerlo”;

Las griegas: "mi primer libro de cuentos".
Oscura monótona sangre: "se mata a un pibe de la villa y nadie me preguntó por eso; pero sí por la chica, con la que tiene relaciones Andrada (y de la que no se dice nunca la edad)".

Habló de El equipo de los sueños y de Springfield, sobre lo mucho que le gusta escribir novelas policiales: "justo cuando por fin escribía una historia sin policías, se me ocurre mandar cana becado para Estados Unidos";

Y de La fragilidad de los cuerpos: "no quería crear un héroe (heroína en este caso) que no tenga contradicciones; que no acepte que a algo debía renunciar", esto en relación a la verdad y a la justicia.




lunes, 18 de noviembre de 2013

Roberto Bolaño, “La pista de hielo”

En 1993 Roberto Bolaño publica su primera novela: “La pista de hielo”

Para aquellos que leyeron otros escritos del autor, no les será extraño encontrar aquí un crimen, un camping, un poeta, un escritor, inmigrantes sin papeles.

La historia está construida a partir de las voces de tres personajes, que se alternan simultáneamente, a partir de la narración de un crimen acontecido en la ciudad Z.

§  Remo Morán: escritor chileno y empresario.
§  Gaspar Heredia: poeta mexicano, empleado en un camping.
§  Enric Rosquelles: político socialista español, psicólogo.


Bolaño creador

Sin dudas uno de los grandes logros de Bolaño tiene que ver con la creación de los personajes, de manera contundente y verosímil. Personajes con trabajos comunes (o no tanto), comportamientos y sentimientos entendibles, pero simultáneamente dotados de cualidades extraordinarias y fabulosas.

 “La pista de hielo” tiene algo de novela policial pero también de novela amorosa. Sólo que lo “amoroso” no está puesto en relación con “lo sublime” o “lo trágico”.

La ilusión de romance de Rosquelles con la patinadora Nuria Martí (quien tiene una historia amorosa con Remo Morán), que acababa de perder la beca otorgada por la Federación Española de Patinaje, puede motorizar la realización de  lo-imposible cuanto menos un disparate, como por ejemplo, construir una pista de hielo, con fondos municipales, para que su enamorada pueda entrenarse adecuadamente y llegar preparada.  

La mano mágica de Bolaño la encontramos por ejemplo, cuando es capaz de hacer que uno de sus personajes, una vez encerrado en la cárcel, se tome todo su tiempo para hacer observaciones y escribir sobre la condición carcelaria y le propone al jefe penitenciario donde está alojado presentar dicho trabajo en co-autoría con él y lo más sorprendente de todo, que gane el concurso “Proyecto carcelario europeo”, patrocinado por la Comunidad Europea.

Bolaño hace queribles a muchos de sus personajes. Y puede lograr esto no sólo a partir no sólo de buenos conceptos, lindas descripciones sino también a partir del ensañamiento y de la burla, ya sea por las descripciones físicas como por sus pensamientos. Aun así, el lector puede encariñarse con dicho personaje. En la “Pista de hielo” Bolaño muestra toda su inclemencia con Enric Rosquelles:

“¿Ya he dicho que el jefe de Lola era Enric Rosquelles? Mientras vivimos juntos pude forjarme una idea aproximada del sujeto. Repelente. Un pequeño tiranuelo lleno de miedos y manías, convencido de ser el centro del mundo cuando a lo único que llegaba era a gordito asqueroso propenso a los pucheros”. (p. 141).

“Todos en Z. sabían algo, un poco, pero nadie tuvo la suficiente inteligencia como para relacionar los fragmentos de información en un todo coherente. Engañarlos es más fácil. En el fondo, creo que a nadie le preocupaba lo que sucedería en el Palacio o con el dinero. Sí, el dinero les importaba, cómo no les iba a importar, pero no al grado de hacer horas extras  para investigar su destino. De todas maneras, siempre fui prudente. Ni siquiera Nuria sabía toda la verdad, a ella le dije que la pista sería de utilidad pública y se fue todo, no hizo más preguntas, aunque era obvio que durante aquel verano solo nosotros fuimos al Palacio Benvingut. Claro que Nuria tenía sus propios problemas y yo eso lo respetaba. Dicen que el amor hace a las personas generosas. No sé, no sé; a mí sólo me hizo generoso con Nuria, nada más. Con el resto de las personas me volví desconfiado y egoísta, mezquino, maligno, tal vez porque era consciente de mi tesoro (de la fuerza inmaculada de mi tesoro) y lo comparaba con la putrefacción que los envolvía a ellos”. (p. 68).

Como ya anticipamos, Remo Morán es quién tiene una relación sentimental con Nuria, a quién conoció en una reunión de ecologistas. La patinadora posee unos encantos de seducción que, difícilmente puedan escapar aquellos que se fijen en ella:


“La acompañé hasta la calle donde tenía aparcada su bicicleta de carrera, cromada y refulgente. Antes de montar se hizo un moño sobre la nuca con una cinta negra y dijo que llamaría por teléfono. Sólo atiné a asegurar que podía hacerlo cuando quisiera, a cualquier hora del día o de la noche. Probablemente puse demasiado énfasis. Eso la molestó un poco y desvió la mirada. Tuve la impresión de que pensaba que iba demasiado rápido. ¿Estás enamorado de mí? No te enamores, parecía querer decirme. Me sentí frágil y corrido como un adolescente…” (p. 57).

“Una de las características de Nuria era que aun mucho después de haberse ido, parecía seguir vibrando de forma tenue en la habitación”. (p. 72).


La lectura en el mundo Bolaño

En casi todas las novelas de Bolaño, sus personajes leen. Ya lo saben quiénes leyeron “La literatura nazi en América”, “Los detectives salvajes” o “2666” por ejemplo. Y en “La pista de hielo” no será la excepción:

“Ella (Nuria) traía un bolso deportivo con su traje y sus patines y una botella de agua. También tenía por costumbre llevar libros de versos, uno diferente cada tres días, que hojeaba en los descansos, apoyada sobre una de las muchas cajas de material que había preferido no sacar del galpón para no despertar suspicacias. ¿Quién más conocía la existencia de la pista?” (p. 67).


La dimensión política de la novela: los inmigrantes

Gaspar Heredia es un poeta mexicano, indocumentado,  que consigue trabajar durante la primavera y  el verano en un camping propiedad de Remo Morán, como vigilante nocturno. Ahí conoce a Carmen, la víctima, y a Caridad, de quien se enamora.
La cuestión de no poseer papeles de residencia legal no es un hecho no menor en la literatura de Bolaño. Se sabe lo difícil que es para un latinoamericano no tener papeles en Europa, mismo en España, cuestión que también sufrió el autor de “La pista de hielo”.

Mi situación legal en España, salvo los primeros meses, era, por decirlo de una forma suave, desesperada: no tengo permiso de residencia, no tengo permiso de trabajo, vivo en una especie de purgatorio indefinido a la espera de conseguir dinero suficiente para ahuecar el ala o pagar un abogado que arregle mis papeles”.

La senegalesa pensaba trabajar haciendo faenas en casas particulares, las hermanas volverían al Prat, el peruano esperaba encontrar trabajo en alguna gestoría o empresa inmobiliaria de Z apenas tuviera sus papeles en regla, y el Carajillo se pasaría otro invierno encerrado en la recepción, vigilando el camping vacío. Cuando nos preguntaban cuáles eran nuestros proyectos no sabíamos qué decir. El plural de la pregunta nos avergonzaba. Vivir en Barcelona, probablemente, decíamos mirándonos de reojo. O viajar, o irnos a vivir a Marruecos, o estudiar, o tirar cada uno por su lado. En el fondo sólo sabíamos que estábamos colgando en el vacío”. (p. 164)


Por último, nada se dirá acá del asesino. Será el lector quien lo descubra y luego, quién podrá sacar sus conclusiones en relación a todo lo comentado.



lunes, 11 de noviembre de 2013

Jean Luc Nancy, "La ciudad a lo lejos"

"Quiera o no, la ciudad mezcla y remueve todo, separándolo y disolviéndolo. Nos tratamos, nos rozamos, nos tocamos y nos separamos: es un mismo andar (...) Todo el mundo se encuentra y se evita, se cruza y se desvía. Las miradas se tocan apenas, se detienen furtivamente una en la otra, los cuerpos tienen cuidado, territorios frágiles se transforman sin cesar, fronteras lábiles, móviles, plásticas o porosas, una mezcla de ósmosis e impermeabilidad".

"La ciudad come mucho, ostenta comer para todos los que pasan, expone el acto de comer y apura su ritmo. Hay que comer en todas partes y rápido, comer hablando y comer caminando, comer trabajando, fast food, schenll Imbiss, döner kebab, hot dogs, pizza, pain bagnat, snack (...) La calle huele a grasa o a pimentón. La ciudad huele a comida, es una recarga de energía siempre girando, atascando y desatascando. Luego llegan los cafés, los bodegones, las bares, la bebida que rompe la energía, la aletarga y la hunde siempre más lejos de la calle, en guaridas claro-oscuras, barras, cobres y maderas, vapores y juke-boxes, altos y remansos intestinos donde la ciudad se encuentra para olvidarse".





una calle quedó adoquinada
entre las calles asfaltadas
bellos adoquines pardo brillante claro
en espalda de gran lagarto
con un poco de hierba entre las escamas

domingo, 3 de noviembre de 2013

Eduardo Lalo, “Simone”


Eduardo Lalo nació en Cuba en 1960 pero será Puerto Rico el país que le dé su nacionalidad. Estudió en Nueva York y París, en la Universidad de Columbia y en la Sorbonne, respectivamente. Es escritor, profesor universitario, ensayista, artista plástico y fotógrafo (la imagen de tapa de “Simone” es del autor). Sus principales trabajos son "La isla silente", "Los pies de San Juan", “Donde", "Los países invisibles", "El deseo del lápiz", “Simone” y "La inutilidad", estas dos últimas publicadas por la editorial Corregidor. En 2013, obtuvo el premio Rómulo Gallegos a la mejor novela por “Simone”, siendo miembros del jurado  el portorriqueño Juan R. Duchesne Winter, el venezolano Luis Duno-Gottberg, y el argentino Ricardo Piglia, ganador de la edición 2012.


Diario de un escritor

“Simone” es una novela pero podría leerse también como un diario pero sin entradas ni fechas. Por supuesto, toda novela presupone al menos un lector. Y “Simone” causa mucha atracción entre los lectores que escriben o desean hacerlo, y también en lectores entrenados, ese tipo de sujeto que no sale de su casa sin un libro en el bolso o en la mano, aun sabiendo que no dispondrá de tiempo para leer, pero que por las dudas, igual lo llevan. Las complicidades y guiños con sus lectores, abundan en la novela. Aquí un ejemplo:


“Es curioso el fenómeno que consiste en que si no anoto un recuerdo o una idea éstas pierden su poder como si se secara su sustancia, haciéndolos para siempre inertes. Es como si sólo pudiera distinguir la vida a partir de la tinta”.

El personaje principal es un profesor universitario del que no sabemos su nombre, que va anotando sus pensamientos en cuadernos y libretas compradas en cualquier librería. Su itinerario de escritura incluye cafés, restaurantes, patios de comidas de centros comerciales. Y con él, su mochila cargada con anotadores y libros.

“Sé que luchar y escribir es lo mismo, haya o no haya algo contra lo cual hacerlo”.


Lalo también trabaja sobre las representaciones. Y no escapa a ello Puerto Rico, ¿qué lugar ocupa Puerto Rico fuera de ese país? ¿Qué se piensa de él cuando se la menciona? Este pensamiento, que aparece en las primeras páginas va a cobrar mayor fuerza cuando en las últimas partes de la novela conversan apasionadamente dos escritores locales y un escritor recién llegado de España, sobre la relación existente entre literatura y mercado. 
En relación a esto, una digresión o un sub-tema sobre este asunto. Hablar hoy de escritor comprometido quizá no signifique lo mismo que hace cuarenta años. Fue tanto el avance de las ideas neoliberales que hoy quizá sea necesario tratar de entender al compromiso del escritor en otra dimensión. No tanto en la escritura al servicio de una causa revolucionaria, precisamente la lucha armada como si lo fue fundamentalmente en la década del sesenta y setenta en Latinoamérica sino con la escritura en sí misma, con la estética y con el arte. 
En la siguiente cita podemos verificar ambas cuestiones, la invisibilidad de Puerto Rico y la relación entre un escritor ‘entregado’ al mercado:


“García Pardo, que vive de lo que escribe, aunque no sea de sus libros sino de los articulillos que publica en la prensa, se negará a percibirse así y pensará que se encuentra varios peldaños por encima de nuestra situación. Nosotros no somos subvencionados por nadie ni podemos escribir en una prensa que es un asco y nuestros libros no existen para prácticamente nadie. Somos una isla geográfica, política y literaria”. 


Los invisibles

Lalo también trabaja con otros imaginarios, otras culturas. Para ser más exactos, con uno de los fenómenos inmigratorios más espectaculares de los últimos tiempos, que se dio en Puerto Rico pero también en otros países del mundo. No citaré ni ejemplificaré ya que considero que esta cuestión es parte del pacto de lectura que establece el autor con sus lectores de manera directa. Mejor enterarse leyendo antes que cualquier nota o comentario sobre esta novela. 
Sólo puedo agregar que “Simone” se desarrolla en una geografía específica, la ciudad de San Juan, genera un fuerte sentido de identificación, y de aquí su potencia. Si se intercambiara San Juan por Buenos Aires, sería perfectamente comprendido el conflicto que se narra, lo que se invita a pensar, ya que las problemáticas de las ciudades, que cada vez son más parecidas entre sí, se comparten (la pobreza y la miseria, la falta de comprensión por parte de algunos dirigentes políticos que la ‘administran como una empresa’, por ejemplo), aun sabiendo de los rasgos que las hacen únicas e irrepetibles:


“¿Qué son estas calles sino la vida mía? A ningún dueño de la ciudad, a ninguno de sus alcaldes le importa la ciudad como a mí me ha importado, porque yo sé que no tengo salida, que nunca me podré ir de aquí. Ni el exilio me libraría de la ciudad. Sencillamente sufriría dos veces: por la ciudad y por estar lejos de ella.”
“Un pueblo que como Jefe de Estado vota a una efigie que en su vida ha leído a un libro, ¿está tan lejos de quemar libros?”

La novela puede ser leída también como un breve tratado descriptivo de las sociedades contemporáneas, por ende, también del mercado. 
Un escritor comprometido con el arte que va a escribir a un shopping puede ser considerado un hereje. Pero este escritor hace del uso de dicho espacio una apropiación,  un sujeto que va a al lugar, ícono del mercado a leer y a escribir. En estas oposiciones, Lalo juega cómodamente un gran partido y saca provecho. No se queda encerrado entre cuatro paredes, apesadumbrado. Recorre la ciudad, la transita, la explora. No la niega. La vive. Y lo mismo hace con el shopping... Va, elige una mesa de la terraza de comidas, adquiere tan sólo un café,  abre su bolso, saca su libreta, lee y por supuesto, escribe:

“Mi imagen en un centro comercial: un hombre solo, sentado ante una mesa, en la terraza repleta de restaurantes de comida basura, con un café y una libreta. A mis pies, una mochila con libros, otro cuaderno y dos plumas fuentes. Llevo horas aquí y no he comprado nada, ni siquiera un libro. Extraño, extrañísimo ante todo lo que me rodea, pero para mí no existe en el mundo una imagen más hechizante y perturbadora”.



Apenas mencioné uno de los problemas de las ciudades: la pobreza, la miseria. ¿Acaso no son los semáforos de San Juan, de San Pablo, de Medellín, de Santiago, de Buenos Aires, el lugar por excelencia donde se manifiestan la desigualdad? Basta que se ponga la luz roja para que queden cara a cara el mendigo y el que no lo es, el que anda a pie, en muletas, y a veces descalzo, con el sujeto que anda en un auto.
Como observador de las ciudades a Lalo no se le escapa este tipo de detalles. Y es sutil, porque no necesita enfrentar a un pobre con un millonario sino que le alcanza con presentarlo con el personaje de su novela, un hombre que lejos está de hacer ostentación alguna.


 “Ayer, en el semáforo de la avenida Ponce de León, esquina Roosevelt, el adicto que veo a diario y al que no le he dado un centavo en muchos meses…”

Un discurso amoroso y/o el placer del texto 

“Simone” también es una novela de amor. Un amor que se construye lentamente y crece a partir de la palabra. Un amor epistolar, de mensajes y de carteles en la vía pública, a veces más o menos visibles, otras con pequeñas anotaciones o dedicatorias escondidas de librería o biblioteca. 

Un amor que facilita el encantamiento a partir del placer del texto, nacido y consolidado en la escritura y en la lectura. Y sin caer en lo trágico, como suceden con amores tan intensos como verdaderos, a veces, el peso de las estructuras es mucho más fuerte. Estructuras tan pesadas que son capaces de aniquilar hasta la misma voluntad de amar, o al menos de impedir el amor mismo. 

“Esta noche salí a la calle y con un grueso pastel óleo escribí: ‘esa absurda ausencia de tu cuerpo’. En los muros y aceras, durante horas, dejé grabado el desenlace. Era una forma de duelo para un dolor que no cesaba. La ciudad era lo que quedaba, el territorio, al que pese a todo continuaba perteneciendo. Marcaba su superficie con la desnudez de mi dolor, atormentados, a veces al borde del llanto, a veces con una rabia implacable.” 



Una novela reflexiva

Hay novelas que por su trama facilitan una rápida lectura y no por ello carecen de profundidad y menos aun de calidad literaria. Pero también hay otras que están para leerse menos intensamente pero sí con mayor demanda de atención, pausas y reflexión, como si en cada frase o idea, puesta en el papel, fuera imprescindible levantar la vista de la página y en ese mirar la nada, detenerse a pensar. 

Y “Simone” de Eduardo Lalo, se amolda perfectamente a este modo de lectura.



sábado, 2 de noviembre de 2013

Jonas Mekas, "Ningún lugar adonde ir"


"Cuando dejé mi hogar, cuando dejé mi pueblo (cuando tenía doce años hice una lista de todas las personas de mi pueblo y encontré -si mal no recuerdo- 22 familias y 98 habitantes), cuando partí en un viaje que finalmente me llevó a recalar en Nueva York, tenía veintidós años. Ya era entonces un joven de cierta reputación. Durante más de un año había trabajado como redactor de un semanario de provincia. Había trabajado como editor técnico de un seminario semiliterario nacional durante otro año. Había publicado mis primeros poemas y había creado un escándalo en el "mundo" literario de Lituania con lo que hoy llamaría ataques estúpidos y maliciosos a algunos de los escritores y poetas de las generaciones precedentes.
Era evidente que estaba bastante involucrado en la vida que me rodeaba. Pero había algo extraño en mí: mi propia vida, mi pasado, mis raíces, mis ancestros, me resultaban completamente ajenos. No me interesaba en absoluto mi vida ni mi entorno inmediato. Por ejemplo, hasta los veinte años no tengo recuerdos de qué comíamos. Todo lo que recuerdo es que mi madre solía repetir: "A comer, ya basta de libros, por favor. Siempre frente a un libro. Hay que alimentarse mejor". Si alguien me pregunta qué comen los lituanos no sabría qué responder.

A los diecisiete años es probable que hubiera leído todo lo que se había escrito en lituano, incluidas las revistas y los diarios del pasado. Los había leído y memorizado a todos. Tanto es así, que algunos de mis amigos más grandes del ambiente literario de la capital, cuando no podían recordar dónde había aparecido algún artículo, solían decir: "Ah, pero está este chico en aquel pueblo, por qué no le pregunta, él debe saber". Y yo siempre tenía la respuesta. Pero no sabía quiénes eran mis sobrinas o primos o tías ni ninguno de mis parientes. Mis ancestros eran los poestas, los filósofos y los enciclopedistas, vivos y muertos".

Jonas Mekas, "Ningún lugar adonde ir", Caja Negra, 2008.

Pablo Zunino, "El doctor Lacan, una vida de novela"

Este texto fue nota de tapa del suplemento ADN Cultura del diario La Nación el 9 de noviembre de 2011.
Cinco páginas escritas magistralmente. Una biografía del psicoanalista francés narrada de manera sucinta pero con un alto vuelo literario. Amantes, neutrales y detractores de Lacan, todos, deben leer esta historia.



Texto de Pablo Zunino

Lacan. A secas. En general y desde siempre lo llaman así en el medio psicoanalítico. Son menos los que lo nombran como Jacques Lacan. Ninguna de las dos formas terminó de gustarme nunca, desde los tiempos en que me enteré de su existencia en la Facultad de Psicología de la UBA, allá por el lejano 1977. Lacan, a secas, suena muy parecido a una marca comercial. Y "Jacques Lacan" parece demasiado confianzudo para ser usado por alguien que no lo conoció personalmente. Buscando material para estas líneas, encontré unas cuantas entrevistas periodísticas donde colegas franceses e italianos de otrora siempre iniciaban su cuestionario con un elegante y respetuoso "Dígame, doctor Lacan?" Asocié de inmediato no con doctor como sinónimo de médico sino con el brillo de un título honorífico tan laico como por fuera de toda jineta universitaria, de sincero halago de un civil hacia alguien docto, estudioso, erudito, curioso, jugado -en vida y obra- a la aventura del conocimiento y de la creación. El doctor Lacan: por fin había encontrado al gran personaje de una posible ficción.

Se supone que los primeros olores de infancia de Jacques Lacan, esos que quedan para siempre en la nariz, deben de haber sido los del vinagre y la mostaza. A ese negocio se dedicaban sus mayores en Orleáns. La otra atmósfera envolvente de la casa familiar era la del catolicismo. No por nada todos los hijos del matrimonio de Alfred Lacan y Emilie Baudry llevaron como segundo nombre el de la Virgen María. Jacques-Marie Emilie Lacan era el mayor y había nacido junto con el siglo, en 1901, en París. Sería su hermano Marc-François quien tomaría la posta de la antorcha religiosa, convirtiéndose en monje benedictino. En cambio, Jacques-Marie dejaría progresivamente de usar ese segundo nombre para firmar sus trabajos. Nunca había manifestado el más mínimo interés en quedarse atrapado en los límites de esa cultura conservadora de artesanos devotos, ni por heredar las riendas del negocio del vinagre y la mostaza.

El solo hecho de lanzarse a devorar en alemán y con apenas 16 años de edad los textos de Nietzsche daba las primeras pistas de que su cabeza ya estaba puesta en buscar otra cosa, orientada a explorar y pisar esa gran escena moderna que fue la París de entreguerras.


Aprendía mucho en los salones donde se codeaba con los surrealistas. Más que por esnobismo o por puro gesto rebelde de juventud, tenía mucha sintonía con ellos porque, al escucharlos hablar y al leer y observar sus obras artísticas, pescó rápidamente que habían entendido bien, antes y mejor que las corporaciones médicas y los primeros agrupamientos de psicoanalistas franceses, de qué se trataba eso del inconsciente freudiano. El doctor Lacan siempre tuvo don de sabueso para olfatear y ubicar personajes inteligentes y con ideas, como cuando se iba a escuchar a un profesor ruso que daba histriónicas conferencias acerca del amo y el esclavo de Hegel o concurría a lecturas públicas del Ulises de James Joyce. Le despertaba deseos más entusiastas esa exploración algo excéntrica que la transmisión académica y la formación que más adelante recibiría en la institución francesa oficialmente reconocida por la Internacional Psicoanalítica.


Para su análisis didáctico, ese que tenían que hacer los candidatos para ser autorizados a oficiar, le tocó el doctor Rudolph Loewenstein, un polaco que había huido del nazismo y que había recalado en París del brazo de la princesa Bonaparte, una noble muy estrafalaria que irritaba profundamente al doctor Lacan. Y viceversa: archirrivales para siempre. No es forzado imaginar que ese tratamiento fue una verdadera batalla campal.

El doctor Lacan olía deseos bastante expandidos entre sus colegas franceses: el de "desgermanizar" el psicoanálisis, el de diluirle el supuesto pansexualismo que se le atribuía desde siempre, el de estandarizarlo hasta en el tiempo de duración y la frecuencia de las sesiones. Y el doctor Loewenstein representaba justamente buena parte de todo eso que tanto amoscaba al doctor Lacan.

A su modo, lo que ocurría en ese consultorio era reflejo del mapa mundial del psicoanálisis, donde había toda clase de problemas. Hasta se dudaba de sus chances de sobrevivir.

Buena parte de la historia del psicoanálisis transcurre en diásporas. Corridos por los nazis, la primera camada de discípulos de Freud había disparado adonde había podido. En Estados Unidos se armó un verdadero desastre. Para adaptarse a esa cultura estadounidense que todos sabemos hasta dónde es capaz de llegar con casi todo lo que toca, se apoyaron en una partecita del complejo edificio teórico freudiano, se sacaron de encima cosas tan complicadas, oscuras y difíciles de entender como el concepto de pulsión de muerte y lo dieron vuelta todo, hasta la misma práctica: el paciente fue dibujado como un individuo angelical que quería curarse y el terapeuta, como un ser virtuoso que lo guiaba hacia la explotación de las partes sanas del yo en pos de salvaguardar la salud psíquica.

Salvo escasas excepciones, ese cuentito tan Disney era lo que primaba en el norte y del otro lado del océano. El doctor Lacan tomó casi como reto personal defenestrar semejantes simplificaciones: no hay tales seres angelicales, sino espesos y enrevesados sujetos neuróticos capaces hasta de sacar ventaja de sus propios sufrimientos. Ni siquiera hay tal individuo con forma de esfera cerrada y autónoma, sino que el ser humano es pura división y conflicto en todos sus modos de funcionamiento y de estar en la vida. Y el lenguaje no es una función o una conducta más de la que nos valemos, sino que el lenguaje nos toma a nosotros, es la condición indispensable para que podamos constituirnos como humanos.


Nos habitan deseos prohibidos y hasta odiosos que ni siquiera registramos. No somos dueños ni de nuestra propia casa, ni tenemos una sexualidad clara, transparente y educable, sino una intrincada red de pulsiones siempre tentadas de desbordarse. Y el analista no es ideal de nada, ni tampoco se trata de alcanzar ningún ideal de nada, menos que menos de salud, sino -con suerte y viento a favor- de tramitar los síntomas de cada quien hacia destinos menos sufrientes y miserables. Y para eso hay que escuchar al inconsciente. El doctor Lacan les propinó una verdadera paliza teórica a los colegas exiliados en Estados Unidos y a sus discípulos, con golpes a la mandíbula tales como sus formulaciones sobre el estadio del espejo, donde demuestra de un modo palmario que ese yo tan ensalzado no es más que un lugar de máximo desconocimiento y de vana y forzada ilusión de completud. Nada de autonomía yoica: dependemos del inconsciente.


En Inglaterra, ocurrían sucesos menos banales, más interesantes y hasta de respetable tono épico. Las bombas que caían sobre Londres eran el único motivo capaz de hacer levantar las tumultuosas asambleas de la filial psicoanalítica oficial donde dos damas recién desembarcadas, la señorita Anna Freud (la hija de Sigmund) y la señora Melanie Klein, se trenzaban a los gritos discutiendo sobre sus abismales diferencias acerca del psicoanálisis de niños.

Las locas del pueblo

En tiempos de su internado en psiquiatría en el Hospital Sainte-Anne, en la década del 30, por distintos motivos y en distintos ámbitos aparecieron unas cuantas mujeres muy significativas en la vida del doctor Lacan. Una de ellas era Marguerite Anzieu, oscura empleada de correos, de atribulada existencia e historia personal, que había desarrollado un delirio paranoico en el cual la actriz Huguette Duflos, una exitosa comediante de la época, era la organizadora y ejecutora de un enorme complot para que Marguerite no pudiera avanzar en su proyecto de convertirse en escritora de fama. Un policía le detuvo la mano justo a tiempo cuando, en plena descompensación, se abalanzó sobre la sorprendida actriz e intentó acuchillarla. La noticia ocupó los titulares del día. A ella la llevaron primero a la comisaría, luego a la cárcel y por último al hospicio de internación. Durante un año el doctor Lacan se entrevistó diariamente con Marguerite, leyó sus escritos, observó sus fotos, se internó en su delirio (hoy diríamos que hizo algo así como un stage intensivo en paranoia), se adentró en la locura y en el misterio de lo femenino. El caso se convirtió en su trabajo de tesis y, por razones de necesaria discreción, lo denominó "el caso Aimée".

Salvando las distancias, Aimée fue a Lacan lo que Dora fue a Freud. En algunos aspectos, al menos, la comparación se sostiene: así como el fallido tratamiento de la histeria de Dora funcionó como causa en Freud para seguir afirmándose y avanzando en el psicoanálisis, el caso Aimée empujó al doctor Lacan a poner la paranoia en el centro de su interés. Fue un momento bisagra, en que se arrojó definitivamente a las aguas del psicoanálisis de un modo muy original y con un caso de tintes literarios. Salvador Dalí se sacó el sombrero públicamente luego de leerlo y el nombre del doctor Lacan comenzó a sonar cada vez más fuerte. Aumentó su fama -más en los medios intelectuales que en las corporaciones médicas, donde lo miraban con recelo- otra publicación de su autoría aparecida poco tiempo después acerca de otro hecho policial: el salvaje asesinato de su patrona por parte de las hermanas Papin, tragedia ocurrida en Le Mans que también inspiró a Jean Genet para su obra teatral Las criadas .

La comedia del amor

Hombre coqueto con su vestuario y muy cuidadoso de su aspecto, el doctor Lacan tenía fama de donjuán
con las mujeres. Una de ellas, de nombre tan encantador como difícil de pronunciar, Olesia Sienkiewicz, hija de un banquero católico de origen polaco y de aspecto algo andrógino, era cortejada por los mejores caballeros y había sido esposa del escritor Pierre Drieu La Rochelle, quien la habría abandonado por Victoria Ocampo. Cuando cayó rendida ante la seducción del doctor Lacan, compartieron una buena temporada de pasión, con paseos en automóvil a toda velocidad. Dicen que el doctor conducía como un poseso, siempre con el pie hasta el fondo del acelerador.


En 1935 se casó por rito cristiano con Marie-Louise Blondin, Malou para la familia, con quien tuvo tres hijos: Caroline, Thibaut y Sibylle. Las fotos muestran a una mujer hermosa a la que es posible concebir como el clásico estereotipo de la esposa de un médico, siempre un paso atrás de su marido y con ideales burgueses y conservadores. Todo muy ordenado, quizá demasiado, para alguien tan inquieto como el doctor Lacan.


La comedia del amor se le enredó aún más cuando, tras poco tiempo de matrimonio, cayó rendido antes Sylvia Maklès, incipiente actriz de orígenes rumanos, con la carrera en alza luego de haber filmado con Jean Renoir y aún no separada legalmente del escritor Georges Bataille.

Durante la ocupación nazi, el doctor Lacan prácticamente se retiró de la vida pública. Había regresado muy impresionado luego de asistir como espectador a los Juegos Olímpicos de Berlín que le habían dado una intuición muy inquietante de hasta dónde serían capaces de llegar los nazis. Sylvia se refugió en zona libre, en el campo, y el doctor Lacan alternó estancias en la Provenza y temporadas en su hogar legítimo en París. El asunto es que ambas mujeres quedaron encintas con pocos meses de diferencia. Con Sylvia tendría a Judith, la niña de sus ojos; con Malou, a Sybille, que quedó en un lugar más sombrío. Malou le concedió el divorcio pero puso como condición que los chicos no se enteraran de que el doctor Lacan ya tenía otro hogar, pacto que sería mantenido y respetado durante años. Cuenta la leyenda que una vez, al detenerse el auto del doctor Lacan en un semáforo, los chicos, que casualmente estaban por cruzar esa misma esquina, vieron a su papá con otra señora que no era la mamá de ellos en el asiento de al lado y una nenita desconocida en el asiento de atrás. El doctor Lacan miró para otro lado y aceleró a fondo apenas el semáforo dio luz verde.

La princesa Bonaparte

En 1951, el doctor Lacan y otros rebeldes de primer orden abandonaron la institución psicoanalítica que hasta allí los había cobijado y, poco después, fundaron una propia. El problema era que la nueva entidad corría el riesgo de quedarse afuera del paraguas protector de la Internacional Psicoanalítica. Había que atreverse a navegar solitariamente en tiempos tan convulsionados, cuando el mundo apenas si empezaba a reordenarse después de una devastadora guerra. Fueron años de negociación intensa. La Internacional pedía las cabezas del doctor Lacan y de la doctora Françoise Dolto, una brillante psicoanalista muy influida por el cristianismo y con aspecto de enfermera bondadosa, que nada tenía de ortodoxa para llevar adelante sus tratamientos con niños y que llegaría mucho después a ser figura de masas por sus intervenciones en la radio, rebautizada como Madame Pipí Cacá por su cariñoso público.

Para defender al pequeño dragón Dolto y al gran dragón Lacan (así se los llamaba en el medio profesional), una troika de mesa chica intentaba que la nueva institución fuera reconocida y respaldaba a los dos dragones con pasión y lealtad. En la Internacional Psicoanalítica se rumoreaba que ellos no respetaban los cincuenta minutos de sesión ni la frecuencia de cuatro o cinco veces por semana establecidos como estándares para que un tratamiento pudiera calificarse de psicoanalítico y, la peor acusación, que ejercían una influencia desbocada sobre sus pacientes. Ninguno de los dos cedió, sin embargo, en su modo singular, propio y renovador de encarar el trabajo analítico, y fundamentaron con solidez los porqués del camino elegido, aun en los momentos más teatrales de esta trama, como cuando se formó una comisión investigadora comandada por el doctor Pierre Turquet, que en el foyer de un hotel de lujo interrogaba uno tras a otro a pacientes que se encontraban haciendo análisis didácticos con los sospechosos. Al respecto, el doctor Lacan gozaba de fina malicia para burlarse de quienes, según él, padecían de simple y llana tontería: al doctor Turquet lo rebautizó como doctor Turkey (en inglés: pavo) y se refería a Jean Piaget, un poco injustamente, como "ese psicólogo alpino", encogiendo los hombros en gesto desdeñoso.

Pero las peores diatribas se las llevaba la princesa Marie Bonaparte, a quien motejaba directamente de "cadáver ionesquiano", ya que le parecía un personaje que se había escapado de una obra absurda de Eugène Ionesco. Sobrina bisnieta de Napoléon y casada por matrimonio concertado con el príncipe Georges de Grecia, ella no podía comportarse sino como una princesa caprichosa y millonaria. Envuelta en largos tapados de piel y encapotada en estrafalarios gorros de los cuales pendían cabezas de chinchillas, hacía y deshacía a su gusto en cuestiones de política psicoanalítica y solía ser la que terminaba bajando el martillo, también porque aportaba fondos para sostener publicaciones y congresos. No era una mujer tonta y produjo escritos que tienen lo suyo, pero se ponía insoportable cuando alardeaba de haberse tratado con el mismísimo Freud y sumaba al brillo de su propia leyenda la valentía de haber logrado sacar a Freud de Viena y llevarlo a Londres, poniendo pecho, contactos, dinero e inmunidad real al servicio de atravesar los cercos nazis.

La princesa (no fue la única, por supuesto) complotó cuanto pudo para que el doctor Lacan fuera expulsado de la Internacional. El hecho se concretó finalmente en el verano de 1963, en el Congreso de Estocolmo, adonde él llegó en un auto conducido por su hija Judith, luego de atravesar todo el centro de Europa, esta vez en el asiento del acompañante y sabiendo que la suerte para él ya estaba echada.

Los años dorados

Desde 1954, el doctor Lacan dictaba su famoso seminario en el anfiteatro del Hospital Sainte-Anne. En 1964 fundó la Escuela Freudiana de París, que comandó durante quince años. Su seminario se mudó a la Escuela Normal Superior, por directa intervención de Louis Althusser. El auditorio se amplió, llegaron nuevas generaciones de interesados, de distintas procedencias, y el doctor Lacan se floreaba en un singular y hasta histriónico estilo de enseñanza oral que se tomaba largas temporadas para desarrollar minuciosa, obsesivamente, cada tema. Entre los nuevos también arribó Jacques-Alain Miller, que ocuparía un lugar protagónico en la saga lacaniana y que se casaría con Judith Lacan.

Fueron años dorados. De los divanes salía jugosa clínica, la producción teórica era impresionante en
cantidad y calidad, y los interlocutores de extramuros eran un lujo: desde la flor y nata del estructuralismo hasta Martin Heidegger. También tenían su parte los universitarios y los protagonistas del Mayo del 68 francés. Cuando publicó sus famosos Escritos , en 1965, Lacan llegó a vender entre ambos volúmenes cerca de 300 mil ejemplares sólo en Francia. La consagración como una de las grandes figuras de la cultura del siglo XX había llegado para el doctor Lacan, que se había ganado por derecho propio su lugar único y distinto en la historia del psicoanálisis.


En el último lustro de su vida, de 1975 a 1980, las cosas se complicaron nuevamente. El tema de la formación de analistas reflotaba nuevamente como piedra angular de los conflictos institucionales. El tiempo de las sesiones se reducía cada vez más y producía cada vez más controversias y habladurías, y sus silencios, cada vez más prolongados, eran entendidos por algunos como brillantes interpretaciones del doctor Lacan y por otros como simples signos del deterioro causado por el paso de la vida. Fue otro momento difícil. El doctor Lacan disolvió su escuela, soltó el timón, pasó la posta de esas disputas a sus seguidores y se murió el 9 de septiembre de 1981, hoy hace exactamente 30 años.


Epílogo a la manera de un elogio

Ni desfile con bombo y platillo, ni misa de acción de gracias. Tampoco esas bochincheras fanfarrias que atruenan en inauguraciones de estatuas conmemorativas, siempre en riesgo de ensuciarse por el sobrevuelo amenazador de las palomas. A 30 años exactos de la muerte del doctor Lacan, ocurrida el 9 de septiembre de 1981, parece mejor tomarse la licencia de ensoñar el germen de una ficción literaria sobre su vida y su obra. Título: "El doctor Lacan: una vida de novela". También se presta para película u obra de teatro.

Además de que hay abundantes fuentes y materia prima como para aventurarse en tal dirección creativa, ese camino ayuda a esquivar fantasmas típicos de los recordatorios. El primero es pasarse de prudencia al meterse con un prócer del psicoanálisis pero también -y no es exagerado sostenerlo- de la cultura porteña. Y no sólo la protagonizada por las elites intelectuales: su hija Judith contó que en el control migratorio de Ezeiza le habían preguntado si era hija del psicoanalista francés. Una escena legendaria, elocuente.

Se impone en el epílogo un elogio, una alabanza a la figura del doctor Lacan. Aunque no hace tanto que terminó, el siglo XX parece ya una orilla lejanísima. Vivimos tiempos de hiperespecialización al infinito, de segmentación de conocimientos focalizados las más de las veces en minucias intrascendentes, de expertos en naderías cuyo nombre propio no llega a inscribirse en la memoria colectiva, de producción académica sin grandes novedades y, quizá como consecuencia de lo anterior, de proliferación imparable de gurúes de la más baja estofa.

Mirada desde la perspectiva de este incipiente siglo XXI en que parece primar una frenética y loca carrera hacia la nada, con mucho ruido y pocas nueces, la vida y la obra del doctor Lacan se elevan hasta alcanzar la estatura de una novela barroca protagonizada por un héroe romántico que atravesó las mil y una peripecias intelectuales y personales, poniendo en juego una pasión que mantuvo su empuje a lo largo de los 80 años que vivió y siempre puesta al servicio de pensar grandes asuntos y de protagonizar momentos decisivos en la historia de las ideas.

El doctor Lacan no se privó. Se puso como meta relanzar y hasta reinventar un psicoanálisis sobre el cual, ya en la primera mitad del siglo XX, pesaban sombras de domesticación que amenazaban con pasteurizar los descubrimientos de Freud más disruptores, radicales e incómodos para la soberbia humana. Para embestir con semejante empresa de rescate, tejió una espesa y abigarrada urdimbre. Puntualizaré sólo algunas de sus fuentes, sus grandes hilos conductores y sus enseñanzas básicas.

El doctor Lacan bebió de la lingüística y del estructuralismo para devolverle el centro de la escena al costado más "lenguajero" (chistes, lapsus, relato de sueños, etcétera) de la obra freudiana, que es el más resistente a ser deglutido por la medicina. No está de más recordar que el psicoanálisis no es una medicina ni comparte con ella clínica, objeto ni método. Lo mismo con las psicologías. Lo mismo con la psiquiatría. Sí hay una interlocución posible y necesaria con esos otros saberes y prácticas. Dicho de un modo apenas distinto: no toda práctica que lleva el prefijo "psi" se refiere a un mismo modo de intervención frente a los padecimientos psíquicos.

Para hacerles frente, en épocas como ésta la oferta sobreabunda: instructivos, correctivos y autoayudas; promesas de curación con garantía de fecha de final feliz incluida; ideales de salud psíquica nacidos de la estadística, la moral y el misticismo; adiestramiento de lateralidades cerebrales y técnicas de reforzamiento para combatir debilidades, tentaciones y excesos; manuales clasificatorios psiquiátricos de uso global y de cuño "ingenieril" que todos los días suman nuevas enfermedades del alma y cuyo título se anuncia en sociedad con la altanería y el vaciamiento de humanidad propio de las siglas ( DSM-IV , cuarta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales ), al mismo tiempo que, en sintonía con todo lo descripto, botiquines y mesitas de luz desbordan de psicofármacos. Para todo pesar o déficit hay un método infalible, una técnica, cuanto más rápida, mejor, y casi siempre facetada y promovida con lenguaje tecnocientífico.

En contraposición a semejante metralleta terapéutica, el psicoanálisis sigue apostando a la espartana y sencilla fórmula de que el paciente hable y el analista escuche con singular atención puesta en el inconsciente como vía regia para que cada quien que consulta haga lo mejor posible con los padecimientos que lo aquejan. En términos freudianos: convertir el sufrimiento neurótico en infortunio común. ¿Pesimismo? No, modestia de objetivos, que a veces dispara resultados sorprendentes, justamente por no buscarlos. El tratamiento no es un camino de rosas: el psicoanálisis no promete la felicidad ni es concepción del mundo. A contrapelo del furor por curar que domina la época, un psicoanalista responsable debe cuidarse bien de prometer algo, salvo invitar al trabajo analítico en caso de que lo considere pertinente y de que haya logrado influjo suficiente para proponer tal travesía.

El doctor Lacan puso en caja todo este complejo asunto que ya se veía venir en imparable crecimiento a mediados de los años 50, ubicó unas cuantas cosas en su lugar y disipó uno que otro malentendido. A todo este respecto, hay un antes y un después del doctor Lacan. En su aventura intelectual, la osadía fue rasgo permanente de un modo de acercamiento envolvente y selvático a los asuntos de su interés, de la búsqueda de ideas en los campos más diversos, de un anhelo de absorber y reprocesar conocimientos cuya amplitud de intereses sería difícil de sostener hoy, en tiempos segmentados y de mirada tan corta y apurada.

Así, el doctor Lacan se atrevió con filósofos alemanes en días en que un antigermánico chauvinismo francés hacía estragos; se dio cuenta de que lo habían entendido antes los artistas del surrealismo que algunos empacados colegas médicos; se sirvió de los cuerpos deformables de la topología para ilustrar algunos de sus conceptos. Inventó un álgebra para intentar transmitir sus teorizaciones con la menor distorsión que fuera posible; se inspiró en un célebre escudo de familia en forma de nudos entrelazados para explicar los tres registros de la experiencia humana (real, simbólico, imaginario); intentó un nuevo modelo institucional para agrupar a los psicoanalistas; reformuló los modalidades tanto de formación de oficiantes como de atención clínica; se apasionó por la paranoia y puso en jaque cuadraturas psicopatológicas establecidas; aprendió tanto de las locas del pueblo internadas en los hospicios como de la multitud de pacientes que poblaron su consultorio; se involucró con casos gravísimos que nadie se animaba a tomar en consulta; dictó durante décadas un seminario que terminó convertido en pasión de multitudes. Expulsado de la Internacional Psicoanalítica oficial por manejar de un modo libre los tiempos de la sesión, les metió el dedo en la oreja a sus colegas al subrayar que, a la hora de que emerja el inconsciente, las mayores dificultades aparecen del lado del sillón y no del diván. El doctor Lacan produjo ni más ni menos que todos esos movimientos y efectos.

Tanta intensidad provocó, además, indelebles huellas puertas afuera del campo freudiano. La gran aventura intelectual del doctor Lacan tuvo empuje suficiente para permear en el feminismo, en la crítica literaria, en el eléctrico ping-pong que mantuvo con los jóvenes de Mayo del 68 francés, en la universidad (con la que tuvo una relación intermitente y mercurial). Por supuesto, más de una vez se estrelló contra sus propios envaramientos y espejismos, tuvo sus fracasos, alcanzó la órbita de jefe de escuela, algo que también produjo complicados efectos de masa, y forzó algunos planteos hasta llevarlos a límites de máxima tensión. Luego de su muerte, dejó una herencia doctrinaria e institucional que dio lugar a distintas y complejas tramitaciones que aún siguen su curso treinta años después.

Ocurre así también porque la obra del doctor Lacan sigue siendo, hasta ahora, la última gran obra que produjo el psicoanálisis. Después, no apareció otro nombre propio que produjera cantidad y calidad comparables, no hubo nadie que se postulara como refundador o como el héroe de relevo para insistir con una nueva empresa de relanzamiento, no hubo descubrimientos ni formulaciones tan singulares para poder hablar, por lo menos fácilmente, de un poslacanismo. Hubo y hay, sí, brillantes clínicos, teóricos, divulgadores, comentadores, intelectuales, analistas de la cultura y maestros filiados en esa cuna.

En los últimos 30 años, el doctor Lacan sigue estando en el centro de la escena (al menos en dos grandes metrópolis freudianas, como son París y Buenos Aires) y del debate psicoanalíticos, con posturas extremas que van desde la santurronería glorificadora hasta el vapuleo feroz, pasando por todas las estaciones intermedias, que incluyen olvidables guerras santas y polémicas para recordar. Se puede oficiar de psicoanalista y no adscribir a posturas lacanianas, y hay muy respetables ejemplos de ello, al menos a juzgar por el testimonio que hacen de su trabajo de consultorio. Pero no se puede presumir de oficiar de psicoanalista sin haberse aunque sea asomado a la obra del doctor Lacan.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Luciano Lutereau, "Forever juntos"

Después de leer Forever juntos cabe preguntarse si es posible escribir sobre esta experiencia de lectura.
La respuesta deberá ser sencilla, decir “sí” sin objeciones, ya que no hay tema de la condición humana que no haya sido tratado y escrito.
Sin embargo, hay que hacer aclaraciones. Es sabido e innecesario a esta altura decir que para acceder al aura de una expresión artística, para capturar la radiación luminosa que emanan de sus trazos, sea la obra una pintura o en este caso, la poesía de Luciano Lutereau, sólo puede lograrse mediante una contemplativa lectura.

Forever juntos es un libro con menos de cincuenta páginas que incluye veinte poemas (me ocuparé exclusivamente de ello), un prólogo de la editora Julia Pirani y un breve texto, también de Lutereau sobre la “edición independiente”.

Les amants: el amor vuelve siempre

Forever juntos puede leerse de varias maneras. Pero la posibilidad que está presente en todas esas sin dudas, es la del juego. En la lectura más esperable, la del orden propuesto por el escritor, cada uno de los versos puede desplegar su potencia y su singularidad por sí mismos, y a su vez, ser capaces de vincularse con los restantes en plena armonía, como si cada uno de ellos fueran partes imprescindibles de una pieza musical.  
Vale decirse que en este tipo de lectura elegida, la que va de principio a fin, no concluye como una novela rosa, mucho menos telenovela melodramática, por más que las últimas dos palabras del libro sean “nuestro casamiento”. Sin anunciar un final trágico, creo que no puede pensarse en un “final feliz” cuando el poema termina con esas dos palabras precedidas de:

gente sin swing
en un museo nacional
y una lista sábana  llena,
los curas, y la mafia un día

Otra posibilidad de lectura, meramente contingente, es la que nos permite el azar. Un azar abierto a arbitrarios saltos del lector, que puede comenzar a leer un poema de la mitad del libro, volver al primero, pasar al tercero, continuar por el último y finalizar por el octavo… un tablero de múltiples posibilidades de lecturas, inestable y caótico.
Porque en el estado amoroso, el caos reina. Pero también ordena, y aquí su paradoja. Si no, ¿cómo explicar que pueden convivir simultáneamente el enamoramiento y el desgano, la pasión y la melancolía ante lo que se fue alguna vez o la necesidad de su regreso, la posibilidad –latente – de ruptura y el casamiento con o sin “papeles”?
En el instante imperceptible, en ese momento en el que no somos conscientes de la vivencia del amor, es muy probable que todos los mecanismos de resguardo, del “deber ser”, de la “imagen y la compostura” se caigan a pedazos.  Esas sensaciones se alojan en un sí-lugar, donde se expresa el estado primario de lo afectivo: el cuerpo. Y es allí donde se plasman las experiencias.
Sin embargo, Luciano Lutereau va más allá de lo corporal. Desnuda la conciencia amorosa, la deja expuesta, le quita los formalismos, mientras que simultáneamente vivifica un delicado erotismo. Pero por encima de todo, aun con palabras “cursis”, no renuncia a su compromiso con la estética y mucho menos con la percepción. 
Es a partir de este compromiso que sus veinte poemas pueden alcanzar una luminosa belleza:

La mejor geometría
Es la de tu ropa interior
Cuando descansa a un lado
de la cama junto a mi sweater
entre tu pantalón y cuatro medias abrazadas,
indiferentes, cada una, a sus rayas y color
un par sin simetría podría ser, acaso,
la más prolija definición de dormir
una noche con vos.

El sujeto amoroso y la valentía

Sea mayor o menor la angustia, la vergüenza y el miedo al rechazo, no hay sujeto más valiente en el mundo que aquel sujeto capaz de confesar su amor a su amada o amado a pesar de no tener un ápice de certeza de aceptación por parte de este o esta. Más valiente que el trapecista que se balancea solamente con su torso sin utilizar manos, brazos y piernas, allá arriba, cerca del cielo, mientras que debajo de él, en la Tierra, el piso mismo, sin una red que lo proteja.
Todo vínculo amoroso comienza con una idea y quizá esta sea la más significativa de todas. Porque allí se encuentra el origen.

yo gusto de vos 
por eso estoy de acuerdo 
en todo lo que decís

Lutereau no sólo la capta sino que la cristaliza en palabras, nos la hace accesible. Porque sin esa idea, no hay posibilidad de amor.

En busca del discurso perdido

No me animo a dar un juicio definitivo sobre la relación que se hace de este libro y la cuestión kirchnerista. Intentaré al menos, dejar un escenario abierto, cuanto menos para la discusión. Se menciona al kirchnerismo no sólo en el prólogo sino también en el último poema “La religieuse”:

No es un mambo
que vos seas kirchnerista
aunque del peronismo nada
quieras saber…
                              
La poesía de Forever juntos está en sintonía con el kirchnerismo[1], en cuanto está inserta en una etapa de reconstrucción económica, política y social, luego de casi seis décadas de constante caídas y retrocesos en dichas áreas.
Heredero fundamentalmente de la violencia represiva de los años setenta, y luego víctima de la devastación económica de lo que denominamos “los noventa”, el kirchnerismo fue y es partícipe de la reconstrucción del estado en todas sus dimensiones.
En la década menemista se consolidó un tipo de discurso egoísta, individual, y para nada sincero. Y el discurso amoroso, no salió ileso: “lo mejor es estar solo”, “a mí me gusta estar solo” “yo quiero estar solo”, “mejor así, sin compromiso”, ”No digamos nada, no somos nada” , “¿Casamiento? ¡Qué horror, eso no va más!” y un sin fin de sintagmas de esa índole. 
El carácter irruptivo de Forever juntos está dado primero por la recuperación de ciertos temas alrededor del amor. En la poesía del Lutereau no se manifiesta vergüenza ante la confesión de un enamoramiento y tampoco se cae en lo naif. Hay señales de una recuperación sentimental:

El amor no se paga con dinero

Ciertos tópicos que fueron silenciados, discursos que fueron disminuyendo su poder, Lutereau los retoma. “Comida”, “hogar” y “sueño” vuelven a pronunciarse sin ser deslegitimado: 
buscando lo mínimo para sobrevivir 
forever juntos es distinto: la comida tiene gusto a comida, 
una casa es un hogar y soñar despierto 
es mejor que dormir sin sueños

Post- scriptum

Varias puertas puede abrir la poesía. Pero las principales impresiones que me causo Forever juntos ya están expuestas.  Leo Diarios de Alejandra Pizarnik y es muy clara al respecto:

... en verdad, es un poco estúpido hablar de poesía: o se la hace o se la lee.  

Luciano Lutereau pudo hacerla. A nosotros, nos queda sólo leerla y por supuesto, también pensarla. Porque es de nuestro mundo y de nuestra contemporaneidad, de lo que el autor nos habla.



[1]  Movimiento político surgido en el peronismo que tiene como fecha fundacional el 25 de mayo de 2003 cuando Néstor Kirchner asume la presidencia, y luego es sucedido por Cristina Fernández (casada con Néstor Kirchner) hasta la actualidad. Sus postulados políticos e ideológicos se basan en la defensa de los derechos humanos, un paulatino mejoramiento en la redistribución equitativa de la riqueza, inclusión social, rechazo de la economía de “mercado”, soberanía ante los organismos financieros internacionales, integración regional latinoamericana.



jueves, 31 de octubre de 2013

Alejandra Pizarnik, "Diarios"


"Entro en una librería desconocida. Me dirijo a los anaqueles coloreados, llena de curiosidad y tensa emoción. La esperanza de hallar 'algo nuevo' es quebrada por la voz del empleado que me pregunta qué títulos busco. No sé qué decirle. Al fin, recuerdo uno. No está. Hubiese querido seguir mirando, pero sentía sobre mí el peso de esa mirada comerciante, tan estrecha y desaprobadora ante alguien que 'no sabe' lo que quiere. ¡Siempre lo mismo!"

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"No puedo leer La condición humana. No comprendo lo que leo. Pronto habré de retornar a los cuentos para niños. Pero tal vez ni a ellos los comprenda. No puedo leer".

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"Imposible hablar con palabras. Ansiedad y urgencia por decirlo todo mediante una sola palabra. Leo a Kafka para calmarme con sus prolongaciones infinitas de sucesos y de frases, con su poder de mediación. No sé lo que quiero, sólo sé que salto, que salteo, que hay un abismo y que el salto es mi cobardía como lo es la orilla y mi impaciencia por alcanzarla".

Alejandra Pizarnik, Diarios, Lumen, 2012.


lunes, 21 de octubre de 2013

Sergio Olguín en Vivaldi Libros Bar





Sergio Olguín

Nació en Buenos Aires en 1967 y estudió Letras en la universidad de esa ciudad. Trabaja como periodista desde 1984. Fundó la revista V de Vian, y fue cofundador y el primer director de la revista de cine El Amante. Ha colaborado en los diarios Página/12La Nación y El País (Montevideo). Es jefe de redacción de la revista Lamujerdemivida y responsable de cultura del diario Crítica de la Argentina. Editó, entre otras, las antologías Los mejores cuentos argentinos (1999), La selección argentina (2000), Cross a la mandíbula (2000)y Escritos con sangre (2003). En 1998 publicó el libro de cuentos Las griegas (Vian Ediciones) y en 2002 su primera novela, Lanús, reeditada en España en 2008 (Andanzas 647). Le siguieron Filo (2003, Tusquets Editores Argentina) y las narraciones juveniles El equipo de los sueños (2004) y Springfield (2007), traducidas al alemán, francés e italiano. Oscura monótona sangre mereció el V Premio Tusquets Editores de Novela, según el jurado, por la magnífica resolución de una trama de obsesión y doble moral, de pasión y conflicto social, en la que se ve envuelto el protagonista, un hombre dispuesto a traspasar todos los límites por una relación inconfesable. En 2013 publicó La fragilidad de los cuerpos (Tusquets Editores Argentina).

Fuente de la información: Tusquets Editores Argentina.