lunes, 19 de junio de 2017

Juan Carlos Onetti: El niño que leía escondido en el ropero

Juan Carlos Onetti, de negro,
junto a su hermano Raúl (foto familiar).
 
La escritura de Juan Carlos Onetti fue de las más importantes del siglo XX. Cuando en Europa Albert Camus y Jean Paul Sartre se erigían en los adalides de la literatura existencialista, en Uruguay aparecía la figura de Onetti para romper con todos los moldes de la época al publicar en 1939 El pozo, su primera gran obra maestra. Mientras tanto, este texto invita a conocer la primera etapa de la vida de Juan Carlos Onetti, su niñez junto a sus hermanos, su pasión por la lectura, sus desventuras en la escuela, los escritos de la infancia que no se le iban a publicar. Todo Onetti hasta antes de convertirse en el gran escritor que todos conocemos.


Juan Carlos Onetti nació en Montevideo en el año 1909. Su papá fue encargado en un depósito de la aduana montevideana. Su mamá era descendiente de una familia brasileña esclavista. 

Onetti tuvo dos hermanos y él era el del medio: Raquel tenía dos años menos que él, y Raúl era dos años mayor.

Cuando sus padres se iban a dormir, los niños Onetti contaban hasta cien, cerraban la puerta y apoyaban un colchón en la misma para no filtrar la luz y atenuar los sonidos. Después de eso, Juan Carlos les contaba historias que él mismo inventaba.

Durante su infancia, el lugar preferido de su casa era el ropero, donde se escondía a leer.

Al pequeño Onetti le gustaba el fútbol y era hincha de Nacional. Tanto le gustaba que esperaba a los jugadores en la puerta del estadio para ofrecerles llevar el bolso y así ingresar gratis a ver el partido. Siendo adulto, el fútbol ya no sería de su interés.

Cuando la familia se mudó a Colón, Juan Carlos perdió su ropero pero eso no le impidió encontrar un refugio fresco, tranquilo y silencioso para leer: en las tardes calurosas de verano se hacía bajar a un aljibe para leer al fondo del pozo, además de un silloncito de mimbre y una jarra de limonada.

A contrapunto de lo que podría pensarse, Onetti no fue un buen alumno en la escuela, lo que no quiere decir que no haya sido (y lo fue toda su vida) un apasionado por la lectura. En las clases se aburría tanto que se escapaba del aula porque las maestras eran más burras que él. Al menos eso decía cuando lo querían retar.

Otras veces se ausentaba del aula y se recluía en el gabinete pedagógico para seguir leyendo. En otras ocasiones se iba a leer al puerto. Tal vez esas imágenes le hayan servido mucho tiempo después para escribir  una de sus grandes novelas, El astillero.

Los primeros registros que se conocen sobre las lecturas de Onetti tienen que ver con la colección de Las aventuras de Fantomas, a las que accedía vía préstamo de parte del marido de la prima de su padre. Este hombre se pasaba todo el día en la cama leyendo, algo que hará Onetti en su adultez y que disfrutará hasta los últimos días de su vida.

Recién entrado en la adolescencia, Onetti ya era un gran lector. Y no sólo eso, también empezó a moldear su figura como escritor. Si se pudiera fijar un momento de esto, la instantánea probablemente capture el día en que se decidió imitar al escritor noruego Knut Hamsun (“Bajo la estrella de otoño”, “Pan”, "Hambre", entre otros), y envió sus cuentos a la revista Mundo uruguayo. Cuentos que no fueron publicados porque cuando leían la edad del remitente, los editores del diario temían que se tratara de una broma o peor aún, porque el escritor mentía su edad.

La institución escolar fue para Onetti un lugar hostil. Aburrido y desencantado, el joven Juan Carlos dejó consciente y definitivamente el liceo. Según él, por no aprobar en distintas instancias las pruebas de dibujo, se privó de ser médico o abogado.

Esta decisión trajo consecuencias a futuro para cuando tuvo que conseguir empleo. Eran trabajos duros, que requerían grandes esfuerzos físicos y por supuesto, mal remunerados. Fue albañil, mozo, empleado de una fábrica de silos, aprendiz de pintor, encuestador de censos en Colón. También fue secretario de un consultorio médico y representante de una casa de neumáticos. Después llegó a trabajar en una agencia internacional de noticias.

Nos detenemos acá ante una historia no tan conocida. En épocas de la Segunda Guerra Mundial Onetti trabajaba para la agencia Reuters. En una guardia nocturna, la máquina titilaba, envía señales, signos que debían ser decodificados. Juan Carlos avisaba de esto. Quien tenía aquella función le dijo a Onetti que no se preocupe, que mañana bajaba la noticia. Juan Carlos tomó la iniciativa y comenzó la “traducción”. El mensaje anunciaba el desembarco en Normandía. El momento clave de la II Guerra Mundial llegó a estos lados del mundo gracias al trabajo de Onetti.

A los veintiún años dejó Montevideo y se casó con su prima María Amalia Onetti. Meses después nace su hijo Jorge Onetti Onetti. A los pocos años se separa de María Amalia y vuelve a Uruguay. Se enamora de María Julia Onetti, hermana de María Amalia.

La pobreza fue un estigma que lo acechó durante mucho tiempo, especialmente los primeros años de su casamiento, cuando vivió en Buenos Aires. Cuenta Onetti que recorría la calle Corrientes no buscando el mango sino cinco mangos, porque tenía una mujer que se quedaba en la cama de debilidad, de pura hambre, sin poder moverse. Esta cita nos hace acordar a las primeras páginas de su última novela Cuando ya importe:

“Y así: ella acostada y yo caminando, ida y vuelta, por la avenida buscando tropezar con algún ser muy amigo al que no me humillara pedirle dinero”.

Hasta que en 1939, tras haberse quedado un fin de semana sin tabaco, escribe y luego publica su primera obra maestra, El pozo.

Continuará...

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Para esta biografía de juventud se trabajó con los siguientes libros:

Juan Carlos Onetti, Confesiones de un lector, Alfaguara.
Juan Carlos Onetti, Cuando ya no importe, Punto de Lectura.
Carlos María Domínguez, María Esther Gilio: La construcción de la noche. La vida de Juan Carlos Onetti, Lumen.
Antonio Muñoz Molina, “Sueños realizados. Invitación a los relatos de Juan Carlos Onetti”, prólogo en Cuentos Completos, Juan Carlos Onetti, Alfaguara.







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