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lunes, 11 de noviembre de 2013

Jean Luc Nancy, "La ciudad a lo lejos"

"Quiera o no, la ciudad mezcla y remueve todo, separándolo y disolviéndolo. Nos tratamos, nos rozamos, nos tocamos y nos separamos: es un mismo andar (...) Todo el mundo se encuentra y se evita, se cruza y se desvía. Las miradas se tocan apenas, se detienen furtivamente una en la otra, los cuerpos tienen cuidado, territorios frágiles se transforman sin cesar, fronteras lábiles, móviles, plásticas o porosas, una mezcla de ósmosis e impermeabilidad".

"La ciudad come mucho, ostenta comer para todos los que pasan, expone el acto de comer y apura su ritmo. Hay que comer en todas partes y rápido, comer hablando y comer caminando, comer trabajando, fast food, schenll Imbiss, döner kebab, hot dogs, pizza, pain bagnat, snack (...) La calle huele a grasa o a pimentón. La ciudad huele a comida, es una recarga de energía siempre girando, atascando y desatascando. Luego llegan los cafés, los bodegones, las bares, la bebida que rompe la energía, la aletarga y la hunde siempre más lejos de la calle, en guaridas claro-oscuras, barras, cobres y maderas, vapores y juke-boxes, altos y remansos intestinos donde la ciudad se encuentra para olvidarse".





una calle quedó adoquinada
entre las calles asfaltadas
bellos adoquines pardo brillante claro
en espalda de gran lagarto
con un poco de hierba entre las escamas

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Gérard Wajcman, "Colección seguido de La avaricia"

"De todos los pecados capitales, la Avaricia es aquel para el que tenemos menos indulgencia. No es simplemente detestable: es unánimemente odiado. Esto carece de nexo directo con una eventual gradación de los vicios; después de todo, encontramos al Avaro en el cuatro infierno dantesco, rondando por los peñascos, mientras que el iracundo, por su parte, chapotea en el quinto, en las aguas cenagosas de la Estigia. Ahora bien, acordaremos que es pensable, aceptado y hasta recomendable proclamarse orgulloso, goloso, lujurioso, o iracundo; con pose nos confesaremos perezosos, en un acceso teatral de franqueza, nos acusaremos de envidiosos, de la tierra entera; pero avaros, nunca".

Wajcman, Gérard, "Colección seguido de La avaricia", Buenos Aires, Manantial, pág.77.

domingo, 21 de julio de 2013

Gerard Wajcman, “El ojo absoluto"


Bentham. Foucault. Orwell 1984. Blade runner. Minority report.
Ahora, Gerard Wajcman, psicoanalista francés, nos explica en su libro que la acción de “mirar” no tiene que ver solamente con la instrumentalidad de la vigilancia y el control. No sólo sabemos que somos mirados sino que nosotros mismos podemos mirar. Es el ‘ojo absoluto’
capaz observarlo todo hasta desvanecer la vida privada.
“¿Quiere usted verlo todo? Encienda sus pantallas y verá. Entrará en el mundo por los ojos. Con ese fin, el mundo está invadido por ojos de todo tipo. Algunos van a escrutar lo más pequeño, lo más íntimo de la materia, otros son enviados muy lejos al espacio para observar, detalle más, detalle menos, el nacimiento del universo. Hoy nos obsesiona la multiplicación de las potencialidades del ojo. Mirarlo todo, sin límites.
(...) Nos miran. Es un rasgo de esta época. El rasgo. Somos mirados todo el tiempo, por todas partes, bajo todas las costuras. No, como antaño, por Dios en la cumbre del cielo o, como mañana, por monigotes verdes desde las estrellas; nos miran aquí y ahora, hay ojos por todos lados, de todo tipo, extensiones maquínicas del ojo, prótesis de la mirada. Y en definitiva, siempre hay en algún lado alguien que supuestamente ve lo que ven esos ojos”.