sábado, 3 de agosto de 2013

Leonardo Oyola, "Kryptonita"



Para esta novela Leonardo Oyola tomó una idea del Elseworld -un cambio de contexto, de época o de lugar en la vida de un superhéroe-, y se preguntó qué hubiera pasado si Superman cuando era apenas un bebé, en lugar de haber caído en su cápsula espacial en un campo de Kansas, lo hubiera hecho en un terreno baldío de La Matanza: ¿qué valores hubiera defendido, cómo hubiera crecido en el conurbano bonaerense? A partir de esta idea, se estructura esta excepcional novela.

El tiempo que transcurre esta historia no son más que aproximadamente cuatro horas; desde las cuatro de madrugada de un lunes de septiembre hasta la salida del sol en un hospital del Gran Buenos Aires. Pero decir solo Gran Buenos Aires a ese mundo tan expansivo como infinito, sería como mínimo, una imprecisión. Mejor decir Hospital Paroissien de Isidro Casanova. A este hospital llega inconsciente y a un paso de la muerte el gran héroe de esta novela: el Nafta Súper.

El Tordo

El narrador principal de “Kryptonita” es un médico. Un tipo de médico particular: un “nochero”. Él es quien nos cuenta la historia y lo que está sucediendo, algo de su propia vida, sus miedos, el demonio que lo acosa, sus largas jornadas laborales, su vía de escape, sus ganas de dormir días enteros después de extenuantes guardias.
A medida que se avanza en la narración de la historia, se va teniendo un panorama más amplio gracias a las dos voces que construye el autor: la del Ráfaga y la de Lady Di. Son ellos los que introducen a los lectores en las biografías de los personajes, sus recuerdos, sus carencias, sus tristezas y sus victorias.
Y nos llevan también al presente inmediato. Y en este presente inmediato están las bandas: la del “Nafta Súper” o “Pinino”, la de "El Pelado”, su enemigo acérrimo y "La Bonaerense”.
Oyola nos sacude, nos conmueve. No lo hace a base de tiros y ametralladoras sino a través de ilusiones y desencantos, como puede ser una merienda. Nos moviliza sin apelar al sentimentalismo y menos la condescendencia.
Una vez que dentro de este mundo es cuando se logra la identificación y es allí cuando se mezclan las categorías de la moral: “los buenos” y “los malos”.
¿Los encargados de velar por el orden y el cuidado de los ciudadanos, son “los  buenos”? ¿Son “los malos” aquellos que se atrincheran en un pabellón de un hospital de mala muerte, a la espera del ataque final de los policías, que en cualquier momento ingresarán armados hasta los dientes? ¿Son “buenos” quiénes se defienden de la policía, los que se sienten acorralados entre los uniformados  y las paredes del pabellón hospitalario?

“Esta no se la van a perder cuando se enteren. Si es que ya no se enteraron. Y déjeme aclararle, por si hace falta, que los ‘patas negras’ no se van a aparecer con un pedazo de vidrio verde. La Bonaerense va a venir con todo”.

Lenguaje

En el inicio, Oyola aborda la cuestión del lenguaje con la precisión de un filólogo y lo transmite con la capacidad de un gran divulgador. Lo hace partir de una palabra llevada al tiempo verbal del pasado perfecto que se utiliza en cierta  jerga médica para referirse al fallecimiento de una persona: “obitó”, término que no existe como verbo para la Real Academia Española. El narrador, el médico nos deja en claro que hay un lenguaje que se utiliza en el hospital público y otro para los que se atienden en las obras sociales o prepagas (ya desde el sentido, dos palabras, dos objetos, dos frases absolutamente distintas).

¿"Civilización y barbarie" o "el Poder una bestia magnífica"?

El médico, ¿es un “otro”, es un ilustrado, es un “civilizado” que ejerce el poder sobre el resto del mundo hospitalario? Podría pensárselo de ese modo en algún punto pero no en todas sus dimensiones.
Más bien surge el interrogante si ese mismo poder al cual nos estamos refiriendo es el que aplasta –con suma fiereza- al médico. Es cierto que le queda al menos una pequeña parte de un poder que le da su título, su profesión, y la ejerce, a veces más sutilmente, otras no, sobre los pacientes y los familiares de estos.

Pero en el mundo que construye Oyola el poder está en un lugar muy lejano. No se lo puede ver, ni siquiera intuir. Solo accedemos a sus efectos. Como lector, es cierto, lo podemos imaginar. Pero las inferencias se pueden realizar, se deben hacer a partir de la información que el propio texto ofrece. Y las que hacen sentir el rigor del poder son las instituciones. El Estado, a través del encierro, el control, el hospital, las fuerza de seguridad: la potencia de estas estructuras, de sus agentes, sus funcionarios, sin importar si están bien ejecutada o no.

El médico “nochero” es el que recibe una paga “en negro” por parte de otros médicos que no quieren estar ahí, que gozan de un muy buen sueldo y que por eso, le pueden pagar a otro para que haga ese trabajo indeseable: la guardia nocturna. Pero también este “nochero” acepta dinero por hacer algo que no está en el juramento hipocrático. El nochero no firma certificados ni recetas. El nochero no existe para el hospital y por ende, tampoco para el Estado.
Para el Estado quienes trabajan son los que figuran asignados en las planillas.
Y la policía aparece con una práctica desvirtuada, por decirlo de una forma, sin aclarar que cuando funciona “normalmente” también está ejerciendo otra forma de poder, pero que no desarrollaremos acá. La policía como aparato delictivo, corrupta, “trabajando” en conjunto con una de las bandas mencionadas, y que tiene en sus miembros la facultad de decidir quién puede seguir viviendo y a quien se debe “dejar morir”: el oficial Ventura y el pibe chorro, “el Orejón”.


El triunfo de la ficción y la última heroína

Por último, decir que “Kryptonita” es más que una historia de superhéroes en La Matanza; es un relato fascinante en el que Leonardo Oyola con los datos de la realidad al alcance de su mano y de su propia vida, prefirió correr el riesgo de animarse a la ficción y desestimar quizás el camino más sencillo, muchas veces carente de vuelo: el realismo. 
Nafta Súper, El Ráfaga, Juan Raro, El Faisán, Lady Di, Pepita la pistolera, el Federico o Señor de la Noche, el perrito Miguel, Corona, el Cabeza de Tortuga, El Pelado, personajes devenidos en héroes y villanos de esta gran novela. 
Y una mujer que se convertirá en una heroína inesperada, a medida que el reloj avance hasta que se vean, se hagan sentir, los primeros rayos del sol de esa mañana de lunes de septiembre.

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