Para esta novela Leonardo Oyola tomó
una idea del Elseworld -un cambio de
contexto, de época o de lugar en la vida de un superhéroe-, y se preguntó qué
hubiera pasado si Superman cuando era apenas un bebé, en lugar de haber caído en su cápsula espacial en un campo de
Kansas, lo hubiera hecho en un terreno baldío de La Matanza: ¿qué valores hubiera defendido, cómo hubiera
crecido en el conurbano bonaerense? A partir de esta idea, se estructura
esta excepcional novela.
El tiempo que transcurre esta
historia no son más que aproximadamente cuatro horas; desde las cuatro de
madrugada de un lunes de septiembre hasta la salida del sol en un hospital del
Gran Buenos Aires. Pero decir solo Gran Buenos Aires a ese mundo tan expansivo
como infinito, sería como mínimo, una imprecisión. Mejor decir Hospital
Paroissien de Isidro Casanova. A este hospital llega inconsciente y a un paso
de la muerte el gran héroe de esta novela: el Nafta Súper.
El Tordo
El narrador principal de “Kryptonita” es un médico. Un tipo de médico particular: un “nochero”. Él es quien nos cuenta la historia y lo que está sucediendo, algo de su propia vida, sus miedos, el demonio que lo acosa, sus largas jornadas laborales, su vía de escape, sus ganas de dormir días enteros después de extenuantes guardias.
A medida que se avanza en la
narración de la historia, se va teniendo un panorama más amplio gracias a las
dos voces que construye el autor: la del Ráfaga
y la de Lady Di. Son ellos los que introducen
a los lectores en las biografías de los personajes, sus recuerdos, sus carencias,
sus tristezas y sus victorias.
Y nos llevan también al presente
inmediato. Y en este presente inmediato están las bandas: la del “Nafta Súper” o “Pinino”, la de "El Pelado”, su enemigo acérrimo y "La Bonaerense”.
Oyola nos sacude, nos conmueve. No lo hace a base de tiros y ametralladoras sino a través de ilusiones y desencantos, como puede ser una merienda. Nos moviliza sin apelar
al sentimentalismo y menos la condescendencia.
Una vez que dentro de este mundo
es cuando se logra la identificación y es allí cuando se mezclan las categorías
de la moral: “los buenos” y “los malos”.
¿Los encargados de velar por el
orden y el cuidado de los ciudadanos, son “los
buenos”? ¿Son “los malos” aquellos que se atrincheran en un pabellón de
un hospital de mala muerte, a la espera del ataque final de los
policías, que en cualquier momento ingresarán armados hasta los dientes? ¿Son “buenos”
quiénes se defienden de la policía, los que se sienten acorralados entre los
uniformados y las paredes del pabellón
hospitalario?
“Esta no se la van a perder cuando se enteren. Si es que ya no se
enteraron. Y déjeme aclararle, por si hace falta, que los ‘patas negras’ no se
van a aparecer con un pedazo de vidrio verde. La Bonaerense va a venir con
todo”.
Lenguaje
En el inicio, Oyola aborda la
cuestión del lenguaje con la precisión de un filólogo y lo transmite con la
capacidad de un gran divulgador. Lo hace partir de una palabra llevada al
tiempo verbal del pasado perfecto que se utiliza en cierta jerga médica para referirse al fallecimiento
de una persona: “obitó”, término que
no existe como verbo para la Real Academia Española. El narrador, el médico nos
deja en claro que hay un lenguaje que se utiliza en el hospital público y otro
para los que se atienden en las obras sociales o prepagas (ya desde el sentido,
dos palabras, dos objetos, dos frases absolutamente distintas).
¿"Civilización y barbarie" o "el Poder una bestia magnífica"?
El médico, ¿es un “otro”, es un ilustrado, es un “civilizado” que ejerce el poder sobre el resto del mundo hospitalario? Podría pensárselo de ese modo en algún punto pero no en todas sus dimensiones.
El médico, ¿es un “otro”, es un ilustrado, es un “civilizado” que ejerce el poder sobre el resto del mundo hospitalario? Podría pensárselo de ese modo en algún punto pero no en todas sus dimensiones.
Más bien surge el interrogante si
ese mismo poder al cual nos estamos refiriendo es el que aplasta –con suma
fiereza- al médico. Es cierto que le queda al menos una pequeña parte de un
poder que le da su título, su profesión, y la ejerce, a veces más sutilmente,
otras no, sobre los pacientes y los familiares de estos.

El médico “nochero” es el que recibe una paga “en negro” por parte de otros
médicos que no quieren estar ahí, que gozan de un muy buen sueldo y que por
eso, le pueden pagar a otro para que haga ese trabajo indeseable: la guardia
nocturna. Pero también este “nochero” acepta dinero por hacer algo que no está
en el juramento hipocrático. El nochero no firma certificados ni recetas. El
nochero no existe para el hospital y por ende, tampoco para el Estado.
Para el Estado quienes trabajan son
los que figuran asignados en las planillas.
Y la policía aparece con una
práctica desvirtuada, por decirlo de una forma, sin aclarar que cuando funciona
“normalmente” también está ejerciendo otra forma de poder, pero que no
desarrollaremos acá. La policía como aparato delictivo, corrupta, “trabajando” en
conjunto con una de las bandas mencionadas, y que tiene en sus
miembros la facultad de decidir quién puede seguir viviendo y a quien se debe “dejar
morir”: el oficial Ventura y el pibe chorro, “el Orejón”.
El triunfo de la ficción y la última heroína
Por último, decir que “Kryptonita” es más que una historia de
superhéroes en La Matanza; es un relato fascinante en el que Leonardo Oyola con
los datos de la realidad al alcance de su mano y de su propia vida, prefirió correr
el riesgo de animarse a la ficción y desestimar quizás el camino más sencillo, muchas veces carente de vuelo: el realismo.
Nafta
Súper, El Ráfaga, Juan Raro, El Faisán, Lady Di, Pepita la pistolera, el
Federico o Señor de la Noche, el perrito Miguel, Corona, el Cabeza de Tortuga, El
Pelado, personajes devenidos en héroes y villanos de esta gran novela.
Y una mujer que se convertirá en
una heroína inesperada, a medida que el reloj avance hasta que se vean, se hagan sentir, los
primeros rayos del sol de esa mañana de lunes de septiembre.
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ResponderEliminarAh ta bien
ResponderEliminardescripcion de todo el libro
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