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jueves, 23 de enero de 2025

César Aira, "Cumpleaños"

Las ciento cinco páginas de Cumpleaños nos ofrece una riqueza literaria, filosófica y poética que no es fácil de encontrar en otros textos. La escritura es fluida y accesible, pero al mismo tiempo profunda y compleja, lo que la hace ideal para aquellas lectoras y lectores que busquen un desafío intelectual.

La puerta de entrada a este libro es un hecho que atraviesa a todas las personas, la palabra que le da el título al libro: Cumpleaños

Muchas veces, para quienes festejan sus aniversarios, y también para quiénes no, el día del cumpleaños suele ser marcado como el momento justo para un nuevo comienzo, tener ahí la posibilidad de dar un verdadero y definitivo inicio hacia una vida nueva. 

Inicio que se conforma al menos con no permanecer en los errores acarreados (pueden venir desde la infancia), y mejor aún, destruir la mitología que cada persona lleva consigo.

***

Son muchos los temas que aborda César Aira y nosotros los lectores, debido a la riqueza de sus ideas, podemos quedar perplejos ante tanta lucidez intelectual.

Cumpleaños es un breve (pero profundo) texto escrito en primera persona, que trabaja especialmente sobre dos cuestiones: la escritura y el tiempo. Para ello, son variadas y diversas las historias y anécdotas que nos cuenta con las que conceptualiza dichos tópicos.

Al detenernos en cualquiera de las cuestiones planteadas por el escritor pringlense pareciera que estuviéramos a punto de ingresar en otra dimensión. Y cuando esto sucede, inevitablemente la noción de tiempo se resignifica. 

Respecto a la escritura, es para destacar la propuesta aireana, la de vincular y reflexionar sobre el proceso creativo y el lazo que establece con la experiencia personal, la vida propia.

Cuando habla de la escritura, también sobrevuela la idea de solemnidad, no tanto peyorativamente pero sí que pareciera tener su fundamento o razón de existir a partir de la inexperiencia, por qué no de la juventud, (lo que no quiere decir que no haya escritoras y escritores solemnes de edades avanzadas y con trayectoria) y que dicho sea de paso, viene acompañada de una dosis de candidez, como es el caso de la chica que atiende en un bar de Coronel Suárez, "que escribía siempre, en toda ocasión, para desahogarse o expresarse".

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Clasificar a este texto como una novela o como un ensayo sería tan insuficiente como una injusticia. Es todo esto y mucho más.

César Aira nos da un texto de alto vuelo literario y filosófico, con una prosa tan fluida como inconfundible, que nos invita a pensar el mundo desde nuevas perspectivas, que no prescinde del humor ni de la ironía.

Cumpleaños ha tenido un gran alcance que hasta hasta la socióloga canadiense Naomi Klein utilizó en “La doctrina del Shock” una frase del libro de Aira como epígrafe para el suyo:

“Todo cambio de tema, es un tema”

Cumpleaños puede leerse como una enciclopedia o lo que es más intenso aun, como un tratado. Preguntas que están en nuestro pensamiento pero que por falta de tiempo, pereza intelectual o simplemente porque no nos dimos cuenta, son las que nos puede despertar la curiosidad, o más fuerte todavía, sacarnos de nuestras creencias, romper con eso que llamamos certezas, y que no fueron cuestionadas a causa de lo sedimentadas que están en nuestra matriz de pensamiento:

¿Cómo es que se puede permanecer tanto tiempo, tantos años en un ‘error’, tan sólo por no intentar pensar más profundamente sobre aquello que se nos ofrece como Verdad?”

La filosofía y la matemática; el esencialismo y el existencialismo; la creencia, el verosímil y la verdad; el lenguaje y la carencia de la traducción; el etnocentrismo y el conformismo; la revolución y la globalización; la emancipación pero también sus dos reversos: la condescendencia y la filantropía; la Historia y el paso del tiempo; la juventud y la experiencia; la ignorancia; la vida y la muerte; ser escritor y ser lector; la Luna. 

Todos estos temas presentes en la galaxia aireana dan el marco a este libro que el autor escribió al cumplir sus cincuenta años (el tiempo de escritura quedó grabado en la fecha fijada en la última página del libro: 18 de julio de 1999).

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Por último, y otra vez con respecto a la cuestión del tiempo, podríamos afirmar que el tiempo de lectura pura (no solo en este libro, sino que me atrevería a decir en toda la bibliografía aireana), su grado cero –la mera decodificación de palabras, párrafos y páginas- en comparación con el tiempo de aprehensión del texto, están demasiado alejados. 

Da fe de esto Cumpleaños que, objetivamente se puede leer en tres horas, pero es muchísimo más grande el tiempo que genera la reflexión sobre las ideas ofrecidas en este maravilloso libro.








viernes, 29 de julio de 2022

ENTREVISTA elDiarioAR | Martín Prieto tras la huella de Saer: “La paciencia no es algo que solo nos reclama su literatura. Es un reclamo de la literatura en general”

 

Un mural con el rostro de Saer en su ciudad natal, Serodino, Santa Fe (El Ciudadano web)

El diarioar

Un mes de junio de 1937 nació el escritor argentino Juan José Saer y también un junio, pero de 2005, murió en París. Martín Prieto analiza en esta entrevista su proceso de consagración y aprovecha para hablar también de literatura.


Fernando Torres, 19 de junio de 2022
Entrevista para elDiarioAR 

Dos efemérides de uno de los mejores escritores de la literatura argentina suceden en junio. Juan José Saer, autor de Glosa, entre otras de sus novelas más reconocidas, nació en Serodino, un pueblo de la provincia de Santa Fe, el 28 de junio de 1937 y murió en París, con una obra ya estudiada, valorada, e influyente -es decir, consagrada-, a los 67 años, el 11 de junio de 2005.

En Saer en la literatura argentina, publicado por la editorial de la Universidad Nacional del Litoral, Martín Prieto, Licenciado en Letras y Doctor en Literatura y Estudios Críticos por la Universidad Nacional de Rosario, y autor de libros de ineludible consulta como Breve historia de la literatura Argentina, analiza el proceso de consagración de su obra. ¿Cómo un escritor nacido en un pueblo ignoto de Santa Fe, llega al deseado reducto de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA donde, en los 80, se establecía “el canon” argentino? ¿Por qué despierta efervescencia en ciertas escenas literarias? Hace un tiempo, por ejemplo, el vapor banal de las redes se sacudió porque alguien, en un humilde post, osó decir que el autor le aburría. Prieto no responde de manera directa. Pero, bajo su mirada crítica, que analiza desde la particularísima cadencia sintáctica y su exploración sensitiva; hasta el proceso canónico donde siempre el riesgo está en transmutar de una vital vanguardia, a fósil monumento laudado; las interacciones con las estéticas en disputa, la huella de Saer, en este, suyo, dos veces junio, sigue interesando, no solo por su aún extendida influencia- o angustia de ella, al decir de Harold Bloom. También por cómo funcionaron algunos mecanismos. Porque Prieto también explica la operación inversa hecha por el autor: por ejemplo, el poeta Juan L. Ortiz, logra no solo volver a ser leído, sino que también se amplía el universo de sus lectores, hasta convertirse en uno de los autores más reconocidos de la poesía argentina. Y en esta operación fue determinante el papel de impulsor que tuvo Saer. 


-En el inicio de Saer en la literatura argentina contás que lo primero que leíste de él, cuando tenías 19 años, fue Nadie nada nunca, ¿qué te resultó fascinante de la novela?

-Fue el primer libro que leí “en vivo”. Cuando digo “en vivo” quiero decir que es el primer libro de Saer que leí cuando se publicó, inmediatamente.


 (para seguir leyendo hacer click acá)



Muchas gracias Sonia Budassi, Editora de la revista cultural de elDiarioArR, y Silvina Heguy, Editora Estratégica elDiarioAR, por la edición y publicación de esta entrevista.


domingo, 24 de mayo de 2020

Borges y algunas figuras retóricas: enumeración, metáforas, hipálages y prosopopeyas



En la literatura de Jorge Luis Borges abundan las figuras retóricas. Una de las que más se suelen mencionar en su extensa obra es la Enumeración. 

Ya es un clásico recordar ¡todo! lo que el personaje “Borges” observa cuando desciende al sótano de la casa de Constitución en el cuento que le da el nombre al libro El Aleph (1949), mientras rememora y extraña a Beatriz Viterbo, su gran amor (aunque no correspondido):

“(…) vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino (…)”

En “Eduardo Wilde”, incluido en El idioma de los argentinos (1928), tenemos otro ejemplo:

“(…) los dos quieren lo casero del mundo y son como emperadores de cosas quitas: álbumes, rinconeras, piezas de ajedrez, perillas, óleos muertos de militares muertos, arañas embaladas que son como globos en viaje a la disolución, patios con mínimum angosto de cielo, casas desmanteladas, barriles”.

En el libro Evaristo Carriego (1930), en “Las inscripciones de los carros” podemos leer la siguiente lista de calles:

“La calle pisada puede ser Montes de Oca o Chile o Patricios o Rivera o Valentín Gómez, pero es mejor Las Heras, por lo heterogéneo del tráfico”.

Nuestro último ejemplo de Enumeración es el que vemos es “Vindicación de ‘Bouvard et Pécuchet’”, del volumen Discusión (1932):

“(…) una herencia les permite dejar su empleo y fijarse en el campo, ahí ensayan la agronomía, la jardinería, la fabricación de conservas, la anatomía, la arqueología, la historia, la mnemónica, la literatura, la hidroterapia, el espiritismo, la gimnasia, la pedagogía, la veterinaria, la filosofía y la religión; cada una de estas disciplinas heterogéneas les depara un fracaso”.

***

Borges también utiliza muchísimo las metáforas. Y porque tal vez sea la más fácil de buscar, sólo vamos a citar dos ejemplos. Se caen de maduras de cualquiera de sus libros. Pero veamos al menos esos dos casos.
Primero, nos detenemos en el poema “Calle con almacén rosado”, que pertenece al libro Luna de enfrente (1925):

“Ya se le van los ojos a la noche en cada bocacalle”.

El segundo y último ejemplo de Metáfora lo vamos a ver en El hacedor (1960), en el libro dedicado a Leopoldo Lugones y donde Borges escribió su poema “Mil novecientos veintitantos”:

“La rueda de los astros no es infinita (…), la historia, la indignación, el amor, las muchedumbres como el mar (…)”

***

Ahora es momento de ir a otro tipo de figuras, un poco más jugosas. Una de las figuras retóricas más reconocibles, casi una marca registrada en la obra de Borges es la “hipálage”, que según la RAE consiste en la atribución de un complemento a una palabra distinta de aquella a la que debería referirse lógicamente. Como la definición puede ser algo complicada, qué mejor entonces que recurrir a algunos ejemplos borgeanos.

En uno de los libros más maravillosos de la literatura universal (estamos hablando de Ficciones, editado en 1941), encontramos el siguiente fragmento en el relato “La forma de la espada”:


“Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa: un arco ceniciento y casi perfecto que de un lado ajaba la sien y del otro el pómulo”.

En uno de sus cuentos más famosos, tal vez el más importante de todos, (estamos hablando de “El Sur”), vemos otro ejemplo que es bastante ilustrativo:

“Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes que la borrara la noche”.

Dentro de esta figura, no está demás resalta que Borges ha insistido de manera persistente en lo silencioso. En el “La lotería de Babilonia”, podemos ver cómo el autor vuelve sobre esta cualidad para adjudicársela al objeto y no al sujeto:

“En una cámara de bronce, ante el pañuelo silencioso del estrangulador, la esperanza me ha sido fiel; en el río del pánico”.


Un último ejemplo de Hipálages y “silencios”, nos lleva al poema “Los Justos”, incluido en el libro de poesía La cifra (1981):

“Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez”.

Dejemos ya los “silencios” y vayamos hacia “La trama”, un texto brevísimo que forma parte del libro El hacedor (1960), y donde Borges brilla con el uso de la Hipálage:

“Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito”.

En el último párrafo del cuento el “Zahir”, de un libro que ya citamos anteriormente, nos referimos a El Aleph, observamos un ejemplo que grafica notablemente a la hipálage, otorgándole el valor que tiene la palabra “desiertas”, mucho más a las horas y no tanto a las calles. Veamos:

“En las horas desiertas de la noche aún puedo caminar por las calles”.

***

Otra figura retórica que podemos evidenciar y de la que podemos afirmar sin titubear que es una en las que Borges hizo verdaderamente gala es la “prosopopeya”. Antes de avanzar con algunos ejemplos, primero sepamos que la Real Academia Española (RAE) la define como una “Atribución a las cosas inanimadas o abstractas, de acciones y cualidades propias de los seres animados, o a los seres irracionales de las del ser humano”.



Ya sabiendo de qué se trata, fuimos a buscar algunos ejemplos y afortunadamente pudimos encontrar uno en su primer libro publicado, Fervor de Buenos Aires (1923), más exactamente en el poema “Un patio”:

“Con la tarde,

se cansaron los dos o tres colores del patio”.

En el cuento “El jardín de senderos que se bifurcan”, del libro Ficciones (1941), tenemos un lindo ejemplo de esta figura para referirse a la iluminación generada por un artefacto dispuesto a tal fin:

“Una lámpara ilustraba el andén, pero las caras de los niños quedaban en la zona de sombra”.


También aparece esta figura en otro de sus cuentos más reconocidos, “El atroz redentor Lazarus Morell”, el primero de Historia universal de la infamia (1935):

“Es un río de aguas mulatas. Más de cuatrocientos millones de toneladas de fango insultan anualmente el Golfo de Méjico, descargadas por él”.

Vale decir que no nos íbamos a quedar sin prosopopeyas en la poesía de Borges. A continuación, el inicio del poema “Un sajón”, que forma parte del libro El otro, el mismo (1964):

“La nieve de Nortumbria ha conocido
y ha olvidado la huella de tus pasos
y son innumerables los ocasos
que entre nosotros, gris hermano, han sido”.


Por último, vamos a ver qué nos dice Jorge Luis en “El títere”, sexto poema del libro Para las seis cuerdas (1965):

“Bailarín y jugador,
no sé si chino o mulato,
lo mimaba el conventillo,
que hoy se llama inquilinato”.

***


TRIVIA BORGES



¿Cuál fue para el autor su mejor cuento o uno de los mejores de su propia obra?


§  Funes el memorioso
§  El Aleph
§  Emma Zunz
§  El Sur 

(La respuesta está unas líneas más abajo)































El Sur: en el prólogo de “Artificios”, la segunda parte de Ficciones, Borges dice: “De El Sur, que es acaso mi mejor cuento, básteme prevenir que es posible leerlo como directa narración de hechos novelescos y también de otro modo”.





jueves, 28 de noviembre de 2019

Por qué leer Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt

Adolph Eichmann fue arrestado en Argentina en 1960. En 1961 fue juzgado y condenado a pena de muerte, en Israel. En 1962, se ejecutó la sentencia.

Porque logra lo que muy pocos libros: es capaz de contar, y contar bien, lo que parece inenarrable y, al mismo tiempo, propone un modo enteramente nuevo de pensar lo establecido, dándole un mazazo al sentido común.


Históricamente la humanidad recurrió a la figura del “monstruo” o de la “bestia” para dar cuenta de aquellos que cometieron crímenes inmensos y ejercieron violencia feroz contra sus semejantes. En ese gesto, que los convierte en unos “otros” diferentes (dementes, perversos, insanos, extraviados, inhumanos), parte del problema se resuelve: son los únicos responsables / culpables.

¿Qué sucede, en cambio, si consideramos el hecho de que esas “bestias” llevan sus vidas como cualquiera de nosotros y van a trabajar todos los días, pasean con amigos, leen cuentos a sus hijos, cuidan a sus mayores? El asunto se vuelve mucho más complejo, más inquietante, más dificil de abordar.

Esa es la operación que propone Hannah Arendt al analizar el caso Eichmann y postular la idea de “la banalidad del mal”. El villano puede ser un hombre común.

En breve resumen: Adolph Eichmann, teniente coronel de las SS, fue uno de los mayores criminales de guerra nazis. Huye de Europa y se esconde en la Argentina, donde es capturado en 1960 y llevado a juicio en Israel. Hannah Arendt, como corresponsal de la revista New Yorker, cubre ese juicio, que termina con la condena a muerte de Eichmann ejecutada en 1962.

Además de hacer una magistral descripción del proceso judicial, Arendt se adentra en lo más profundo de la personalidad del aparentemente simple burócrata que, nada menos, administraba parte de la maquinaria de muerte y exterminio de los campos de concentración del régimen nazi. El resultado es un aleccionador e imprescindible tratado filosófico y político sobre el Holocausto que se pregunta por la naturaleza humana y la capacidad de racionalizar como “obediencia debida” los daños más aberrantes.


“Fue como si en aquellos últimos minutos [Eichmann] resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes.” (p. 368).




domingo, 7 de julio de 2019

Verano del '88: los días que conmovieron al mundo (argentino)


Desde hace no tanto tiempo, Martín Zariello es una de las mejores voces en el arte de contar, ya sean hechos anecdóticos o relevantes. Y lo es también a la hora de escribir sobre personas, ya que es capaz de armar una "fotografía", ya no con una cámara, sino con las palabras mismas.

Da lo mismo en cuestiones estéticas si Zariello escribe sobre películas, series televisivas, discos, partidos de fútbol o un jugador de ese deporte, un político, una ciudad y hasta una tarjeta postal. Zariello es capaz de mirar desde otra perspectiva y develarnos otro sentido, transformar el objeto sobre el que escribe en lo excepcional.

1988. El fin de la ilusión toma ese año como punto de inflexión en la historia reciente, especialmente cultural, de la Argentina. No eligió el lógico 1983 (la vuelta a la democracia), ni 1976 (para marcar la era del terror de la dictadura); tampoco pensó en 1989, fecha que marcaría el feroz ingreso del país en el neoliberalismo depredador que tuvo a diciembre de 2001 como su fecha de explosión, lo que implicó en un nuevo barajar y dar de nuevo. 

Tomó 1988 porque es un año en el que se sacuden ciertos imaginarios de un tipo del "ser argentino". Es el año del asesinato de Alicia Muniz por parte de Carlos Monzón ("Todos los femicidios, el femicidio"); es el año de la caída del Maral 39 e inmediata muerte del último gran cómico popular, del que "todo el mundo" hablaba al día siguiente  de cada emisión del recordado programa, (hoy totalmente fuera de código), No toca botón, Alberto Olmedo; y es el momento en el que la ilusión alfonsinista termina de desvanecerse en el aire y a la que ya no le iban a crecer más flores; es el inicio de la carrera de la híperinflación, y de los cortes de luz salvajes. 

Pero también es el año en el que la hermosa banda de rock nacional Virus, era denostada por la prensa, y que a sus recitales nunca iba demasiada gente. Es el año en el que la figura del Indio Solari comienza a erigirse para no caer nunca más; año tambié en el turco Asís era el Asís que conocemos hoy, siempre a contramano del poder de turno, a pesar de que años después se volvería parte de la cultura menemista, no por ser su pura expresión sino por ser funcionario de aquel gobierno; 1988 fue también el año en que un jovencito Rodrigo Fresán escribía sobre rock, y en el que el Flaco Spinetta y Fito Páez (tan politizado como ahora, mal que le pese a algunos), devoraban Vigiliar y castigar, de Michel Foucault, bajo la docencia de Alejandro Rozitchner. 


Il Corvino, así se lo conoce también a Martín Zariello, puede escribir sobre de cualquiera de estos temas que aparecen en 1988 como si a esos años los hubiera transitado como un adulto y no como un niño de cuatro años. Es tal la desenvoltura con la que escribe y cuenta que nos hace pensar si realmente no nació mucho antes de 1984 (cifra literaria si las hay). 

1988. El fin de la ilusión no es sólo un glosario de nombres propios relevantes de aquel año. Es un libro en el que recorremos hechos culturales y sociales, en los que aun hoy podemos visualizar la estela de su impronta. Y es un libro también que nos sirve como radiografía de una época del rock nacional que con el paso del tiempo se nos fue alejando pero que simultáneamente, se nos fue volviendo dorada.






jueves, 28 de marzo de 2019

Uno no escribe con ideas, sino con frases

Entrevista a Ariel Luppino, autor de Las brigadas


A fines de 2017 la editorial Club Hem dio a conocer al mundo Las brigadas, la primera novela publicada de Ariel Luppino. ¿Por qué decimos "la primera novela publicada"? Porque ya tiene escritas más de diez. Para este 2019 se espera la segunda, que se llamará Las máquinas orientales. ¿Y por qué decimos "al mundo"? Porque Las brigadas se publicará en Italia también durante este año y, además, ya está en camino la traducción al francés. 

Por Fernando Torres


¿Qué idea le da origen a Las brigadas?

Yo tenía la idea de jugar con que los discursos suban al escenario y representen un papel. Pensé en sombras chinescas. Pensé en un discurso de un acto escolar, donde hay toda una retórica, un lenguaje condicionado por el contexto. Donde hay una forma de enunciación muy acorde al marco en el que se da.


Por eso pensé en el teatrino que tiene que ver con el juego del lenguaje, con los juegos con el sentido, y también, con esos personajes infantiles que resultan aterradores. Porque, muchas veces, hay una violencia en un montón de juegos donde los adultos ejercen una violencia psicológica sobre los chicos al costo de infantilizarse ellos mismos.

Un ejemplo de esto sería el cuento de la buena pipa. Es como si quedaran atrapados en esos juegos del lenguaje; esa cuestión de la repetición genera hartazgo, una sensación de absurdo, pero también hace que las palabras aparezcan desnudas y representando un papel diferente al de la mera comunicación.

No me interesan las novelas que vienen a comunicar algo, prefiero que trasmitan sentido.


¿Esta idea se ancló en alguna experiencia tuya? ¿Podemos hablar de una idea generada a partir de una epifanía? ¿Hay una relación entre la risa y la burla?

No sé si fue tan así. Creo que la clave de lo novelesco estaba dada en la teatralidad de la lengua. De cómo la lengua pueda representar por sí sola un papel y sostenerse al margen de todas las referencias que termina licuando y absorbiendo, resignificando.


¿Cómo fue el proceso de escritura de Las brigadas? 


Yo me río mucho cuando escribo. la escritura de Las brigadas fue muy placentera y vertiginosa. Después de haberla escrito, la volví a leer recién cuando estuvo publicada.



Y respecto al plan inicial de la novela, ¿hubo mucha diferencia entre lo que vos imaginaste y lo que finalmente terminó siendo Las brigadas? ¿Se puede lograr la exactitud entre el plano de lo imaginario y de lo material en relación a esa idea de novela?


Yo creo que la clave de este asunto está en que uno puede llegar a tener una idea pero con la idea solamente no alcanza. Uno no escribe con ideas, sino con frases. Primero una frase, después otra, y así… En algún momento, uno deja de escribir una novela para empezar a escribir otra. Entonces, me parece que ese pasaje es otra forma de la felicidad. Con la lectura, me parece, tendría que ser igual.


El encierro y la opresión que atraviesa al mundo que construiste en Las brigadas, ¿podías, en algún punto, padecerlo? 

Todo ese terror y todo ese condicionamiento está, pero digo, esa atmósfera opresiva es tan interesante como cualquier otra. Hay que aprender a disfrutarla. En la literatura se puede disfrutar. En la vida, uno no puede más que padecer. Pero está claro que la literatura es algo completamente diferente a la vida.



Me encuentro ante varios diálogos de Las brigadas y no puedo dejar de pensar en Los dos payasos, de César Aira, y un poco menos, tal vez, en Esperando a Godot y Fin de partida, de Samuel Beckett. ¿Es posible señalar esta matriz?

Con esta lectura que hacés, acá podría decir que, nuevamente aparece la teatralidad de la espera. Cuando no pasa nada, en realidad, también está pasando algo. Es la imposibilidad total que no pueda estar pasando algo. Siempre hay una aventura, incluso en el caso más extremo de la inacción.



¿Quiénes son los escritores que más te gustan?

Alberto Laiseca y Osvaldo Lamborghini. Si uno toma como referencia a estos escritores uno tiene la obligación, si escribe literatura, de intentar hacer algo diferente. Además son imposibles de copiar (risas). Es como si ellos mismos hubiesen creado los mecanismos de autodefensa para no ser plagiados. Cualquiera que haga el intento va a quedar en un lugar ridículo. Y además son un arma de doble filo.

... Una tentación muy grande en el caso que suscitan César Aira o Juan José Saer.

A Aira uno lo lee, ve sus procedimientos y pareciera creer que copiándolo (al procedimiento), puede escribir una novela como las que escribe él. Pero quienes intentan eso no tienen en cuenta que Aira tiene una poética inasible, que es lo único que importa en la literatura.

Con Saer pasa algo parecido. Me parece que Saer tradujo el nouveau roman al “santafesino”, hay algo del objetivismo del francés, y cuenta el detalle de un detalle, y por momentos parece que cuenta “lo mínimo”, como si jugara con esa idea de Flaubert de contar una novela sobre nada. Y otra vez, me parece que muchos se quedan con esa nada y pierden de vista la poética de Saer.

Y la poética es lo que más importante para definir a un escritor y me parece que en ese sentido Laiseca y Lamborghini no presentan esa tentación, son imposibles de copiarlos. Es muy difícil de ver dónde están. Y en ese sentido pueden ser como una fuente de inspiración, en la medida que son una obligación para hacer algo distinto, algo nuevo.

Pero sí, por supuesto, me interesa la obra de Aira y de Saer.






Para leer una reseña sobre Las brigadas haga click aquí











miércoles, 27 de marzo de 2019

La dialéctica de las víctimas y los victimarios




Si la literatura argentina le debe gran parte de su poder de fuego a la violencia política, basta con pensar en El matadero, Martín Fierro y Facundo (por mencionar sólo tres libros de nuestra época clásica); o en Operación masacre, El niño proletario, Los pichiciegos y Glosa (ejemplos de nuestro pasado más reciente), para comprobar que Las brigadas (Club Hem, 2017) de Ariel Luppino, inevitablemente, viaja hacia ese destino. 

“Las brigadas nos llevaron en camiones cual ganado al matadero".(p.9)

Pero todo libro que se inscribe en una tradición debe agregar algo. Y lo que agrega Luppino es una salvedad, una excepción que volverá el escenario más terrible, por no decir perverso: si antes el mundo se dividía entre buenos y malos, en Las brigadas el paradigma ha cambiado para devenir, simplemente, en víctimas y victimarios. 

Y esto sucede en Las brigadas ya no por las fallas que puedan verificarse en el sistema (en el mundo de la historia), en la racionalidad aplicada al uso de la violencia, sino en su exacerbación misma: el poder ha conseguido aplastar a sus víctimas. Lo hace directamente a través de sus verdugos, meros funcionarios, sin necesidad de mostrar o al menos de querer esconder, su verdadero rostro. Sólo conoceremos a los técnicos del espanto, y no a sus jefes intelectuales.

***

Pero en Las brigadas junto al sumisión y al terror viene acompañada de la risa, la parodia. Esta risa, que no es estéril, que no es burlona, es la que permite que podamos apreciar el lenguaje, los recursos que despliega el autor en su literatura. De otro modo, nos resultaría intolerable.

"¿Qué diferencia hay entre sacarle un huevo a una gallina y cargarse un pollo?" (p.75)

Pensar en esta primera novela de Luppino nos hace rememorar una de las novelas más profundas de César Aira, vaya paradoja, de aparente lectura sencilla y de aparente contenido superficial: Los dos payasos

"No todo van a ser palos -dijo-. Te voy a sacar de este aguantadero de parias y te voy a llevar como cebador de mate al casino de oficiales (...) Y cuidado con que el mate venga lavado -dijo el Milico, entre risas, cuando me presentó en mi nuevo rol frente a la soldadesca. Hubo aplausos para mí". (p. 49-50)

Novelas que, Los dos payasos y Las brigadas, a su vez, nos remite al Michel Foucault y a la arquitectura de las sociedades disciplinarias, del sofocamiento, del encierro, del castigo, de las bondades de la normalización, cuya salida después de atravesar esas puertas dejan secuelas imborrables, y de algunas instituciones como el hospital, la cárcel y la escuela. ¿Recuerdan la escena del hombre controlando con una escopeta que nada se salga de los carriles normales, mientras los obreros "trabajan", arman la jaula y donde todos incluidos el lector, es un mero espectador?

“No respeté ninguna cultura ni ley, porque ambas cosas son inauténticas para el hombre” (p.29)


***

Post Scríptum

Una de las frases más comunes que recorre el mundo de la literatura tiene que ver con aquella que se usa para referirse a un autor que se descubre de manera tardía, "el secreto mejor guardado de la literatura..." Acá podría completarse la frase con los gentilicios que uno desee. 

Esa frase funciona como un atajo, o como una herramienta para deslindar la propia responsabilidad que cada uno tiene como lector por haber descubierto "tarde" algún libro o algún autor. Pero vale decirse que no hay secretos. Hay libros leídos y libros no leídos. Hay un mundo editorial y un mercado editorial. Hay editores y correctores y hay también imprentas. Hay trabajo de prensa y obviamente, pero prefiero redundar a no decir: hay lectores. 

Si los libros no llegan a muchos lados, es cierto que muchas veces ocurre porque no hay dinero ni espacio físico para almacenar o enviar los libros a cualquier lugar. No son baratos los transportes y si no se está en un centro urbano de al menos mediana importancia, los tiempos se extienden tantísimo más. Pero es cierto también que cada día más hay más ferias y encuentros de lecturas, además de las imprescindibles librerías Y ahí hay una oportunidad, La posibilidad  del descubrimiento y de una nueva lectura. Ahí es donde se ve a un lector apostando, como si fuera un casino literario, por un autor ignoto y seguramente todavía sin reseñas, que tendrá la suerte, tal vez, de contar con una seductora contratapa o con datos interesantísimos en sus solapas. Digresión de la digresión: les recomiendo que lean la solapa del primer libro que publicó Juan José Saer cuando era un absoluto desconocido (hacer click aquí). Con un editor que leyó al autor desconocido desde un borrador, que después le haya gustado y encima, con los pesos de su bolsillo, se haya decidido a editarlo y arrojar un nuevo libro al mundo. 

Las brigadas. Todo suyo, lector.

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Libro: Las brigadas
Año: 2017
Páginas: 174
Editorial: Club Hem
Colección: Narrativa Sinfonía Emergente
Editor: Francisco Magallanes
Ciudad: La Plata
Distribución: Malisia Distribuidora





Para leer una entrevista a Ariel Luppino, haga click aquí


















sábado, 2 de febrero de 2019

Ricardo Romero: Los lectores y los libros

Ricardo Romero
Aproximadamente, ¿cuántos libros leíste en 2018?

No estoy seguro, pero calculo que entre 25 y 30. No son tantos. Con el tiempo me he vuelto un lector más lento. Y más intenso. Si el libro me gusta, releo mucho mientras leo.


¿Cuáles fueron tus lecturas preferidas de este año?

Varias novelas largas en las que estuve metido durante meses. El rey pálido, de Foster Wallace y Solenoide, de Mircea Cărtărescu. También sumaría Luz, de M. John Harrison. Las tres, maravillosas, delirantes, poéticas e incómodas.


¿Cuál fue el libro o el autor que “descubriste” durante este año de lecturas?

David Foster Wallace, con el que ya venía del año pasado, después de leer La broma infinita, y Cartarescu, del que si bien había leído El ruletista con Solenoide entré en otro nivel de experiencia.


¿Cuáles son tus autores preferidos?

Soy un lector entusiasta y agradecido, por lo que tengo muchas preferencias. Así, entre una inhalación y una exhalación me salen:  Onetti, Arlt, Simenon, Faulkner, Beckett, Conrad, Levrero, Bolaño, Daniel Moyano, Conti, M. John Harrison, Modiano, Steven Millhauser, Thomas Wolfe, Dickens, Foster Wallace, Cărtărescu.


¿Cuáles son los diez libros que todos deberíamos leer?

No me siento cómodo con los "debería".


¿Cuál es el libro clásico que no leíste y que te juras leer algún día?

Un clásico ente los clásicos no leídos: En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Igual lo de jurarme tampoco me sale mucho que digamos. En realidad preferiría prometerme que voy a releer Los demonios, de Dostoievski.


¿Cuál es el libro, considerado “canónico” que no pudiste disfrutar, o dicho más fácilmente, que no te gustó?

El Ulises. Lo empecé dos o tres veces y no pasé la página 100. No es para mí. O no lo ha sido hasta ahora.


En 2018 la Svenska Akademien (Academia Sueca) no entregó el Premio Nobel de Literatura. Si dependiera de vos, ¿a quién se lo hubieras otorgado? 

Mircea Cărtărescu. Porque con Solenoide me hizo acordar a Thomas Wolfe. De pronto uno tiene la sospecha de que no solo está leyendo. De que está haciendo algo más inefable.



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Ricardo Romero nació en Paraná, Entre Ríos, en 1976. Es Licenciado en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba y desde 2002 vive en Buenos Aires. Fue director de la revista de literatura Oliverio entre 2003 y 2006. Tiene publicado el libro de cuentos Tantas noches como sean necesarias (2006) y las novelas Ninguna parte (2003), El síndrome de Rasputín (2008), Los bailarines del fin del mundo (2009), Perros de la lluvia (2011), El spleen de los muertos (2013), Historia de Roque Rey (2014), La habitación del Presidente (2015) y El conserje y la eternidad (2017). En colaboración con Luciano Saracino escribió el guión para la película Necronomicón (2018). Con la novela Yo soy el invierno ganó en 2017 el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes. Es editor de Gárgola Ediciones, donde dirige la colección “Laura Palmer no ha muerto”, y de Negro Absoluto, colección dirigida por Juan Sasturain. Dicta cursos en la Biblioteca Nacional y es docente en la Universidad Nacional de las Artes. Ha sido traducido al inglés, al portugués, al francés y al italiano.








martes, 29 de enero de 2019

Ana Correa: Los lectores y los libros

Foto de Alejandra López
Aproximadamente, ¿cuántos libros leíste en 2018?

No llevo la cuenta, lo empezaré a hacer este año. Pero teniendo en cuenta que por el programa de radio suelo leer hasta tres libros por semana, y que hubo semanas que por exceso de trabajo no llegué con todos, voy a decir uno por semana. Digamos unos sesenta y cuatro en el año.


¿Cuáles fueron tus lecturas preferidas de este año?

Disfruté muchísimo Los galgos, los galgos, de Sara Gallardo. No había leído nada de ella y me pareció un libro sublime. Es un libro que todos deberíamos leer. Después leí Enero y Pantalones azules, de ella también. Es una autora que es un viaje de ida. Me gustó mucho Quien no, de Claudia Piñeiro. Los cuentos son otra forma de redescubrirla y adquiere mucha más actualidad porque tiene mucho que ver con explorar lo que los humanos guardamos tras una fachada. Exactamente lo mismo que me pasó con El lugar donde mueren los pájaros, de Tomás Downey. Un autor que también recomiendo mucho leer.
De afuera, disfrute mucho La librería, de Penélope Fitzgerald. Y no sé si la palabra es disfrutar porque es un poco tremendo por su actualidad, pero me pareció un gran libro Laetitia o el fin de los hombres, de Iván Jablonka. Agrego Por qué volvías cada verano, de Belén López Peiró.
Por último, uno que tenía pendiente de Philip Roth, La mancha humana.


¿Cuáles son tus autores preferidos?

John Irving, César Aira, Juan Forn, Natalia Ginzburg, Charlotte Bronte, Jonathan Franzen, Rachel Cusk, Idea Vilariño y Philip Roth. Seguro me olvido de algunes.


¿Cuáles son los diez libros que todos deberíamos leer?

Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra, de John Irving
Grandes Esperanzas, de Charles Dickens
Pastoral americana y La Mancha humana, ambos de Philip Roth
Un cuarto propio, de Virginia Woolf
El segundo sexo, de Simone de Beauvoir
Libertad, de Jonathan Franzen
Uno o dos de Borges
Uno o dos de Cesar Aira
Estrella distante, Roberto Bolaño


¿Cuál es el libro clásico que no leíste y que te juras leer algún día?

Retrato de una dama, de Henry James.


¿Cuál es el libro, considerado “canónico” que no pudiste disfrutar, o dicho más fácilmente, que no te gustó?

Ulises, de James Joyce


¿Cuál fue el libro o el autor que “descubriste” durante este año de lecturas?

Tomás Downey y Mario Flores, ambos argentinos. Un placer descubrir que están ahí y escriben tan bien. Y la biografía de Victoria Ocampo, La hermana meno, de Mariana Enríquez.


En 2018 la Svenska Akademien (Academia Sueca) no entregó el Premio Nobel de Literatura. Si dependiera solamente de vos, ¿a quién le hubieras otorgado el premio?

A César Aira. Me parece muy genial y me encantaría que todos los descubriéramos.


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Ana Correa es abogada y siempre se dedicó a la comunicación política, aunque su gran amor es la literatura. Activista por los derechos de las mujeres, en 2015 participó de la organización de la primera marcha de Ni una menos. Actualmente, conduce un programa de radio sobre literatura llamado Nota al pie, (junto a Gonzalo Heredia), y que comenzará su segunda temporada a partir de este viernes 1° de febrero, por FM Radio Con Vos 89.9. Recomienda libros en Instagram en @anaelecorrea




jueves, 24 de enero de 2019

Florencia Ure: Los lectores y los libros

Aproximadamente, ¿cuántos libros leíste en 2018?

Fui jurado de un premio para el que leí ciento treinta originales. Por gusto, cincuenta.


¿Cuáles fueron tus lecturas preferidas de este año?

Guadalupe Nettel, Fabio Morábito y Carolina Sanín.


¿Cuál fue el libro o el autor que “descubriste” durante este año de lecturas?

Carolina Sanín. La escuché en el FILBA, me encantó lo que leía y me compré Los niños.


¿Cuáles son tus autores preferidos?

Edith Wharton, Iris Murdoch, Agota Kristof, Herta Müller, Patricia Highsmith, John Cheever, Gustave Flaubert, Marcel Proust, Henry James, Bioy, Ibsen, Jane Austen, Stendhal, Philip Roth.


¿Cuáles son los diez libros que todos deberíamos leer?

La Cartuja de Parma, de Stendhal
Rojo y negro, de Stendhal
El mar, el mar, de Iris Murdoch
En busca del tiempo perdido (vale como uno), Marcel Proust
La conciencia de Zeno, Italo Svevo
Sueño crepuscular, de Edith Warthon
La novela del matrimonio, de Tolstoi
El temblor de la falsificación, de Patricia Highsmith
Daisy Miller, de Henry James
Dormir al sol, de Adolfo Bioy Casares


¿Cuál es el libro clásico que no leíste y que te juras leer algún día?

Moby Dick, de Herman Melville.


¿Cuál es el libro, considerado “canónico” que no pudiste disfrutar, o dicho más fácilmente, que no te gustó?

Rayuela, de Julio Cortázar.


En 2018 la Svenska Akademien (Academia Sueca) no entregó el Premio Nobel de Literatura. Si dependiera de vos, ¿a quién se lo hubieras otorgado? 

Philip Roth. Todos sus libros me parecen genial. Es sorprendente y no se copia a sí mismo. Como obra integral creo que es único.




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Florencia Ure trabajó en el área de Comunicación de la editorial Planeta, Tusquets, El Ateneo y Penguin Random House. Unos años en la productora Ideas del Sur. Ahora edita SIE7E PÁRRAFOS, la sección de libros de RED/ACCION.