jueves, 25 de julio de 2013

J.R. Wilcock, "Sea como sea, este mundo es para ti"


Sea como sea, este mundo es para ti.
Me he preguntado muchas veces
para qué servía, y no servía para nada,
pero ahora, gracias a ti, se vuelve útil.
Haz la cuenta de la mercadería abandonada
por Dios y tómala, la han hecho para ti
milenios de hombres que no te conocían,
pero que trataban de prefigurar
en templos y tumbas de roca y bibliotecas
un estupor, como aquel que infundes
cuando sonríes y haces que el tiempo se detenga,
y todos enmudecen poseídos
y te levantas y dices: "yo me voy a la cama".
Duerme, al despertarte estará allí tu herencia:
una ciudad que fue harto famosa,
un río sucio cantado por los poetas,
el cine donde asesinaron a Julio César;
y en torno valles, mares, océanos,
y capitales, continentes, selvas,
y pirámides, versos, adoradores
de tu forma externa o interna,
y en lo alto el cielo y el sol, las estrellas y la luna
y sobre la tierra los animales obedientes
a ti que a fin de cuentas vienes a justificar
su extraordinaria variedad.
Todo esto te pertenece y no termina nunca.

miércoles, 24 de julio de 2013

Martín Kohan elige diez libros

En esta entrevista explica por qué eligió cada uno de ellos.



La lista completa:

1. Theodor Adorno – Teoría Estética
2. Walter Benjamin – La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica
3. David Viñas – Literatura argentina y realidad política
4. Jorge Luis Borges – El Aleph
5. Esteban Echeverría – El matadero
6. Ricardo Piglia – El último lector
7. Juan José Saer – Glosa
8. Juan Carlos Onetti – Cuentos completos
9. James Joyce – Ulises
10. William Faulkner – Mientras agonizo

domingo, 21 de julio de 2013

Gerard Wajcman, “El ojo absoluto"


Bentham. Foucault. Orwell 1984. Blade runner. Minority report.
Ahora, Gerard Wajcman, psicoanalista francés, nos explica en su libro que la acción de “mirar” no tiene que ver solamente con la instrumentalidad de la vigilancia y el control. No sólo sabemos que somos mirados sino que nosotros mismos podemos mirar. Es el ‘ojo absoluto’
capaz observarlo todo hasta desvanecer la vida privada.
“¿Quiere usted verlo todo? Encienda sus pantallas y verá. Entrará en el mundo por los ojos. Con ese fin, el mundo está invadido por ojos de todo tipo. Algunos van a escrutar lo más pequeño, lo más íntimo de la materia, otros son enviados muy lejos al espacio para observar, detalle más, detalle menos, el nacimiento del universo. Hoy nos obsesiona la multiplicación de las potencialidades del ojo. Mirarlo todo, sin límites.
(...) Nos miran. Es un rasgo de esta época. El rasgo. Somos mirados todo el tiempo, por todas partes, bajo todas las costuras. No, como antaño, por Dios en la cumbre del cielo o, como mañana, por monigotes verdes desde las estrellas; nos miran aquí y ahora, hay ojos por todos lados, de todo tipo, extensiones maquínicas del ojo, prótesis de la mirada. Y en definitiva, siempre hay en algún lado alguien que supuestamente ve lo que ven esos ojos”.

sábado, 20 de julio de 2013

Mario Levrero, "Uno de nosotros". Programa especial de la Televisión Nacional Uruguay

A fines de junio de 2013 está disponible en internet un documental realizado por la televisión uruguaya "Uno de nosotros" sobre uno de los escritores de ese país más leídos de esta época. Entre los entrevistados están Felipe Polleri,  Leo Maslíah, Alicia Hoppe y Juan Ignacio Fernández Hoppe. Estos dos últimos le resultarán muy conocidos y quizás hasta queridos a aquellos lectores de "El discurso vacío", una de sus grandes novelas.

Juan José Saer, en "Los siete locos"

En uno de sus viajes a la Argentina, el escritor Juan José Saer estuvo en el programa "Los siete locos" de Cristina Mucci. Por aquel entonces, se publicaba "Las nubes".

Mario Levrero, "La Banda del Ciempiés"

Esta novela nació como folletín. Se publicó en veintidós entregas para el suplemento Verano del diario Página/12 durante enero y febrero de 1989. Desde 2010 está disponible en las librerías de Argentina ya que fue publicada por la editorial Random House Mondadori en una bonita edición de 192 páginas.
De inicio y sin demora se nos cuenta que el jefe de la policía de la ciudad, Smithe Andrews, es arrancado de la cama y envuelto en una sábana mientras dormía. Inmediatamente es arrojado por la ventana desde un piso diecinueve. Muy cerca de ahí, cerca de un cine un grupo de cincuenta personas, bajo una tela liviana que daba forma a una especie de gusano gigante, el “Ciempiés”, llevan a cabo una serie de actos de violencia de gran magnitud.
Carmody Trailler, un prestigioso detective privado será quien tendrá la misión de resolver el asunto, luego de ser ¿contratado? por una vendedora de violetas.
La historia, que está dotada de un gran dinamismo por su permanente movimiento a partir de la sucesión de acontecimientos y las apariciones de distintos personajes, no se puede encasillar dentro de las leyes de un género literario específico sino todo lo contrario: en ninguno.
Escenas de los géneros policial y también de aventuras, dosis de erotismo y de lo burlesco son algunos de los rasgos que dan forma a esta singular novela, donde también el mercado (un tipo específico pero que no develaré aquí) y una cierta mirada irónica sobre una forma de política (la diplomacia, relaciones internacionales, alusión al espionaje en épocas de Guerra Fría, por ejemplo) le dan su impronta.
Por ultimo, para situar este trabajo de Mario Levrero dentro de su producción se podría decir que “La Banda…” tiene que ver más con “Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo”  y no tanto con las novelas  "El discurso vacío” y “La novela luminosa”, estas dos últimas, a las que podríamos definir como literatura autobiográfica.


martes, 16 de julio de 2013

Roberto Juarroz, "Poesía Vertical VII (1982)"

El genio del olvido
ejecuta la partitura del olvido
en el teclado de la memoria.

Es el príncipe o monarca
no reconocido
por el régimen de fuerza del recuerdo.

La partitura del recuerdo
no necesita a nadie que la ejecute.
La partitura del recuerdo
puede ser ejecutada por el viento.

La obra del olvido
prueba que recordar es fácil
y olvidar difícil.

El olvido se acumula
como un anillo de fondo en las raíces.
El recuerdo no es más que un sueño
especialmente pesado
del olvido.

viernes, 12 de julio de 2013

James Joyce, "La primera carta"

15 de junio de 1904

60 Shelbourne Road

Debo estatr ciego. Durante largo rato estuve mirando una cabeza de cabello castaño rojizo y después decidí que no era la suya. Volví a casa muy abatido. Me gustaría concertar una cita, pero quizás no sea conveniente para usted. Espero que sea tan amable de fijarla usted misma, si es que no me ha olvidado.

James A. Joyce

En "Cartas de amor a Nora Barnacle", Leviatán, 1998.

Mario Levrero, "Un silencio menos"


"Cantidad de cosas quedan marginadas de la conciencia están sin embargo ahí, a su alcance. La conciencia tiene pereza de tomarlas, de asumirlas, como si prefiriera no verlas. Es en esa estrechez donde tal vez parezcan inocentes los personajes. En realidad no lo son. No se esfuerzan por hacerse cargo de las
situaciones. Eso a mí me pasa continuamente, al punto de  que hace un par de meses descubrí que estaba enamorado de una mujer a través de un sueño. Me lo impuso el inconsciente. Era un sueño tan claro que tuve que rendirme a la evidencia y empezar a examinar mis sentimientos".

En Elvio Gandolfo (comp.): "Mario Levrero. Un silencio menos", Mansalva, 2013, p. 52-53.

miércoles, 10 de julio de 2013

Joaquín O. Giannuzzi, "Aeropuerto"


En la partida
el último tema de tu cabeza
en mi costado soñador.
El mundo
que se dispone a dividirse en dos;
y el avión
que suavemente se desprende
de esas consistencias amarradas entre sí.
Y el azul que te alza y te devora
mientras yo desciendo
a la mitad sombría del planeta.

lunes, 8 de julio de 2013

Miguel Prenz, "La misa del diablo"

"El domingo 8 de octubre de 2006 apareció, a dos cuadras de la terminal de ómnibus de la ciudad de Mercedes, Corrientes, el cadáver decapitado de un chico de doce años. La cabeza estaba apoyada junto a su cuerpo semidesnudo. La víctima, se llamaba Ramón González –Ramoncito-. Las investigaciones develaron que se trataba un crimen ligado a un ritual, durante el que había sido violado y torturado.
El periodista Miguel Prenz llegó a Mercedes dos años y medio después del asesinato y antes de que comenzara el juicio (el primero relacionado con un crimen ritual en América Latina), y encontró una trama en la que se mezclaban los rumores de una secta espeluznante, la pobreza casi terminal de la familia de Ramoncito, la esquiva figura de un empresario, una curiosa mujer policía que es mae de santo de una religión afrobrasileña, y una adolescente –Ramonita, testigo del crimen- cuyas declaraciones resultaron tan escalofriantes como la revelación de que las paredes de la casa donde había vivido, estaban pintadas con sangre humana. En medio de las más verdes inocencias de la pampa gringa, Prenz encontró esta historia que hunde sus bordes en las zonas más siniestras de la ferocidad humana. En octubre de 2006 apareció, en la ciudad de Mercedes, Corrientes, el cadáver decapitado de un chico de doce años. La cabeza estaba apoyada junto a su cuerpo semidesnudo. La víctima, se llamaba Ramón González –Ramoncito-. Las investigaciones develaron que se trataba un crimen ligado a un ritual, durante el que había sido violado y torturado. El periodista Miguel Prenz encontró una trama en la que se mezclaban los rumores de una secta espeluznante y la pobreza. Una historia que hunde sus bordes en las zonas más siniestras de la ferocidad humana".

Fuente: http://www.tusquetseditores.com/titulos/andanzas-la-misa-del-diablo

sábado, 6 de julio de 2013

Juan José Saer, “Las cosas soñadas”

Para Carlos Giordano

Como dice Tomatis, a pesar de su diploma de letras, obtenido en uno de los establecimientos de la Ivy League, Gabriela, la hija mayor de Barco (la menor se ha aficionado a las disecciones en la facultad de medicina), "padece una fuerte vocación literaria". Y lo que es peor, agrega siempre con un aire resignado que no consigue disimular su intensa, por no decir infantil satisfacción, es que ha decretado declararme, para platicar sobre la materia, su —como se dice ahora— "interlocutor privilegiado".
La chica, si bien no somete a su consideración cada texto que escribe, tiene una inclinación marcada a discutir con Tomatis problemas de método, de teoría, de especulación literaria, sobre los cuales ha leído desde luego mucho más que Tomatis pero a quien, con la ingenuidad de los jóvenes que suelen atribuirles a las personas mayores que quieren desde la infancia una especie de infalibilidad, considera como una autoridad en casi todas las ramas del arte, de las letras, de la ciencia y de la filosofía, reputación que con cierta inescrupulosidad y blandiendo vagos pretextos pedagógicos Tomatis se abstiene, desde que Gabriela era adolescente, de rechazar como inmerecida. "Ya se irá dando cuenta sola", murmura a veces, un poco molesto por la mirada irónica con la que Barco lo observa interpretar su papel de, como dicen, maestro de la juventud.

Como viene a enseñar a la facultad de Rosario, de tanto en tanto Gabriela se da un salto hasta la ciudad, para visitar a sus primos y primas y a algunos amigos de infancia, porque cuando Barco y Miri se mudaron a Buenos Aires, obligados por las circunstancias políticas, ella tenía ya trece años. Antes de irse a los Estados Unidos a terminar su carrera, en la época en que la situación se calmó un poco, Gabriela había tomado la costumbre de pasar las vacaciones en la ciudad entre la playa de Guadalupe, antes de que la cubriera definitivamente la inundación grande, la casa de fin de semana que tenían en Sauce Viejo los padres de su primer novio, y la playita de Rincón. Tanto había oído hablar de los años dorados de la generación anterior —la de sus padres, Tomatis, Rita Fonseca, los mellizos Garay, etcétera— que se había dejado obnubilar tenuemente por una especie de bovarismo intelectual que transfiguraba el mundo a su alrededor convirtiendo los arduos lugares donde había transcurrido la juventud ardua de sus padres y de los amigos de sus padres en una sucursal del paraíso. Puedo entrar no dos, sino muchas veces en el mismo río, desde noviembre a marzo, y sobre todo si se trata del Coronda o del Ubajay, le gustaba decir a Gabriela, suspirando de nostalgia, en los inviernos de Rosario o de Caballito. Era evidente que, a diferencia de sus mayores para quienes lo exterior había consumido ya su cuota exigua de magia, para Gabriela la magia empapaba el mundo, y la surgente de su chorro luminoso no debía estar lejos de Paraná, de la laguna Setúbal o de San José del Rincón.
En sus escapadas a la ciudad, con o sin novio, sola o acompañada, Gabriela nunca dejaba de visitar a Tomatis, al que llamaba Carlitos, como si ella fuese mayor que él o como si se tratasen de viejos camaradas, lo cual irritaba ligeramente a Alicia que, por ser mucho más joven que Gabriela y sobre todo por ser la hija de ese personaje desconocido que irrumpía cada vez que Gabriela profería el diminutivo, no se sentía con derecho a llamarlo de esa manera y al mismo tiempo experimentaba de un modo confuso la impresión de estar excluida de aquella parte de la personalidad de su padre que el diminutivo, que creía destinado al uso exclusivo de las personas mayores, designaba. Tomatis sabía que en algún momento de la visita los temas literarios se introducirían en la conversación, y siempre lo divertía, aunque no lo dejara traslucir, ir previendo su aparición, que Graciela trataba de presentar como espontánea, como si un elemento inesperado, aleatorio, surgiendo en medio de la charla informal, suscitara la asociación necesaria que permitiría evocarlos. El modo de traerlos a colación era en general interrogativo, aunque Tomatis sabía que, detrás de la aparente humildad de la pregunta, se ocultaba un problema, un enigma e incluso una charada, para la cual ella tenia ya preparada su respuesta pero que por, como suele decirse, un sentimiento de inseguridad, no estaba demasiado dispuesta a revelar antes de haber averiguado si Tomatis pensaba lo mismo que ella, Carlitos —le decía—, Fulano de Tal (algún académico que, por haber publicado artículos en la New York Review y haber pasado tres o cuatro veces por televisión era estudiado en todas las universidades norteamericanas) dice tal o cual cosa, a propósito de la obra de Zutano o de Mengano. ¿Vos qué pensás del asunto? Tomatis no había leído una sola línea del autor en cuestión ni pensaba leerla pero, concentrándose al máximo, intentaba aislar el problema del contexto en que era presentado y respondía en términos generales a la pregunta, coincidiendo a menudo, por no decir siempre, con el punto de vista de Gabriela. Y cada vez que tenían una de esas charlas, en el momento de despedirse, Tomatis, con una sonrisa afectuosa, pero vagamente burlona y conminatoria, le decía más o menos lo siguiente: Todos estos problemas al cuete que discuten los gringos en su salsa a base de ketchup están muy bien pero ¿cuándo me vas a mostrar algunos de tus textos para ver cómo están escritos?
En uno de los viajes que Gabriela hizo especialmente para presentarle a su nuevo novio, un economista rosarino, Tomatis invitó a la pareja y a Alicia a cenar a una parrilla de lujo qué acababan de inaugurar en los locales de la Sociedad Rural, y a los postres, a pesar del discreto aburrimiento del economista y del fastidio ostentoso de Alicia, Gabriela le anunció a Tomatis que le iba a hacer llegar por carta o por fax un texto brevísimo, de una página más o menos, que tal vez no tenía mucho valor en sí, pero en el que aplicaba un procedimiento de su invención, para terminar de una vez por todas con las teorías expresivas y biográficas de la creación literaria. Según Gabriela, su método había consistido en introducir en el texto toda clase de elementos opuestos a su persona: como ella era mujer, el personaje del fragmento, como Gabriela llamaba a su escrito, era un hombre; como ella era joven, su personaje era un jubilado, y le había elegido su lugar de residencia al azar, haciendo girar un globo terráqueo y, después de cerrar los ojos bien fuerte para no hacer trampas, aplicando el dedo índice en un punto cualquiera del planeta, que resultó ser la ciudad de Paula, en el sur de Italia. Para atribuirle un nombre al personaje había utilizado un procedimiento semejante, hojeando a ciegas una agenda en la que en cada día del año figuraba el santo correspondiente, y como había caído el 30 de noviembre, el día de San Jerónimo, había traducido el nombre al italiano. En cuanto al contenido del fragmento propiamente dicho, según Gabriela, había decidido poner una serie de elementos opuestos a los de su biografía y, al mismo tiempo, optó por escribir, no sobre alguna escena de la vigilia, de la vida cotidiana, sino sobre un sueño, tomando como precaución que cada uno de los detalles —objetos o situaciones— del sueño, fuese rigurosamente inventado por ella y no correspondiese a ningún sueño suyo verdadero. Gabriela pensaba que escribiendo un buen texto con ese método, se terminaría de una vez por todas con los prejuicios biográficos, y además, terminaba Gabriela exaltándose noblemente un poquito, gracias a la identificación de uno mismo, a través de la literatura, con lo heterogéneo del mundo, se probaba la unidad fundamental de la especie humana. Y a los pocos días, Tomatis recibió por correo el texto siguiente:

El sueño de Don Girolamo

Una noche tormentosa (muy cálida) de primavera, don Girolamo, que ha estado leyendo hasta tarde en la cama un tratado de ingeniería civil, se despierta, aterrado y sudoroso, después de una pesadilla: su hermano, mayor ha asesinado a su padre, a su madre y a su hermanita, y él está tan aterrorizado que duerme aferrando un cuchillo bajo las sábanas. También descubre en un plato unas plumas y unos trocitos de piel que traen todavía pegados filamentos de carne sanguinolenta. Cuando se despierta, al terror sucede el alivio, y después una tristeza agridulce, porque don Girolamo ha cumplido ya los sesenta, y cinco años, y si bien su hermanita, que tiene sesenta y dos, vive todavía, su padre y su madre han muerto ya hace muchos años. En cuanto a su hermano, es tres años mayor que él, y sufre de una enfermedad incurable. Ciertas asociaciones han motivado el sueño: las sensaciones propias a la noche calurosa, que lo han retrotraído a la infancia, y el hecho de que antes de dormir haya tomado una bebida efervescente, que no probaba desde la infancia y que, mientras la aproximaba a los labios, haya pronunciado el nombre piamontés de esa bebida: BAGNANAS (moja nariz). Esas asociaciones explican el carácter infantil del sueño, pero no su contenido. Al cabo de un rato, don Girolamo se duerme nuevamente, pero con una intensa sensación de paz, de reconciliación y de eternidad.


En el encuentro siguiente, al final del año universitario, a mediados de diciembre, Gabriela y el novio vinieron a tomar el vermouth al anochecer y a saludar a Tomatis para las fiestas que se avecinaban, y al cabo de un rato, ya estaban conversando sobre el fragmento que le había mandado Gabriela. Tomatis celebraba la buena invención del sueño, donde ciertos detalles imaginados parecían realmente oníricos, como las sensaciones infantiles de un adulto que se encuentra soñando, la condensación temporal, o las plumas y la piel sanguinolentas. También aprobaba la sobriedad de la prosa pero, metiendo la mano en el bolsillo del pantalón, sacó un pedacito de papel y le leyó la lista de elementos autobiográficos que le había parecido vislumbrar en el texto: es sabido que en los sueños cada cosa puede aparecer distorsionada, disfrazada de otra, y él, Tomatis, pensaba que el dichoso don Girolamo era un personaje que, aunque mucho más viejo desde luego, le recordaba en varios de sus rasgos a Barco, el padre de Gabriela, cuyo hermano mayor había muerto no hacía mucho tiempo, y esa magnesia efervescente de marca BAGNANAS era un producto local, que Gabriela conocía de cuando era chica, de modo que ese detalle material del fragmento era verdaderamente autobiográfico. También, según Tomatis, un elemento puramente intelectual, no empírico, podía ser autobiográfico, y la asociación desencadenada por haber pronunciado las palabras en piamontés, requería un contexto preciso para ser imaginada: esa explicación asociativa no hubiese podido hacerse fuera de los marcos de la cultura occidental del siglo veinte, etcétera. Pero lo que más lo seducía del fragmento no estribaba en su supuesta demostración de que la literatura no era ni objetiva ni autobiográfica, —dos categorías que exigían un control consciente del texto en todos sus niveles desde el principio hasta el fin para ser operativas— sino porque ponía en evidencia que su modo de funcionar era en más de un aspecto análogo al de los sueños. Y Tomatis explicaba el fragmento de la manera siguiente: Gabriela debía pensar, sin darse cuenta tal vez, que el hermano de Barco, que había muerto no hacía mucho después de una larga enfermedad, había hecho sufrir demasiado a su padre a causa de su enfermedad, y con el egoísmo cruel de la juventud y mediante la astucia inmoral de que se valen los sueños, había transformado a su tío, de víctima que era, en un espantoso asesino. El final del fragmento, según Tomatis, confirmaba su teoría, porque esa reconciliación pretendía, por un lado, restablecer el bienestar de su padre y al mismo tiempo la satisfacción de la autora del fragmento por haber cumplido su venganza simbólica.

A medida que Tomatis iba explicando su punto de vista, el ambiente, tal vez porque ya iban por el segundo vermouth, se animaba en el atardecer caluroso. Habían podido instalarse en la terraza porque Tomatis tuvo la precaución de regar las baldosas rojizas para refrescarlas, cuando había todavía mucha luz aunque, a causa de que el sol ya estaba demasiado cerca del horizonte — siempre en la llanura se lo ve ir hundiéndose gradualmente en él, hasta desaparecer— ya no castigaba tanto las cosas. Mientras conversaban, el aire había ido poniéndose cada vez más azul; dentro de poco nomás se volvería negro. Las explicaciones que Tomatis daba sobre el texto provocaban hilaridad porque estaban dichas de tal manera que podía percibirse la propia incredulidad del autor respecto de ellas y que, en circunstancias diferentes, opuestas a la actual por ejemplo, hubiese podido afirmar exactamente lo contrario. Pero los detalles del sueño de don Girolamo seguían flotando, desde el momento en que los había leído, no únicamente en su memoria, sino en ciertos pliegues recónditos de la emoción que, de tanto en tanto, la hacían vibrar todavía. También Gabriela, cuando había escrito su "fragmento", sabía lo más bien que ciertos detalles autobiográficos lo habían motivado, el dolor austero de Barco por la muerte de su hermano y la propia pena de ella, a quien le era difícil, a pesar de que ya tenía veintiocho años, admitir que su padre, el héroe mítico de su infancia, al que ninguna adversidad podía ni siquiera rozar, era, como todo el resto, vulnerable y fugitivo. Pero un pudor más fuerte que su intensa lealtad la incitaba a presentar su texto como el mero ejemplo de una teoría totalmente ajena a su propia vida. Ella y "Carlitos" pensaban lo mismo, a saber que si la ficción y los sueños estaban hechos de la misma materia, por certeras que fuesen las teorías que se les aplicaran, seguirían siempre su propio camino, inesperado, caprichoso y extraño, y que por arbitrarios y alejados de la realidad que pareciesen, los hombres se dejarían impresionar por ellos y les darían más crédito y más sentido que al mundo palpable y rugoso.
Sorbiendo un traguito de su vermouth, Gabriela lanzó por encima del vaso una sonrisa con la que trató de abarcar la mirada de los dos hombres que la escuchaban, y dejando otra vez el vaso sobre la mesa de hierro blanco, declaró que, como las obras literaria, los sueños también se expresaban a través de diferentes géneros, pero que los mejores eran aquellos que, justamente, se alejaban de los géneros y eran capaces de forjarse una forma y una simbología propias. Su novio contó que un par de años atrás, en un viaje por Europa durante el que había estado en un restaurant catalán, sobre el Mediterráneo, había comido un plato que figuraba en el menú con el nombre de "plato soñado", porque el cocinero, a base de gelatina, colorantes y diferentes ingredientes que utilizaba en secreto, había reconstituido la forma y el gusto de un marisco del Atlántico, que justamente no existe en el Mediterráneo. Y el cocinero, que había venido a la mesa al final del almuerzo, porque tenía un amigo entre los comensales, les había explicado que el plato llevaba ese nombre porque las sensaciones gustativas y táctiles que producía eran semejantes a las de los sueños, en los que, a pesar de la ausencia, material del estímulo, o a causa de un estímulo inapropiado (por ejemplo, el soñar con un incendio cuando nos sofocan las frazadas) las sensaciones ilusorias que tenemos mientras estamos soñando nos parecen reales.
Aunque el aire ya iba poniéndose casi negro, como estaban bastante cerca unos de otros, todavía podían verse en la penumbra tibia del anochecer. Sus voces resonaban demorándose un poco, y el cielo en el que no había una sola nube estaba de un azul oscuro pero todavía luminoso; ya brillaban en él, con esa intermitencia vacilante con que van instalándose en los anocheceres de verano, las primeras estrellas. La dosis moderada de alcohol que acababan de tomar comenzaba a producirles efecto, manifestándose en una levísima efervescencia y una euforia que, aunque artificial como la sensualidad de los sueños, no era menos exaltante. Y la sonrisa de Tomatis se hizo más amplia, y secretamente orgullosa, cuando le oyó decir a Gabriela que, si se reflexiona un poco, todos los platos que nos ofrece el mundo son soñados, no únicamente el redondel de caldo, amarillo y humeante, que yace sobre la mesa, sino también cada una de las cucharadas que, con aceptación resignada, nos llevamos a la boca.

En "Cuentos completos", Seix-Barral.

viernes, 5 de julio de 2013

Julio Cortázar, "Rayuela"

"Me estoy atando los zapatos, contento, silbando y de pronto la infelicidad.
Pero esta vez te atrapé, angustia, te sentí previa a cualquier organización mental..."

Capítulo 67
          
                                                            

Roland Barthes, "Fragmentos de un discurso amoroso"

Siglo XXI publicó en su versión definitiva el libro más ambicioso de la última etapa de Roland Barthes, editado originalmente en 1977 y que se convirtió uno de los grandes libros de culto de la literatura francesa del siglo XX.

El libro fue un éxito desde su aparición y despertó el máximo interés en la prensa masiva, fue
adaptado para teatro en las ciudades más importantes de Occidente y así, esta obra del semiólogo francés, más habituado a desarrollarse en el campo intelectual, se convirtió rápida e inesperadamente en best-seller.

Poco antes de la publicación de este libro, Barthes había sido nombrado profesor en el Collège de France -una prestigiosa distinción vitalicia que compartiría con pensadores como Michel Foucault, Paul Valéry o Emile Benveniste- a partir de su prolífica obra en el campo de la semiología.

"Alguna vez dije que Fragmentos... sería mi libro más leído y más rápidamente olvidado, porque es un libro que llegó a un público que no era el mío (...) No era un libro muy intelectual sino más bien bastante proyectivo, en el que uno puede proyectarse no a partir de una situación cultural sino a partir de una situación que es la situación amorosa.", declaró Barthes en 1980.

Fuente: http://sigloxxieditores.com.ar/fichaLibro.php?libro=978-987-629-005-0

Osvaldo Soriano "Dixit":

"Hemingway decía: la única cosa de la que un escritor puede estar seguro a lo largo de su existencia es que todo el mundo intentará impedir que escriba: familia, ejército, dinero, política, amigos, enemigos, conocidos y críticos. Hay escritores que se dan una semana de tiempo para terminar un libro, como Simenon. Otros un mes, como Faulkner. Otros la vida entera, como Joyce (...) Bulgakov, el ruso más prohibido en tiempos de stalinismo, anotaba al margen de sus páginas escritas en secreto: Dios mío, ayúdame a terminarla".

Julio Cortázar, "Papeles inesperados"



Un amigo de Alfaguara me obsequió este libro durante la Feria del Libro 2009 antes de que llegue a las librerías. Pasó bastante tiempo y debo confesar que lo leí apresuradamente, lo que no quiere decir que no lo haya disfrutado. Desde hace unos pocos meses, comencé la relectura del mismo libro, pero siguiendo el orden establecido por el índice, con paciencia, avanzando y deteniéndome ante cada frase, cada idea que Cortázar construyó. Entre los muchos de los muy buenos escritos que contiene esta recopilación póstuma, elijo algunos de ellos. 

Mi preferido es “A la hora de reunir la totalidad de mis relatos…”, donde el narrador cuenta una imperdible anécdota antes de emprender una viaje junto a su esposa y se dan cuenta, instantes previos al abordaje, que no tienen nada para leer y sólo les queda como alternativa comprar en el quiosco de la estación una mala novela policial de tapas chillonas y autor merecidamente olvidado.

Imposible no mencionar el cuento publicado en un anticipo en un suplemento literario “Ciao Verona” , que puede leerse como otra parte del cuento “Las caras de la medalla” incluido en ‘Alguien que anda por ahí’, y que nos cuenta una particular historia de amor. Este texto fue escrito en el año 1977.

“Manuscrito hallado junto a una mano”, un cuento ‘bien cortazariano’ si vale esta figura. Amigos, músicos, por favor lean este cuento, se pueden llegar a divertir... y mucho. 

Por último, elijo un texto del capítulo “Circunstancias” donde encontramos el tono explícitamente político del escritor en “Violación de los derechos culturales”, refiriéndose a los crímenes de la Junta Militar de Chile. 

Alejandra Pizarnik, "Quien alumbra"







Cuando me miras
mis ojos son llaves,
el muro tiene secretos,
mi temor palabras, poemas.
Sólo tú haces de mi memoria
una viajera fascinada,
un fuego incesante.

Luis Sagasti, "Bellas artes"

Llegué a este libro por una recomendación hecha al pasar.
Comencé a leerlo el viernes de la semana pasada y anoche, de madrugada, lo terminé. Es un texto de un poco más de cien páginas y para llegar al Ser del libro, hay que leerlo detenidamente, dejando pausas bien abiertas para que habiliten el pensamiento y la reflexión. 

Como dice en su contratapa es realmente “un libro extraordinario que homenajea el arte de narrar y es también un relato genial e inclasificable”.
Es muy difícil elegir sólo un fragmento de este libro para compartir.  Afortunadamente está repleto de buenas ideas y muy bien escritas. El comienzo de por sí, ya es muy interesante:

“El mundo es un ovillo de lana.
Una madeja a la que no es fácil encontrarle la punta. 
Cuando no, se toma parte de la superficie, se la jala hacia afuera, se sostiene un pequeño tramo de hilo y se lo corta con un golpe seco. Después, si se encuentra la otra punta ya habrá tiempo de anudarlas”.

El poeta Ungaretti, el músico Glenn Miller, el escritor Kurt Vonnegut, John Lennon, el cosmonauta Gagarin, la perra Laika, el cura brasileño Adelir di Carli que se ató a mil globos de helio y desapareció por los aires, Wittgenstein y su renuncia a la riqueza total (y que fue compañero de primaria del Adolph Hitler), el poeta japonés  Matsuo Basho, el aviador  y escritor Saint-Exupery, son algunos personajes ( entre tantos otros que aparecen)  que el escritor bahiense Luis Sagasti entrelaza y anida, para que nosotros los lectores, nos asombremos con estas historias.

Enrique Vila-Matas, "Dublinesca"

El personaje principal de esta novela dividida en tres capítulos tituladas Mayo, Junio y Julio, es
Samuel Riba, un editor de Barcelona venido a menos por ‘culpa del mercado’ y sobre todo por la falta de ‘buenos lectores’. Riba ya no es un alcohólico pero volver a la bebida es una posibilidad latente. 
Otros personajes que tienen un papel destacado en la historia son su mujer Celia, próxima a convertirse al budismo y los escritores amigos de Riba, Javier, Ricardo y Nietzky,  invitados a viajar a Dublín.
No está de más decirse que en Dublinesca abundan referencias y alusiones al “Ulysses” de James Joyce. No faltan truenos y tormentas; un ritual funerario muy particular, una especie de homenaje a la creación de Joyce sobre la muerte del señor Dignam. 
Riba también es un ‘viajero’. Al inicio de la novela está recién llegado de Lyon. Ahora se propone llegar por primera vez a Dublín un día emblemático para la literatura universal, el “bloomsday” (16 de junio).
Respecto a la trama podemos anticipar que el relato se organiza a partir de un sueño en donde Riba se ve a sí mismo caminando bajo los efectos del alcohol por las calles de una ciudad que aun no conocía, la ya mencionada Dublín. Celia lo sorprende en ese estado y ambos terminan arrodillados en una vereda, no sin antes preguntarle: “¿Por qué regresaste a la bebida?”. 
Riba tiene “una editorial que se apaga”, que desea vender pero que ya no recibe ofertas. Sus escritores, a quienes él mismo editó ya no lo llaman. Lo aflige la caída de la Era Gutemberg y ve con pesimismo el advenimiento de la era digital. Pero también lo perturba el éxito de los best-sellers y mira con desdén a los editores ‘estrellas’, esos que hoy en día casi no leen.
Como anticipamos anteriormente, para Riba, llegar a Irlanda el 16 de junio es tanto un homenaje a Joyce como una ceremonia funeraria de la literatura de imprenta y no un conjuro. Y será el mismo Riba quién le dedique las últimas palabras, quien pronuncie el réquiem final. 

Vila-Matas intenta construir un personaje con sensaciones de angustia, tal vez como se sintió Leopold Bloom, y el intentar hacerlo, también le permitiría trasladarle a Riba la angustia del personaje joyceano. Su fanatismo por el genio irlandés le hace escribir cosas tales como:
“Sabe que si va a Dublín, volverá a sentirse, tal como en otra época se sintió en Francia, un forastero. Maravillosa sensación de ser de otro lugar. En Dublín, será un forastero, como lo fue Bloom” (pág. 69.) 
“Decide que ahora lo más sano será lanzarse a conocer Dublín con sus amigos, con su Martin Cunningham y su Power particulares (pág. 171).

El mundo según Riba (o Vila-Matas)
Una de las preguntas que siempre dan vueltas en la literatura tiene que ver con la traducción de las grandes obras. Es muy interesante, o mejor dicho, elogioso lo que se comenta sobre el primer traductor al español de “Ulysses”, del misterioso J. Salas Subirat: “Y no se le escapa ahora que muchos de los que encuentran Ulysses insoportable ni siquiera se han molestado en pasar de la primera página de un libro sobre el que dan por sentado que es plúmbeo, complicado, extranjero, falto de la castiza y proverbial gracia hispana. Pero él (Riba) da por sentado que esa primera página del libro de Joyce, ya sólo esa primera página, se basta sola para deslumbrar. Es una página, aparentemente nimia, que sin embargo ofrece en sí misma un mundo completo y extraordinariamente libre. Se la sabe de memoria en la versión ya mítica de aquel primer traductor del libro al español, de aquel traductor tan genial como extraño gran aventurero que fue J. Salas Subirat, autodidacta argentino que trabajó como agente de seguros y escribió un raro manual, ‘El seguro de vida’, que a modo de curiosidad Riba publicó, a comienzos de los noventa en su editorial”.
Como en varios de sus libros, la impronta de Vila-Matas queda evidenciada en los comentarios, anotaciones que realiza Riba sobre libros o escritores, en su rol de crítico. Y en esta novela no hará la excepción: “Después de todo, el mayor hallazgo de Joyce en Ulysses fue haber entendido que la vida está hecha de cosas triviales. El truco glorioso que puso Joyce en práctica fue tomar lo absolutamente mundano para darle una base heroica de alcances homéricos”. (pág. 133).
Sin embargo, no está exento de la nostalgia y quizá, de pedantería. Al personaje de Vila-Mata, en su mundo ideal, le gustaría encontrarse con taxistas que le hablen de literatura como si fueran especialistas, ironiza cuando el padre de Riba dice que su hijo se va a Irlanda con su amigo ‘Ulises’; habla del tormento que significa hoy ser editor de buena literatura y así innumerables ejemplos. 
 “Después, el presente fugitivo, pero de algún modo asible en forma de gran necesidad de sentirse vivo en un ahora que le está obsequiando con la alegría de sentirse por fin libre, sin la atadura criminal de la edición de ficciones, una labor que a la larga se volvió un tormento, con la competencia siniestra de los libros con aquellas historias góticas y Santos Griales y sábanas santas y toda aquella parafernalia de los editores modernos, tan analfabetos”. (pág. 165).
Y prosigue: “Comenzó a sentirse viejo y acabado y a deprimirse y a hundirse en la melancolía en un mundo en el que no cree que vuelvan a existir editores con una pasión literaria como la suya. Le parece, cada día más, que esa clase de pasiones ya han comenzado a pasar a la historia y que pronto incluso caerán en el olvido”. (pág. 169).
El hecho más curioso y quizás hasta divertido de la novela quizá sea la creación de la Orden de Finnegans, (un grupo de lectores amantes de la literatura de Joyce) que para admitir un nuevo miembro en la logia, el candidato debe cumplir inexorablemente ciertas condiciones y reglas. Puede agregarse que en la vida real, Vila-Matas se declaró Caballero de la Orden creada por él mismo junto a algunos de sus amigos fanáticos del genio irlandés.

"James Joyce. El admirador de Ibsen"



En Dublín, el 11 de febrero de 1899, en la prestigiosa Sociedad Literaria e Histórica de Irlanda, Arthur Clery dio una conferencia titulada “El valor educativo del teatro” y se refirió especialmente a la “reconocida pérdida del valor del teatro moderno”. El dramaturgo Henrik Ibsen fue el principal blanco de las críticas de Clery, acusándolo de ser una “influencia nefasta para el teatro”.

Fue Jorge Luis Borges quien nos hizo saber que “Casa de muñecas” pudo ser comprendida en Francia sólo a partir de la inclusión de un nuevo personaje: un amante y, que para la puesta en escena en la Inglaterra victoriana, la “libertina” mujer tuvo volver a la casa que había abandonado. Vale la pena mencionar que tanto Clery como sus partidarios oyentes no habían leído nada del escritor noruego.

Pero en el auditorio había un estudiante que venía trabajando sobre Ibsen y que estuvo en desacuerdo con los argumentos del orador. En ese mismo año, mientras escribía los borradores de su tesis “Drama y vida”, ordenó por fin sus papeles y se los envió al mismísimo Clery, quien además era el auditor de la Sociedad Literaria e Histórica.

Como era de esperarse, el estudiante no obtuvo el permiso para dar la conferencia y estamos en condiciones de afirmar que este será el primer acto de censura de la carrera literaria que sufrió James Joyce.

No conforme con esto, el joven Joyce le escribió al editor del diario Fortnightly Review, preguntándole si le interesaba publicar un artículo sobre Ibsen. Al editor no le interesaba “un artículo en general” pero sí le sería útil una crítica sobre la última obra teatral de Ibsen, “Al despertar de nuestra muerte”.

Teniendo este respaldo, Joyce se dirigió al Physics Theatre ofrecer leer su trabajo. De tanto insistir, consiguió el permiso y dijo cosas tales como:

“Debemos criticar como un pueblo libre, como una raza libre. Debemos lavar nuestro espíritu de toda hipocresía”. “El deber del artista no reside en hacer que su trabajo sea religioso, moral, bello o ideal sino que debe permanecer auténtico”. “Hasta la más baja de las vulgaridades, incluso el más muerto de entre los vivos puede asumir su papel dentro de un drama”[1].

Este tipo de comentarios, sobre todo en días de visita oficial a Irlanda por parte de la reina Victoria, no cayeron del todo bien. Apenas terminó la exposición, el auditorio atacó fuertemente al estudiante y éste, en lugar de retirarse del salón, les propuso a sus interlocutores un debate en el que finalmente y a fuerza de sus argumentos, se ganó la consideración de esa hostil concurrencia.

Casi un año después de la conferencia de Clery, Joyce consiguió un ejemplar de “Al despertar de nuestra muerte” y redactó el artículo que sí le publicaría el Fortnightly Review en los primeros días de enero de 1900 y que tituló con el modestísimo “Nuevo drama de Ibsen”.

El reconocimiento a Joyce no vino sólo por parte de sus sorprendidos compañeros de Universidad sino del propio Ibsen quién le escribió al traductor de su nueva obra, William Archer:

“He leído, o mejor dicho, descifrado una crítica del señor Joyce que es muy benevolente; hubiera deseado agradecérselo personalmente al autor, de haber tenido un mayor conocimiento de su idioma”.
El mensaje de Ibsen le llegó al joven Joyce mientras se hamacaba con Susan McKernan, su vecina.

Luego de meditar unos días su respuesta, Joyce le escribiría a Archer que a su vez le escribiría a Ibsen:

“Deseo darles las gracias por la amabilidad que ha demostrado al escribirme. Soy un joven irlandés de 18 años y siempre conservaré en mi corazón las palabras de Ibsen. Firma: James Joyce”.



[1] ¿Nos está anticipando a Bloom?


Roberto Juarroz, "Poesía Vertical (1975)"



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Estamos aquí
como juguetes de alguien
que no sabe jugar.

Los juguetes
Deben enseñarle a jugar
a quien los hizo.