viernes, 5 de julio de 2013

"James Joyce. El admirador de Ibsen"



En Dublín, el 11 de febrero de 1899, en la prestigiosa Sociedad Literaria e Histórica de Irlanda, Arthur Clery dio una conferencia titulada “El valor educativo del teatro” y se refirió especialmente a la “reconocida pérdida del valor del teatro moderno”. El dramaturgo Henrik Ibsen fue el principal blanco de las críticas de Clery, acusándolo de ser una “influencia nefasta para el teatro”.

Fue Jorge Luis Borges quien nos hizo saber que “Casa de muñecas” pudo ser comprendida en Francia sólo a partir de la inclusión de un nuevo personaje: un amante y, que para la puesta en escena en la Inglaterra victoriana, la “libertina” mujer tuvo volver a la casa que había abandonado. Vale la pena mencionar que tanto Clery como sus partidarios oyentes no habían leído nada del escritor noruego.

Pero en el auditorio había un estudiante que venía trabajando sobre Ibsen y que estuvo en desacuerdo con los argumentos del orador. En ese mismo año, mientras escribía los borradores de su tesis “Drama y vida”, ordenó por fin sus papeles y se los envió al mismísimo Clery, quien además era el auditor de la Sociedad Literaria e Histórica.

Como era de esperarse, el estudiante no obtuvo el permiso para dar la conferencia y estamos en condiciones de afirmar que este será el primer acto de censura de la carrera literaria que sufrió James Joyce.

No conforme con esto, el joven Joyce le escribió al editor del diario Fortnightly Review, preguntándole si le interesaba publicar un artículo sobre Ibsen. Al editor no le interesaba “un artículo en general” pero sí le sería útil una crítica sobre la última obra teatral de Ibsen, “Al despertar de nuestra muerte”.

Teniendo este respaldo, Joyce se dirigió al Physics Theatre ofrecer leer su trabajo. De tanto insistir, consiguió el permiso y dijo cosas tales como:

“Debemos criticar como un pueblo libre, como una raza libre. Debemos lavar nuestro espíritu de toda hipocresía”. “El deber del artista no reside en hacer que su trabajo sea religioso, moral, bello o ideal sino que debe permanecer auténtico”. “Hasta la más baja de las vulgaridades, incluso el más muerto de entre los vivos puede asumir su papel dentro de un drama”[1].

Este tipo de comentarios, sobre todo en días de visita oficial a Irlanda por parte de la reina Victoria, no cayeron del todo bien. Apenas terminó la exposición, el auditorio atacó fuertemente al estudiante y éste, en lugar de retirarse del salón, les propuso a sus interlocutores un debate en el que finalmente y a fuerza de sus argumentos, se ganó la consideración de esa hostil concurrencia.

Casi un año después de la conferencia de Clery, Joyce consiguió un ejemplar de “Al despertar de nuestra muerte” y redactó el artículo que sí le publicaría el Fortnightly Review en los primeros días de enero de 1900 y que tituló con el modestísimo “Nuevo drama de Ibsen”.

El reconocimiento a Joyce no vino sólo por parte de sus sorprendidos compañeros de Universidad sino del propio Ibsen quién le escribió al traductor de su nueva obra, William Archer:

“He leído, o mejor dicho, descifrado una crítica del señor Joyce que es muy benevolente; hubiera deseado agradecérselo personalmente al autor, de haber tenido un mayor conocimiento de su idioma”.
El mensaje de Ibsen le llegó al joven Joyce mientras se hamacaba con Susan McKernan, su vecina.

Luego de meditar unos días su respuesta, Joyce le escribiría a Archer que a su vez le escribiría a Ibsen:

“Deseo darles las gracias por la amabilidad que ha demostrado al escribirme. Soy un joven irlandés de 18 años y siempre conservaré en mi corazón las palabras de Ibsen. Firma: James Joyce”.



[1] ¿Nos está anticipando a Bloom?


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