jueves, 23 de enero de 2014

Anthony Burgess, "James Joyce 50 años después"

Preliminar

Imagen: Giséle Freund
Esta nota es una de las mejores que se han escrito sobre James Joyce, al menos para muchos los lectores y estudiosos del escritor irlandés.
Fue publicada en español por el diario EL PAÍS el 13 de enero de 1991, fecha que se conmemoró el quincuagésimo aniversario del fallecimiento de Joyce.


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Por Anthony Burgess

El 13 de enero de 1941 fallecía en un hospital de Zúrich el escritor irlandés en lengua inglesa James Joyce (1882-1941), uno de los autores más influyentes de la literatura contemporánea. En estas páginas se analiza cómo a través de sus libros más conocidos, como Ulises, El retrato del artista adolescente, Dublineses y Finnegans Wake, el escritor rompe con la tradición literaria del siglo XIX y realiza una exploración psicológica desde una personalidad compleja a través de unos procedimientos narrativos que revolucionaron la escritura de su época.

Joyce escribió gran parte de su obra maestra, Ulises, en Zúrich durante la Primera Guerra Mundial, y murió en Zúrich en la Segunda Guerra Mundial. A él y su familia no les había sido fácil pasar de la Francia ocupada por los nazis a ese lugar de refugio neutral. Aunque oficialmente eran ciudadanos de la República independiente de Irlanda, tenían pasaporte británico. De hecho, Stephen, el nieto de James Joyce a pesar de casi no conocer Gran Bretaña, todavía sigue esa tradición familiar. El 16 de junio de 1982, durante la conmemoración del centenario del nacimiento de Joyce, Dublín, su ciudad natal, organizó ciertos actos, sin demasiado entusiasmo, destinados a honrar al más grande de sus hijos literarios -una placa aquí, un busto allá-, pero a Irlanda nunca le gustó. Sus editores estaban en Londres; su protectora, Harriet Shaw Weaver, era inglesa de confesión cuáquera. Joyce glorificó la lengua inglesa en sus primeros libros, y en el último, a decir de algunos, se dedicó a destruirla. ¿A qué país pertenece realmente? Dejó Dublín con su mujer de Galway, Nora Barnacle, en 1904, y vivió en Trieste, Zúrich y París. Era un exiliado por naturaleza -Exiliados es el título de su única obra de teatro-, y ha de ser considerado como un escritor internacional, porque negó a todos los países (con excepción de la extraña cuestión del pasaporte británico). Sin embargo, tiene un único tema -bastante limitado-. Todos sus libros son sobre Dublín. Se puede visitar Dublín, como hacemos algunos, y buscar el espíritu del joven Joyce -pobre, desmañado, miope, intensamente literario y ya polígloto-, pero la ciudad que él conoció ya no existe. Fue una de las ciudades más hermosas de Europa, a pesar de su gran población de barrios bajos, pero los expertos en demolición la están arrasando. Con sus bloques de oficinas, comercios y discotecas, es como cualquier otra ciudad europea. Su población sobrepasa el millón y las firmas de electrónica japonesas proporcionan los empleos. Pero sigue siendo una ciudad bebedora, donde la verdadera vida se hace en los bares, con su Guinness, whisky y fantástica conversación. Los hombres están demasiado borrachos para interesarse por el sexo. Se define al homosexual de Dublín como el hombre que prefiere que las mujeres beban.

Dublín

Ilustración: Alfonso Zarpico
El Dublín enmarcado en los libros de Joyce, por tanto, está tan muerto como el Londres de Oliver Twist o el Madrid de Torquemada. El libro de relatos titulado Dublineses muestra cómo era la ciudad en 1904 -moral y sexualmente paralizada, pero socialmente bulliciosa, llena de conversación y bebida- . La ciudad sigue en su sitio en el Retrato del artista adolescente, aunque centrada en el desarrollo de un espíritu joven que intenta volar contra las redes impuestas por la religión, la familia y el nacionalismo que rechaza el vasallaje del Imperio Británico. Ulises, una de las novelas más influyentes de nuestro siglo, trata de un Dublín transformado en ciudad arquetipo, y su personaje central es el ciudadano arquetipo. No obstante, Leopoldo Bloom no es un dublinés típico. Es medio judío. Los dublineses niegan por la memoria de sus padres que hubiera habido jamás judíos en su católica ciudad. Los había, pero había muchos más en Trieste, donde Joyce empezó a escribir el libro. Combinar las imágenes de ese puerto adriático con las del mar de Irlanda es resaltar la naturaleza cosmopolita de la visión de Joyce. Escribe sobre la condición de todas las ciudades modernas. Bloom es todos los hombres modernos.

No es, sin embargo, la cuestión temática del Ulises lo que lo hace distinto. El argumento es escaso. Bloom, que ha perdido a su hijo, encuentra un hijo adoptivo en el joven poeta Stephen Dedalus -el protagonista de Retrato del artista y una versión casi sin subterfugios del propio Joyce-, Molly, la esposa de Bloom, comete adulterio, pero está deseando la llegada a casa de Stephen -como hijo, redentor y, probablemente, amante-. El libro trata de la necesidad recíproca que tienen las personas, en la estructura menor de la familia y en la más amplia de la ciudad. Ese sencillo tema se universaliza por la imposición de un mito intemporal, el del errante Odiseo en busca de su reino insular. Bloom es Odiseo o Ulises. Sus bastante triviales vivencias de un día en Dublín -el 16 de junio de 1904- se transforman en un paralelo cómico del personaje de Homero, y, a su vez, adoptan varias formas de resaltar el paralelismo con el clásico, sobre todo a través del estilo y del lenguaje.

Así, Bloom encuentra en un bar de Dublín a un nacionalista irlandés llamado El Ciudadano. Su paralelo homérico es el cíclope. Eso sugiere un estilo literario conocido como gigantismo, en el cual el lenguaje es inflado inconscientemente. Se exagera todo, a la manera de la retórica demagógica o de la verborrea seudocientífica. En el capítulo en que Bloom visita un hospital de maternidad para preguntar por el parto de una amiga de su esposa, la señora Purefoy, el paralelo homérico es la matanza por los compañeros de Odiseo de los toros del Sol, que son la representación de la fertilidad, y los estudiantes dublineses de medicina del hospital blasfeman contra la fertilidad al glorificar la "copulación sin población". La estructura del capítulo imita el desarrollo del feto en el útero. La semilla masculina fertiliza al femenino latín; tenemos una historia completa de la lengua inglesa siguiendo el progreso de su literatura, con Joyce como oficiante mayor.

El estilo resulta más importante que el contenido, pero la intensa concentración en el lenguaje permite a Joyce llegar a límites de la mente humana que antes eran inasequibles para el novelista. El lenguaje no sólo es complejo, sino también de una claridad sin precedentes: abundan las alusiones sexuales y se utilizan palabras que, en el año de la publicación (1922) y en los 40 años posteriores, eran oficialmente tabú. Ése es el motivo de que Ulises hubiera estado prohibido y de que Joyce, injustamente, hubiera sido tachado de tratante de obscenidades y pornografía.

Fantasía

El Ulises, usando la técnica del monólogo interior para descubrir los pensamientos y sentimientos más íntimos de sus personajes -de una forma presintáctica y casi preverbal-, llevó al límite el examen de la fantasía de la conciencia humana. Joyce tenía sólo 40 años cuando se publicó el libro, y la cuestión era evidente: ¿qué podía hacer, después de haber llegado tan lejos, con el resto de su vida creativa? De hecho, no le quedaban de ella más que 19 años, y fueron totalmente ocupados por la composición de un increíblemente densa y difícil seudonovela titulada Finnegans Wake. Después de haber tratado la mente consciente, Joyce tenía que sumergirse ahora en las profundidades del mundo onírico. El Finnegans Wake es el relato del sueño de una sola noche. El durmiente y soñador, Humphrey Chimpden Earwicker, es el humilde dueño de un bar de Chapelizod, un barrio de Dublín, pero en su manifestación paternal se convierte en la totalidad de la humanidad masculina, desde Adán hasta el propio Joyce, en tanto que su mujer, Ann, es todas las madres, su hija Izzy es todas las tentadoras (Eva, Dalila, lady Hamilton) y sus hijos gemelos, Kevin y Jerry, son todos los rivales masculinos enfrentados, desde Caín y Abel hasta Napoleón y WeIlington y posteriores.

El lenguaje es el de los sueños, oniroglota. Lo mismo que el tiempo y el espacio se disuelven en los sueños, también las palabras, a través de las cuales vemos el continuo espacio-tiempo, han de distorsionarse para que el significado no se trastoque, sino que se haga ambiguo. La ambigüedad tiene la naturaleza de los sueños. Joyce sabía que las técnicas de interpretación de Freud y de Jung no eran suficientes. Una invención como cropes es una fusión de, crops (cosechas) y corpse (cadáver), de forma que quedan unificadas las ideas opuestas de la vida naciendo de la tierra y del cuerpo muerto sepultado en ella. La acción del sueño tiene lugar en 1132, un año puramente simbólico en el cual 11 significa la resurrección (después de haber contado hasta 10 con los dedos, hay que empezar de nuevo) y 32 es la caída (los cuerpos que caen lo hacen a una velocidad de 32 pies por segundo). "The abnihilisation of the otym" significa tanto la desintegración del átomo como la recreación del significado (griego, etymon) a partir de la nada (ab nihilo).

Manifiesto vital

Para abreviar, la obra es simplemente un intento de reconciliar opuestos, de afirmar la vida, de insistir en que nada muere. Es más que una novela, es una especie de manifiesto vital. Es tentador ver en eso al James Joyce católico, que estuvo a punto de ingresar en la orden de los jesuitas, pero que cambió un tipo de sacerdocio por otro: el del arte, en el cual el oscuro pan de la vida diaria se convierte en la hostia eucarística de la belleza intemporal. Pero Joyce había dejado la Iglesia, negado a su esposa un matrimonio católico y privado a sus hijos de la bendición del bautismo. Había perdido su fe religiosa y nunca deseó recuperarla, pero el ambiente de su obra es católico europeo -más próximo a Dante que a Goethe o incluso a su ídolo lbsen-. Como medio judío agnóstico, a Bloom solamente le interesa la religión corno fuerza de conexión social, pero su esposa, Molly, nacida en Gibraltar, conoce el catolicismo en sus aspectos mediterráneo y puritano de Norte, y reza a una especie de Dios franciscano. Stephen Dedalus parece no haber llegado a recuperarse del espantoso sermón sobre el infierno que se predica en el Retrato, y es visitado por su madre muerta, que lo conmina a arrepentirse. A pesar del gran número de profesores ateos especializados en Joyce, probablemente sea cierto que solamente un católico, creyente o apóstata, puede comprender plenamente a Joyce. Pero conmemoramos el cincuentenario de su muerte, -como celebraríamos, más pródigamente, el centenario de su muerte- con un espíritu puramente literario. Vivimos en la llamada era posmoderna, pero seguimos siendo los herederos del modernismo, y Joyce, junto con Pound y Elliot, dejaron perfectamente claro lo que es el modernismo. El modernismo, desde el punto de vista lingüístico, es el empleo de un vocabulario que hace sonar las campanas de lo coloquial, de lo tradicionalmente poético y de la nueva tecnología. Está implicado en la exactitud del lenguaje, pero sabe que la naturaleza del lenguaje es transportar una carga de ambigüedad aprovechable. El modernismo es honesto y enemigo de fórmulas filosóficas para salvar el mundo. Es extrapolítico y muy escéptico, tanto en lo que respecta al totalitarismo como al populismo. Es difícil, lo mismo que Joyce es difícil, porque trata de ver la humanidad como una complejidad que solamente los políticos, curas y novelistas de éxito en ventas se niegan a ver de una forma tan sencilla. La dificultad de Finnegans Wake es inmensa precisamente por la humanidad de su tema-sujeto. El modernismo se atrevió a profundizar, pero a los hombres y mujeres normales les asusta ese coraje: quizá pueda destapar cosas que sea más conveniente ignorar.

En este resumen de los logros de Joyce se ignora una cualidad que debe considerarse como preponderantemente vital: su humor. A pesar del tremendismo de Dostoievski, de la visión trágica de Dreiser y de la implacable violencia de tantísimas grandes obras contemporáneas, la novela de todos los tiempos, Don Quijote, es una gran comedia, y Joyce aprendió de ella más de lo que estaba dispuesto a admitir. El Ulises invierte la situación haciendo que el protagonista sea una especie de Sancho Panza y poniendo en segundo lugar, o posición filial, a una especie de Don Quijote. Cuando Leopold Bloom y Stephen Dedalus caminan juntos después de medianoche por un Dublín desierto, vemos una figura alta y delgada y otra más baja y gruesa. Bloom sabe más que Sancho, pero su sabiduría es del estilo de la de Sancho, expresada en proverbios triviales; Stephen es el poético soñador que necesita el sentido común de su padre adoptivo. No obstante, subsisten en una relación cómica y están apoyados, o más bien enfrentados, por un numeroso reparto de personajes cómicos. El Ulises es uno de esos extraños libros que nos hacen reír a carcajadas. El Finnegans Wake también está lleno de carcajadas, con un lenguaje basado en las posibilidades cómicas del inglés. El inglés se puede considerar como una lengua cómica por contener elementos irreconcillables -germánicos y latinos- perpetuamente enfrentados. Traduzcamos el Finnegans Wake al español y ese elemento cómico desaparecerá. El milagro está en que, aunque Joyce explotó al límite las posibilidades, e imposibilidades, del inglés, sigue siendo un escritor europeo. Está amamantado en inglés, pero se eleva por encima de él.

Dickens

Anthony Burgess, autor de "La naranja mecánica"
Al igual que todos los grandes novelistas, de alguna forma consigue subsistir fuera de su medio literario. Don Quijote y Sancho Panza cabalgan alrededor de la plaza de toros de Valladolid en 1605 y sigue haciéndolo en los desfiles de carnaval suramericanos. Los personajes de Charles Dickens son reconocidos incluso por los analfabetos. Leopold Bloom, Molly Bloom, Stephen Dedalus y Humphrey Chimpden Earwicker pertenecen a ese orden clásico. Son tan grandes que se pueden someter a todo tipo de excentricidad estilística o juego lingüístico y seguir brillando plenos, tridimensionales, desesperadamente vivos. En una época en que tantos de nuestros escritores son pesimistas, es bueno celebrar a uno que tomó partido por la vida.


Traducción: Leopoldo Rodríguez Regueira.

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