miércoles, 29 de enero de 2014

Mario Levrero, "La novela luminosa"

"Me fui acercando sin que la avispa diera ninguna señal de sentirse incómoda por mi presencia; estaba muy atareada, aunque la lucha había terminado. Cuando pude ver bien de cerca lo que sucedía, me sentí maravillado: la avispa tenía como un serrucho en la nariz, y con él cortaba, una a una, las patas de la araña. Dejó el cuerpo pelado, y de alguna manera se lo cargó a los hombros –siempre con movimientos nerviosos, como de ama de casa que espera gente a comer y tiene que atender mil detalles- e intentó volar. El peso de la araña le impedía hacer vuelos largos; más bien parecían grandes saltos, de un par de metros, se elevaba un poco y enseguida se iba al suelo. Pero, mal que bien, se la fue llevando, quién sabe hasta dónde; la perdí de vista al llegar a la esquina, a una media cuadra de casa, porque de todos modos no tenía interés en averiguar dónde vivía la avispa. ¿Y por qué cuento esto, que puede encontrarse con más y mejores detalles en cualquier libro de estudio? Lo cuento porque fue una de las experiencias que, de un modo u otro, me ayudó a pensar, o tal vez a no pensar; trataré de explicarlo mejor.
¿A usted nunca le pasó, mirando un insecto, o una flor, o un árbol, que por un momento se le cambiara la estructura de valores, o de jerarquías? Es como si mirara el universo desde el punto de vista de la avispa –o la hormiga, o el perro, o la flor-, y lo encontrara más válido que desde mi propio punto de vista. De pronto pierden sentido la civilización, la Historial, el automóvil, la lata de cerveza, el vecino, el pensamiento, la palabra, el hombre mismo y su lugar indiscutido en el vértice de la pirámide de los seres vivos".


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