domingo, 3 de noviembre de 2013

Eduardo Lalo, “Simone”


Eduardo Lalo nació en Cuba en 1960 pero será Puerto Rico el país que le dé su nacionalidad. Estudió en Nueva York y París, en la Universidad de Columbia y en la Sorbonne, respectivamente. Es escritor, profesor universitario, ensayista, artista plástico y fotógrafo (la imagen de tapa de “Simone” es del autor). Sus principales trabajos son "La isla silente", "Los pies de San Juan", “Donde", "Los países invisibles", "El deseo del lápiz", “Simone” y "La inutilidad", estas dos últimas publicadas por la editorial Corregidor. En 2013, obtuvo el premio Rómulo Gallegos a la mejor novela por “Simone”, siendo miembros del jurado  el portorriqueño Juan R. Duchesne Winter, el venezolano Luis Duno-Gottberg, y el argentino Ricardo Piglia, ganador de la edición 2012.


Diario de un escritor

“Simone” es una novela pero podría leerse también como un diario pero sin entradas ni fechas. Por supuesto, toda novela presupone al menos un lector. Y “Simone” causa mucha atracción entre los lectores que escriben o desean hacerlo, y también en lectores entrenados, ese tipo de sujeto que no sale de su casa sin un libro en el bolso o en la mano, aun sabiendo que no dispondrá de tiempo para leer, pero que por las dudas, igual lo llevan. Las complicidades y guiños con sus lectores, abundan en la novela. Aquí un ejemplo:


“Es curioso el fenómeno que consiste en que si no anoto un recuerdo o una idea éstas pierden su poder como si se secara su sustancia, haciéndolos para siempre inertes. Es como si sólo pudiera distinguir la vida a partir de la tinta”.

El personaje principal es un profesor universitario del que no sabemos su nombre, que va anotando sus pensamientos en cuadernos y libretas compradas en cualquier librería. Su itinerario de escritura incluye cafés, restaurantes, patios de comidas de centros comerciales. Y con él, su mochila cargada con anotadores y libros.

“Sé que luchar y escribir es lo mismo, haya o no haya algo contra lo cual hacerlo”.


Lalo también trabaja sobre las representaciones. Y no escapa a ello Puerto Rico, ¿qué lugar ocupa Puerto Rico fuera de ese país? ¿Qué se piensa de él cuando se la menciona? Este pensamiento, que aparece en las primeras páginas va a cobrar mayor fuerza cuando en las últimas partes de la novela conversan apasionadamente dos escritores locales y un escritor recién llegado de España, sobre la relación existente entre literatura y mercado. 
En relación a esto, una digresión o un sub-tema sobre este asunto. Hablar hoy de escritor comprometido quizá no signifique lo mismo que hace cuarenta años. Fue tanto el avance de las ideas neoliberales que hoy quizá sea necesario tratar de entender al compromiso del escritor en otra dimensión. No tanto en la escritura al servicio de una causa revolucionaria, precisamente la lucha armada como si lo fue fundamentalmente en la década del sesenta y setenta en Latinoamérica sino con la escritura en sí misma, con la estética y con el arte. 
En la siguiente cita podemos verificar ambas cuestiones, la invisibilidad de Puerto Rico y la relación entre un escritor ‘entregado’ al mercado:


“García Pardo, que vive de lo que escribe, aunque no sea de sus libros sino de los articulillos que publica en la prensa, se negará a percibirse así y pensará que se encuentra varios peldaños por encima de nuestra situación. Nosotros no somos subvencionados por nadie ni podemos escribir en una prensa que es un asco y nuestros libros no existen para prácticamente nadie. Somos una isla geográfica, política y literaria”. 


Los invisibles

Lalo también trabaja con otros imaginarios, otras culturas. Para ser más exactos, con uno de los fenómenos inmigratorios más espectaculares de los últimos tiempos, que se dio en Puerto Rico pero también en otros países del mundo. No citaré ni ejemplificaré ya que considero que esta cuestión es parte del pacto de lectura que establece el autor con sus lectores de manera directa. Mejor enterarse leyendo antes que cualquier nota o comentario sobre esta novela. 
Sólo puedo agregar que “Simone” se desarrolla en una geografía específica, la ciudad de San Juan, genera un fuerte sentido de identificación, y de aquí su potencia. Si se intercambiara San Juan por Buenos Aires, sería perfectamente comprendido el conflicto que se narra, lo que se invita a pensar, ya que las problemáticas de las ciudades, que cada vez son más parecidas entre sí, se comparten (la pobreza y la miseria, la falta de comprensión por parte de algunos dirigentes políticos que la ‘administran como una empresa’, por ejemplo), aun sabiendo de los rasgos que las hacen únicas e irrepetibles:


“¿Qué son estas calles sino la vida mía? A ningún dueño de la ciudad, a ninguno de sus alcaldes le importa la ciudad como a mí me ha importado, porque yo sé que no tengo salida, que nunca me podré ir de aquí. Ni el exilio me libraría de la ciudad. Sencillamente sufriría dos veces: por la ciudad y por estar lejos de ella.”
“Un pueblo que como Jefe de Estado vota a una efigie que en su vida ha leído a un libro, ¿está tan lejos de quemar libros?”

La novela puede ser leída también como un breve tratado descriptivo de las sociedades contemporáneas, por ende, también del mercado. 
Un escritor comprometido con el arte que va a escribir a un shopping puede ser considerado un hereje. Pero este escritor hace del uso de dicho espacio una apropiación,  un sujeto que va a al lugar, ícono del mercado a leer y a escribir. En estas oposiciones, Lalo juega cómodamente un gran partido y saca provecho. No se queda encerrado entre cuatro paredes, apesadumbrado. Recorre la ciudad, la transita, la explora. No la niega. La vive. Y lo mismo hace con el shopping... Va, elige una mesa de la terraza de comidas, adquiere tan sólo un café,  abre su bolso, saca su libreta, lee y por supuesto, escribe:

“Mi imagen en un centro comercial: un hombre solo, sentado ante una mesa, en la terraza repleta de restaurantes de comida basura, con un café y una libreta. A mis pies, una mochila con libros, otro cuaderno y dos plumas fuentes. Llevo horas aquí y no he comprado nada, ni siquiera un libro. Extraño, extrañísimo ante todo lo que me rodea, pero para mí no existe en el mundo una imagen más hechizante y perturbadora”.



Apenas mencioné uno de los problemas de las ciudades: la pobreza, la miseria. ¿Acaso no son los semáforos de San Juan, de San Pablo, de Medellín, de Santiago, de Buenos Aires, el lugar por excelencia donde se manifiestan la desigualdad? Basta que se ponga la luz roja para que queden cara a cara el mendigo y el que no lo es, el que anda a pie, en muletas, y a veces descalzo, con el sujeto que anda en un auto.
Como observador de las ciudades a Lalo no se le escapa este tipo de detalles. Y es sutil, porque no necesita enfrentar a un pobre con un millonario sino que le alcanza con presentarlo con el personaje de su novela, un hombre que lejos está de hacer ostentación alguna.


 “Ayer, en el semáforo de la avenida Ponce de León, esquina Roosevelt, el adicto que veo a diario y al que no le he dado un centavo en muchos meses…”

Un discurso amoroso y/o el placer del texto 

“Simone” también es una novela de amor. Un amor que se construye lentamente y crece a partir de la palabra. Un amor epistolar, de mensajes y de carteles en la vía pública, a veces más o menos visibles, otras con pequeñas anotaciones o dedicatorias escondidas de librería o biblioteca. 

Un amor que facilita el encantamiento a partir del placer del texto, nacido y consolidado en la escritura y en la lectura. Y sin caer en lo trágico, como suceden con amores tan intensos como verdaderos, a veces, el peso de las estructuras es mucho más fuerte. Estructuras tan pesadas que son capaces de aniquilar hasta la misma voluntad de amar, o al menos de impedir el amor mismo. 

“Esta noche salí a la calle y con un grueso pastel óleo escribí: ‘esa absurda ausencia de tu cuerpo’. En los muros y aceras, durante horas, dejé grabado el desenlace. Era una forma de duelo para un dolor que no cesaba. La ciudad era lo que quedaba, el territorio, al que pese a todo continuaba perteneciendo. Marcaba su superficie con la desnudez de mi dolor, atormentados, a veces al borde del llanto, a veces con una rabia implacable.” 



Una novela reflexiva

Hay novelas que por su trama facilitan una rápida lectura y no por ello carecen de profundidad y menos aun de calidad literaria. Pero también hay otras que están para leerse menos intensamente pero sí con mayor demanda de atención, pausas y reflexión, como si en cada frase o idea, puesta en el papel, fuera imprescindible levantar la vista de la página y en ese mirar la nada, detenerse a pensar. 

Y “Simone” de Eduardo Lalo, se amolda perfectamente a este modo de lectura.



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