martes, 17 de septiembre de 2013

Betina González, “Las poseídas”

“Las poseídas”, ganadora del VIII Premio Tusquets Editores de Novela 2012, puede leerse en un día pero esto no debe interpretarse como si fuera una novela pasatista sino más bien todo lo contrario. Esa sola lectura que se realiza deja al lector comprometido con una segunda lectura o, al menos, con una frenética vuelta de páginas hacia atrás.
La novela comienza con una frase escalofriante: “Me voy a matar”. Sabemos que por lógica narrativa, ya sea cuento o novela, aquello que es enunciado, dicho o puesto en boca de un personaje, tiene que dar cuenta de algo. Esa sentencia que anuncia un suicidio nos hace preguntar inmediatamente “¿Cumplirá con lo dicho? ¿Por qué va hacerlo? ¿Qué cosas le puede suceder a una joven para afirmar esto?”
Apenas finalizada la última dictadura argentina, una nueva compañera llega a un colegio religioso de niñas de Zona Norte. En su cara se observa una cicatriz y en su brazo un brazalete negro. Desde el primer día Felisa Wilmer es una chica diferente al resto de sus compañeras. Tiene permiso para salir del aula por estar muy avanzada respecto a los saberes impartidos en las aulas, como por ejemplo en inglés o matemática. Haber residido en Europa despierta curiosidad en sus compañeras, especialmente en María de la Cruz López.
La escuela media puede ser un mundo de jóvenes que ya no son niñas pero tampoco se puede decir que ya sean mujeres finalmente constituidas.  La autora nos describe los grupos de la clase de López y Wilmer: Las Iniciadas, Las Hijas de la Luz, Las Atletas, Las Pobres, Las Feas, todas bajo la tutela de las monjas clarisas.
En la novela la violencia aparece mostrando sus caras más oscuras. Desde los “botines de guerra" (fotos de jóvenes desaparecidos, banderas de militantes, mimeógrafos secuestrados) a la perversión y el abuso infantil. Y una madre que viene a desmantelar el mito "instinto materno”:

"Para Felisa, lo más terrible fue comprobar la transformación de su madre: Vera en esa casa le hablaba con voz de niña. No con la voz de una niña sino con su forma hueca, vaciada, un tono que quería ser infantil y sólo lograba ser un ruego enfermo".


Betina González regala innumerables citas y homenajes que un lector entrenado descubrirá: Lewis Carroll, Vladimir Nabokov, Fernando Pessoa, Juan Carlos Onetti. Sabemos de la fascinación que le produce a la autora Onetti, tanto que López, responderá a una idea de "El pozo":

“¿Hace falta aclarar que con chocolates los hombres maduros no llegan a ninguna parte? (…) la idea de que cualquier contacto con lo masculino podía corrompernos sólo entretenía a las monjas”. 

Escribir esta novela le llevó a la autora nueve meses y dejar de lado el resto de sus actividades, incluida otra novela (aún hoy es un work in progress) y su tesis de doctorado en Pittsburg, Estados Unidos.
“Las poseídas” también puede leerse como una novela de “estados de ánimo”: la angustia, la euforia, la amistad, el desencanto, la tristeza, la soledad, la curiosidad hacia lo desconocido, el resentimiento; la decepción. Gran mérito de Betina González escribir una historia donde los discursos moralizantes, la idealización sobre la adolescencia, no tienen lugar:

"Las cosas tienden a romperse, a desunirse, a desacoplarse naturalmente. Nada de lo que hacemos tiene otra función más que acelerar ese proceso".



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