Hace unos días tuve que hacer un trámite en el banco.
Como el asunto venía demorado, saqué de la mochila el libro que tenía y me puse a leer.
Pasaron quince minutos y escucho la voz de una señorita que dice: A 511.
Era el mío. Me levanté sobresaltado, con temor a qué llamen al número siguiente y pierda el turno.
Con una mano marcaba la página que había alcanzado, con la otra agarraba la mochila y el papelito que le debía entregar a la chica. Llegué al puesto de atención. Pido permiso. Me siento. Apoyo el libro y la chica de atención al público, me pregunta si el libro que estoy leyendo es bueno. Le dije que sí, a lo que me responde:
- ¿Me lo recomendás para leer en el verano? Yo en el año no puedo, pero sí en las vacaciones y tengo que elegir alguno para llevarme en el viaje.
- Sí, te lo recomendaría, pero no sé si te va a gustar. Para recomendarte algún libro debería saber uno o dos que te hayan gustado.
- El último que leí fue en el verano pasado, en la playa; pero no me acuerdo el nombre ni quién lo escribió. Dejame anotar el que estás leyendo y yo después lo chusmeo en la librería.
Cada uno lee cuando puede y quiere. Jamás salgo a la calle sin un libro, ya sea un recital, un partido de Boca o una reunión con amigos o familiares, siempre llevo como mínimo un libro viaje en auto o transporte público. Y prefiero esto último, ya que el tiempo neto de lectura ganado, es insuperable.
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